Una tarea imprescindible para superar la grieta

Para superar la crisis es necesario construir una agenda de gobierno que recupere demandas transversales.

09 de noviembre, 2019 | 22.12

El resultado de las elecciones del 27 de octubre dejó en evidencia el elevado nivel de polarización vigente en la ciudadanía: dos de las seis opciones partidarias, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio, congregaron más del 88% de las preferencias electorales.

Ya se esgrimieron múltiples explicaciones al respecto: que las PASO operaron como primera vuelta y las generales como balotaje,  que las principales fuerzas políticas optaron por estrategias electorales marcadamente confrontativas para abroquelar a sus respectivos núcleos duros, que el clivaje kirchnerismo/antikirchnerismo sigue operando como parteaguas de una ciudadanía que se ubica y expresa en torno a esa “grieta”.

Ahora bien, este nivel de polarización representa un problema para la resolución de la “pesada herencia” macrista. En efecto, más allá de los devaneos sobre una Argentina imaginaria expresados en el documento que publicó esta semana la Jefatura de Gabinete, prácticamente todos los indicadores socio-económicos dan cuenta de una situación de extrema gravedad: empeoraron los problemas estructurales vigentes en 2015 y se generaron nuevas restricciones que condicionan fuertemente la posibilidad de resolverlos en el futuro inmediato.

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El enorme desafío que tiene por delante el nuevo gobierno es trabajar al mismo tiempo en la resolución de los problemas más acuciantes (emergencia social, inestabilidad macroeconómica y vulnerabilidad financiera) y encarar las reformas que permitan resolver los problemas estructurales que atentan contra el desarrollo nacional (fuertes desequilibrios de matriz productiva, insuficiencia de divisas, pobreza crónica, desigualdad distributiva, desocupación, informalidad laboral, acceso a bienes y servicios públicos de calidad, entre otros). La posibilidad de encarar exitosamente este desafío depende en gran medida de la capacidad de legitimar socialmente un conjunto de políticas que, en muchos casos, trasciendan el horizonte temporal de un gobierno. 

La magnitud de la tarea requiere de la construcción, siempre dinámica y cambiante, de acuerdos amplios con diversos actores políticos; pero también necesita, en gran medida, del apoyo de una parte significativa de la ciudadanía que se reivindica como “independiente” y que no se encuadra en ninguna de las organizaciones partidarias o corporativas. De esa “periferia blanda” que, desde 2008 para acá, define en cada instancia electoral a cuál de las dos fuerzas antagónicas le dará su voto sin sentirse parte necesariamente de ninguna de ellas.

Ante esta situación ¿es necesario apostar a profundizar la polarización vigente? Una lectura propia de los núcleos duros tiende a afirmar que cada uno de los polos en disputa es homogéneo y fuertemente cohesionado. Que todos los votantes de Fernández entienden cabalmente que “el neoliberalismo es un modelo que los excluye” y que todos los de Macri son defensores de ese modelo excluyente porque están “cegados por el odio”. Ni los 12 millones de votos del Frente de Todos son puro proyecto nacional y popular, ni los 10 millones de Juntos por el Cambio son puro antiperonismo. Extender los rasgos más distintivos de los “núcleos duros” hacia las “periferias blandas” de cada lado como si fueran iguales, puede llevar a cometer nuevamente un error estratégico: renunciar a la persuasión política. Y esa persuasión de parte de la periferia blanda (circunstancialmente propia o ajena) es fundamental para ampliar la legitimidad que se requiere para encarar las transformaciones estructurales que tenemos por delante.

El riesgo de homogeneizar al adversario es muy grande, generalmente ayuda a su unificación. Si se pueden ver las diferencias, captar los matices, es mucho más factible diseñar estrategias efectivas de acercamiento que permitan ampliar los apoyos sociales en cada momento concreto de la nueva gestión. 

¿Cómo se puede encarar esta tarea? Proponiendo una agenda que recupere y resignifique algunas demandas transversales de la ciudadanía. Una suerte de “desengrietamiento” de las demandas. 

En efecto, cada espacio político reivindica como propio un conjunto de prioridades y principios rectores de gobierno. En el caso de Juntos por Cambio, esa agenda está signada por “la seguridad, la honestidad, la transparencia, la innovación, la productividad, la modernización, el equilibrio fiscal, la calidad educativa, la inserción en el mundo, la libertad, la República”. En el caso del Frente de Todos, esa agenda se define por “la igualdad, la inclusión, el trabajo, la protección social, la intervención estatal, la integración latinoamericana, el consumo, la producción nacional, la Patria”. ¿Por qué convalidar esta división de la agenda y dejarle esas demandas disponibles al adversario para que las llene de contenido? La diferencia entre ambos proyectos políticos ¿reside en las demandas o en el sentido que se le otorga a las mismas? ¿No sería más efectivo recuperar esas demandas, resignificarlas e incorporarlas en una nueva agenda de gobierno que permita ampliar el arco de apoyos en el futuro inmediato? 

Veamos un ejemplo concreto. La lucha contra la corrupción ha sido uno de los caballitos de batalla más utilizados por este gobierno. Más allá de todas las evidencias en contrario, Macri ha logrado convencer a una parte importante de la ciudadanía de que efectivamente el suyo ha sido un gobierno “transparente y honesto”.  Proponer un plan anticorrupción preciso y categórico, que amplíe el horizonte de sentido que adquiere el fenómeno, que recupere parte de los aportes de los expertos y designe una persona idónea en incuestionable para implementarlo, es un paso fundamental para que el nuevo gobierno incorpore como propia esa demanda. Mucho más efectivo que contestar con un “Panamá Papers” ante cada “Bolsos de López”.

A la lista de demandas “encorsetadas” se pueden sumar otras mucho más transversales para propiciar una agenda innovadora: las del cuidado del medio ambiente, las de equidad de género, las de mejora de infraestructura, las de calidad institucional, las de acceso a la justicia son solo algunos ejemplos.

Los poderes fácticos siempre van a intentar obstruir aquellas políticas que recorten sus privilegios y propiciar aquellas que los incrementen. Ante eso, el único contrapeso posible en el marco de un régimen democrático, es la construcción de capital político y electoral. La organización de base, la gestión eficiente y una estrategia de  comunicación política efectiva que ponga constantemente en tensión el sentido común instalado, son las claves para legitimar una agenda superadora que nos permita salir por arriba de la grieta y resolver la crisis en la que estamos sumergidos.

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