"Estoy aprendiendo a deconstruir los géneros, mis hijas me ayudan en el camino", dirá, en algún momento de la nota el actor, dramaturgo y director teatral Daniel Veronese. Sus hijas son un tema recurrente para el dramaturgo, en cada respuesta las tiene presentes, en los detalles, en las anécdotas y en las enseñanzas. Para los teatreros avezados, su apellido es garantía de confianza. Veronese es un dramaturgo todoterreno: divide su tiempo entre la esfera comercial y la independiente, y no menosprecia ningún público. Actualmente, lidera Las Experiencias Veronese, un triplete de obras íntimas e incómodas, en el cálido Timbre 4 (en el barrio de Boedo) y también Paraanormales, en el Multiteatro (en la mítica Avenida Corrientes). Toma un sandwich, mastica y piensa. Una vez que elige las palabras correctas, ingresa en el juego.
- ¿Cuál fue la primera obra con la que te emocionaste?
Postales argentinas, de Ricardo Bartis. En realidad, es muy difícil que me emocione, ahora menos. Siempre me costó dejarme llevar por lo que veo. Y con esta obra no podía parar de reírme. Por ella decidí hacer teatro. En ese momento estaba en el elenco de titiriteros del Teatro San Martín, en plena formación del Periférico de Objetos, un grupo que nació allí, y escribiendo guiones para obras, si bien no había comenzado a dirigir. Con Postales argentinas pensé que estaba bueno sentirse movilizado tanto tiempo. Me pasó cuatro o cinco veces más en mi vida. Era grande, 28 años. Empecé a los 25 a dedicarme de lleno al teatro, antes no me gustaba. De hecho, vi muy poco antes de empezar con el elenco de títeres. Recuerdo “La malasangre”, de Griselda Gambaro y “El Padre”, de Alberto Ure.
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- Es irónico pensar que siendo uno de los dramaturgos más conocidos, te haya costado amigarte con el teatro.
Vengo de un hogar de padre obrero ferroviario y carpintero, y madre ama de casa. En casa no se hablaba de teatro. Nada. Veníamos de una cultura de trabajo muy arraigada a las raíces italianas, con poca intelectualidad. A los 12 años acompañaba a mi papá al taller de carpintería para las temporadas de verano. A los 15 años, en el secundario, estudiaba para ser técnico químico, cosa que jamás me sirvió en la vida porque nunca estudié nada, ni me interesaba. Considero que fueron años tirados por la borda y me doy cuenta que no quiero lo mismo para mis hijas. A mí nunca me preguntaron que quería hacer.
- Estuviste condicionado por lo que tus viejos quisieron para vos.
Sí. Mi padre quería que yo tuviese un título universitario, o que tuviese una fábrica Siempre desde lo mejor de él, pero proyectando cosas en mí que yo no quería. Como padre, aprendí a escuchar a mis hijas. En ese sentido, el trabajo creativo me salvó, me conectó con aspectos sensibles atrofiados. Cuando pudieron aflorar, me conecté más con quién era yo y no con lo que los otros, con buena voluntad, proyectaban para mi futuro.
- ¿Tus papas están vivos?, ¿llegaron a verte dirigir?
Mi papá murió hace nueve años y mi mamá está viva. Ambos pudieron ver mi faceta creativa. Me acuerdo cuando mi papá me vio salir por primera vez en un diario. Esa imagen no me la olvido más. Se sorprendió con eso, con mi trabajo.
- Pasa que el mercado nos pica la cabeza con publicidades que aspiran a transmitirnos valores del trabajo muy rígidos.
Justo el otro día leía una nota sobre eso. A mis hijas, a los 12 años, les dije “¿Qué quieren ser? Porque tienen todas las posibilidades”. Las abrumaba sin sentido. Me cansé de hacerlo. A la edad de mis hijas no sabía qué quería hacer. Por eso las entiendo tanto cuando tienen dudas, inseguridades.
