En su primer Presupuesto para la Administración Pública Nacional, el gobierno de Mauricio Macri exhibe un gran optimismo respecto del futuro, con tasas de crecimiento que desde 2017 se estabilizarían en 3,5% anual. El crecimiento se basaría en un empuje muy fuerte de la inversión (14,4% de suba sólo en 2017) y las exportaciones (7,7% en el mismo año), y compensaría con creces la apertura a nuevas importaciones (9,8% más en 2017) que generaría año a año una profundización del déficit comercial (U$S 1.866 millones en 2017, agravándose a U$S 4.929 millones en 2019).
Este déficit comercial se combina con una fuerte toma de deuda en dólares, que el Presupuesto reconoce que es la única razón por la cual las Reservas Internacionales del BCRA no se han agotado todavía. A fines de 2015 (último dato publicado por el Gobierno) la deuda pública acumulaba U$S 222.703 millones y en lo que va de 2016 el Tesoro Nacional tomó créditos por U$S 43.552 millones. Semejante salto, que el diario Financial Times llamó "la mayor emisión de deuda de un país emergente desde 1996", fue posible debido al relativamente bajo apalancamiento del Estado Nacional.
A esa cifra deben aún sumarse operaciones adicionales por parte del BCRA, de las Provincias y del sector privado, que también comprometen divisas para su repago futuro. En 2017, según el Presupuesto, la toma neta de nueva deuda en divisas será de U$S 35.588 millones (al tipo de cambio actual). Sólo con estas cifras, en 2017 la deuda pública nacional superará los U$S 300.000 millones por primera vez en su historia, habiendo crecido un 35,5% en apenas dos años.
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Así responde la gestión de Macri a la que fue la principal preocupación del kirchnerismo en sus últimos años de mandato: ¿cómo obtener los dólares que la economía necesita para funcionar? Ya sin cepos cambiarios, restricciones al giro de ganancias por parte de las filiales locales de empresas transnacionales y hasta permitiendo que la liquidación de divisas por parte de los grandes exportadores se concrete años después de la operación comercial (habilitando así su uso en el ínterin tanto en créditos comerciales como en colocaciones financieras), los dólares fluyen hacia el país como resultado de dos grandes movimientos por parte de los capitales financieros.
En primer lugar, su aprovechamiento del bajo endeudamiento de los actores argentinos, prestándoles a tasas que son elevadas en relación al (bajo) riesgo de default que presentan hoy – pero que señalan que aún existe bastante desconfianza respecto de la capacidad de repago en el mediano plazo -. En segundo término, la ganancia asegurada por altas tasas de interés que hoy paga el Estado en pesos, combinadas con expectativas de devaluación moderadas y/o con contratos de dólar futuro que garantizan una ganancia en dólares – en una nueva edición de las "bicicletas financieras" que tanto daño causaron a las finanzas públicas en las últimas décadas, y que tuvo un pico de ganancia a comienzos de 2016, de la mano de la política monetaria de Sturzenegger al inaugurar su gestión en el BCRA -. El gran ausente en este flujo de divisas hacia Argentina es, por ahora, la "lluvia de dólares" que vendría de la mano de la Inversión Extranjera Directa, que hasta el momento no ha llovido más que algunas gotas aisladas.
Pero la gestión gubernamental también requiere divisas: en 2017, el Poder Ejecutivo Nacional tendrá un resultado financiero (en divisas) negativo por el equivalente a U$S 9.982 millones al tipo de cambio actual, producto (por ejemplo) de la compra de energía al exterior o del servicio de la deuda. ¿Cómo financiar ese déficit? De acuerdo al Presupuesto, en 2017 "el 99,9% de los recursos totales en moneda extranjera corresponde al uso del crédito": es decir que el endeudamiento será el camino por el cual en 2017 el Gobierno prevé tener una acumulación neta de divisas por U$S 19.767 millones.
El endeudamiento externo ciertamente puede favorecer el desarrollo nacional, cuando esos dólares se abocan a políticas que en general se asocien a (por ejemplo) la mejora de la productividad, la creación de empleos en sectores dinámicos a futuro, la construcción de la infraestructura necesaria para que las fuerzas productivas puedan operar y crecer en forma competitiva. La historia nacional demuestra que lo opuesto es, en realidad, más probable y casi seguro: el uso de esos dólares para negocios privados, de amigos del poder de turno. La forma que toman esos intereses particulares puede ser diversa, desde especulación financiera o fuga de capitales, hasta corrupción y enriquecimientos ilícitos.
El endeudamiento en dólares es la gran fuente de recursos a la cual puede recurrir el gobierno de Mauricio Macri para evitar tener que realizar un ajuste fiscal aún mayor, que le sería muy perjudicial en un año electoral como 2017. Pero en la medida en que se destine a negocios financieros de unos pocos actores privados y no a políticas que promuevan el desarrollo de las fuerzas productivas locales, el resultado será simplemente patear el ajuste para el momento en que la fiesta de nuevo endeudamiento se agote.