Desde hace más de un cuarto de siglo cada 24 de marzo renueva el testimonio de una tragedia y enlaza los acontecimientos de 1976 con un estado de situación política. Sin dudas el del pasado viernes está atravesado de un cruce de angustias y esperanzas en el interior de una tradición política que hereda los tiempos de la tragedia, pero al mismo tiempo se carga de la expectativa dramática que vive nuestra nación. Nunca como el pasado viernes tuvo la evocación los acentos dramáticos de la amenaza -real y cada vez más consistente- de un proyecto de regresión en toda la línea respecto de los avances históricos de un pacto democrático cuya promesa era y es el “nunca más”. El desafío de la derecha y su nuevo vástago -el negacionismo irracional y violento- es una realidad palpable: la cercanía de su recordación con la etapa electoral que ya se ha abierto en el país es inocultable.
Durante las últimas décadas -podría arrancarse del recordatorio de los veinte años del triunfo del golpismo criminal en nuestra patria- la fecha se fue cargando de los climas de las coyunturas, cambiantes e intensas, que nos atravesaron. Fueron la lucha contra la impunidad, que fue su signo permanente, atravesado por las variadas e intensas coyunturas que vivió el país en estos años. En la marcha de 2001 pueden descubrirse las huellas tempranas del proceso de luchas populares que estallarían en diciembre de ese año; en la de 2003 resurgía la esperanza de la recuperación popular, inevitablemente entrelazada con la apertura de un proceso de ruptura con cualquier intento de neutralizar los acontecimiento de aquel infausto otoño del '76. ¿Cuál es el lugar distintivo que ocupa la manifestación del último viernes? Sin duda fue y es la voluntad de un amplísimo sector de nuestro pueblo de resistir el revisionismo negacionista y filo fascista que ha resurgido en el país. Es el repudio a la banalización de la lucha por los derechos humanos, la lucha por no desvincular los crímenes de la dictadura de la decisión de imponer un proyecto de país injusto, el dictamen inapelable de que el golpe de Videla no fue un resultado inevitable de un país que había entrado en un proceso de anarquía y disolución; que fue, por el contrario, el proyecto de enterrar una tradición histórica del pueblo argentino, un “ethos argentino” de vigencia del peronismo y las diversas variantes político-ideológicas que pugnan por la soberanía, la justicia y la igualdad. Ese sueño de los sectores antipopulares -minúsculos en sus respaldos efectivos, pero muy eficaces en la tarea de desmoralizar cualquier proyecto alternativo de país, ha crecido políticamente entre nosotros. Ganó la elección de 2015, insinuó la viabilidad de un proyecto que hiciera retroceder décadas las conquistas populares. Cayó por sus propias impericias, pero sobre todo por la sabia política de reconstruir el tejido de la unión nacional, aún postergando justas demandas en aras de desalojar a la amenaza principal que se cernía sobre el pueblo y la nación.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Fue un 24 de marzo “agónico”, no en el sentido que preferirían los enemigos del pueblo y la nación. No interpretado como las vísperas de una segura e insalvable derrota electoral. En cambio, sí como alerta de última instancia sobre todo lo que está en juego en la Argentina. Curiosamente, las fuerzas que produjeron el saqueo antipopular más importante de las últimas décadas, los que reintrodujeron al FMI como actor decisivo de las decisiones políticas, los que incluso ahora vuelven a la carga con el proyecto de demolición de las conquistas sociales alcanzadas desde la primera experiencia peronista, los que dicen que van a enfrentar nuestra decadencia con las mismas recetas que la provocaron, son ellos los que predican que hay que achicar el estado para desarrollar las fuerzas productivas…¡la misma fórmula que esgrimiera el ministro Martínez de Hoz en los aciagos días del golpe de 1976!
Los dirigentes del Frente de Todos están ahora ante la inmensa responsabilidad de construir los caminos para que la masiva voluntad popular que se expresó el viernes en la calle tenga un horizonte preciso y una voluntad común. Es muy grande esa responsabilidad. Consiste para algunos en superar la influencia del “antipopulismo” que los coloca en la permanente indecisión y en la falta de audacia para asumir la gravedad de los peligros. Y para otros significa aprender la lección de los últimos años. Aprender que la defensa sectaria de las propias opiniones lleva a la derrota. Nada tan eficaz para ese aprendizaje como la experiencia de la elección de 2015 que llevó a Macri a la presidencia. Entonces algunos creyeron que defender “el proyecto” era correrse de la alternativa real que la política y no tal o cual capricho personal había generado en la Argentina. Esa alternativa era entre la defensa del rumbo encarado en 2003 con el liderazgo de Néstor y Cristina en nuevas condiciones -más complejas, difíciles y exigentes- o la indiferencia ante el resultado de la elección. No era fatal perder la elección de entonces, ni es fatal perder estas elecciones. No es cierto que es mejor la derrota porque eso permite “aprender de los errores”. Ese tipo de mecanismos que pregonan “cuanto peor, mejor” han pavimentado siempre el camino de la frustración y, en algunos casos, como el del golpe de estado de 1976 provocaron gravísimos retrocesos políticos, ideológicos y culturales, además de la criminalidad estatal más terrible de la historia. De modo que es hora de ser responsables. Y el nombre de la responsabilidad hoy es el de la defensa de la unidad para evitar los peligros más graves y la apuesta por el debate y el encuentro de caminos de convergencia. Lo contrario puede parecer muy “revolucionario” pero termina siendo muy costoso para el conjunto del pueblo.
Da la impresión de que hay un mandato de la multitudinaria manifestación del viernes. Es posible que una interpretación inteligente realista y completamente posible (todavía) es volver al espíritu de la declaración de la mesa del Frente de Todos de hace pocas semanas. La que señala la unidad como ruta. La que coloca la proscripción de Cristina como el problema principal a enfrentar y vencer. La que reconoce las insuficiencias del gobierno y al mismo tiempo las explica como resultado, en gran parte, de una combinación entre la desastrosa gestión previa de la derecha, las graves crisis de alcance mundial que tuvimos que enfrentar y, en no pocos casos, de la falta de decisión gubernamental para enfrentarlas y superarlas. Acaso esa interpretación sea la propuesta que, de hecho, dejó en pie la históricamente multitudinaria manifestación del viernes último.