- La obra de David Foster Wallace tiene una crudeza particular que, conjugada con la intimidad propuesta, significa un desafío, ¿qué te sedujo de ella?
Como te decía, últimamente me es muy difícil encontrar material que me conmueva. Soy muy inquieto, hago piezas que realmente me interesan, con las que pueda identificarme en algo. Creo que no se deben menospreciar los materiales literarios a la hora de llevarlos a escena. Eso me gustó de Foster Wallace. A su vez, no había leído nada de él, lo primero fue “Encuentros breves de hombres repulsivos”. Recuerdo que lo compré en España, el libro estaba en una mesita de novedades y me fascinó. Me encanta la capacidad que tiene para jugar con la prosa y la forma. Su obra tiene, también, cosas difíciles de descifrar. Cosas técnicas que incomodan al lector. A su vez, se mete con tópicos tan infames como reales, como el machismo. Convivimos con el machismo en todos lados y lo peor es que lo damos por cotidiano cuando sabemos que es algo repulsivo.
- Una de las cosas que llama la atención en la vida de Foster Wallace es su suicidio, a los 46 años. ¿Creés que la primera experiencia, “La persona deprimida”, es un texto más autobiográfico?
Nos da mucha pena pensar en eso pero sí, tiene un conocimiento de la depresión muy alto y quizás lo escribió en un momento en el que podía manejar eso. A veces pienso en el sufrimiento que debe haber pasado, los depresivos no buscan ayuda, puede estar en una habitación llena de gente y sentirse solo. De todas formas el personaje de la obra es una mujer. Tiene algo muy tierno el texto, desvía el dolor para anunciar algo sanador.
- Y María Onetto le da vida a este personaje.
Con María habíamos hecho otro monólogo además de este, Potestad, donde también está maravillosa. Al principio tenía ciertas reservas. Cuando fui a verla (Potestad) funcionaba todo. Me olvidé de la técnica oriental, me olvidé que ella no era un hombre, me olvidé de Tato Pavlosky (dramaturgo). Salí y lo felicité a Norman Briski, que dirigió la puesta.
- La intro es cinematográfica, pocas obras pueden jactarse de tener semejante característica.
Es espectacular.
- Dirigiste a Laurita Fernández y Nicolás Cabré hace poco, ¿sentís que hay cierto desprecio de algunos colegas hacia artistas de corte más popular?
Tanto Nicolás como Laura son grandes actores. Si bien ella viene de la comedia musical, Nicolás es un actor de raza. Tiene talento. Pasa que muy pocos se acuerdan de Cabré con Alfredo Alcón. A todos les gusta opinar sobre las figuras más populares y la verdad, no siempre tienen razón. En Nicolás encontré un trabajador inmenso, era el primero en venir a ensayar. Pasa que las habladurías a veces ganan.
- Ligado a esto, ¿estás de acuerdo con las personas que hablan de lo que es “buen teatro” y lo que es “mal teatro”?
Todo depende de quién lo mire. Hay espectáculos que están muy bien hechos y cuyo objetivo es que se vendan muchas entradas. Y lo consiguen. ¿Eso es mal teatro? ¿Quién soy yo para decir eso? Ahora, si estás buscando una puesta que te haga entrar en zonas de conflicto, tu parámetro de lo que es buen teatro cambia. El éxito de una obra no yace en que sea eficaz, sino que te ponga en un estado indefenso. Wallace decía que la obra literaria tiene que incomodar al que se siente cómodo y conformar al que está en conflicto. Pensemos en una obra que haga eso: vos estás cómodo y salís en jaque, y vos venís mal y te hace sentir que la vida es mejor. Ahí está la esencia del arte.
- Creo que un poco de culpa tenemos nosotros, los críticos, en distinguir productos como si fuésemos eruditos del buen gusto.
Me interesa tanto la crítica que ni siquiera la leo. Hago lo que puedo y también sé cuando me equivoco. El público te lo dice casi siempre. Si no van, es porque no les está sirviendo en este momento. No quiere decir que la obra sea mala, ni esté mal hecha, sino que no era para ese momento. Me pasó con obras que hice en España y funcionaron de manera maravillosa, y acá no las vio nadie. Invencible es un buen ejemplo. En España fue un boom, lo que me llevó a traerla acá. Te repito, no la vio nadie. Con El Test pasó algo similar.
- Con tu éxito comercial Bajo Terapia pasó todo lo contrario. Luego de que Toc-Toc instalase el diván como una temática atractiva, se convirtió en un fenómeno teatral, ¿lo esperabas?
Para nada. Yo pensé que no iba a funcionar. De hecho, le dije al autor: “Esto es una mezcla de Toc-Toc y El Método Grönholm. La gente se va a dar cuenta”. Bueno, no se dieron cuenta. Sin embargo, toma otro carril diferente y el público supo entrar en el juego. ¿Te acordás de la serie “En Terapia”? Acá la hizo Diego Peretti. Yo pensé hacerla en teatro. Creo que se vincula al boom que hubo y hay con tantas propuestas que surgen llevando las terapias al escenario. Se produce un juego maravilloso entre alguien que te escucha y alguien que quiere ser escuchado, podemos meternos en ambas cabezas, la del paciente y la del psicólogo. La gente va en búsqueda de algo cuando va a ver estas obras: A veces salen muy sorprendidos; es ahí cuando el dramaturgo puede sentirse feliz. En lo inesperado, en lo que no viste que iba a suceder y te tomó por sorpresa, en las infinitas posibilidades que pueden surgir.
- Todo eso que describís me pasó con Próximo, de Claudio Tolcachir. ¿La viste?
Sí, me pasó igual. El final es tan tierno, tan bien armado. Me encantó. Sería bueno que la repongan, así la ven más personas.
- Igual son tremendos los finales bruscos. Es como cuando te cortan el capítulo de la serie en el mejor momento.
Es un gran final abierto. Nosotros no podíamos verlos juntos. Si eso hubiese pasado, iba a pasar algo entre ellos que no iba a estar a la altura de lo que el público quería. La obra es inteligente en no mostrar ese encuentro.
- Volviendo a las Experiencias Veronese y a Paranormales, que también dirigís en el Multiteatro, ambas están atravesadas por problemáticas tan indeseadas como cotidianas, ¿te asustan estos comportamientos sociales?
En realidad, yo creo que el teatro tiene que hablar del pasado, no del futuro. Es decir, a nivel anticipatorio no funciona tanto. Funciona más con los hechos que están en guerra. Yo hago teatro para entender lo que pasa en la vida: por ejemplo, “Entrevistas breves a hombres repulsivos” la ensayamos casi un año entero con Marcelo Subiotto y Luis Ziembrowski porque, si bien la letra es larga, el texto es un espejo de machismos que nos resultaban conocidos.
- Y en el caso del teatro comercial, ¿cuál creés que es la búsqueda del púbico?
La comicidad sobre todo. Casi todas las propuestas son del género. La gente no quiere pensar en el teatro, quiere reírse. Es contraproducente, pero es así. Incluso los productores buscan ese tipo de materiales. El teatro comercial es un negocio, es lo que te permite que haya teatro independiente. Las tres experiencias Veronese son incómodas, te piden seguir atento el curso del texto; la industria comercial busca exactamente lo contrario. Aliviar esa carga para que tengas que pensar poco o nada.
- ¿No le quita un poco de magia pensar que solo es un negocio?
Para quitarle magia tendría que tenerla. ¿Quién tiene magia? Algunos trabajos, otros no. Yo no creo en el teatro como algo que no se pueda criticar. Quiero que me mientan bien, salir distinto a como entré. Soy como los músicos que no pueden disfrutar de la melodía por tener oído absoluto. Es insoportable.
- Sos un director de teatro que no puede disfrutar del teatro.
Pero que quiere disfrutar de él. En la esfera independiente hay más libertades en juego, es más fácil que salgas interpelado.