En el primer año, el nuevo Gobierno ha tenido aciertos y tropiezos como es de esperar de una nueva gestión. Sin embargo, la situación económica heredada era tan compleja que había poco margen para cometer errores y es por ello que los errores se han notado mucho. Aún así hay que tener en cuenta que el camino que ha tomado el Gobierno es el correcto, aunque todavía falta muchísimo por recorrer.
El Gobierno heredó una economía que llevaba cinco años de estanflación con fluctuaciones positivas en los años electorales y negativas en las que no lo eran. Peor aún, la capacidad productiva estaba estancada y ello no permitía generar empleo. Como si esto fuera poco, el Estado estaba en default, con un gasto público impagable, hecho que se revela en la presión tributaria récord sobre el sector formal pero que no evitaba el déficit fiscal fuera el más alto desde la hiperinflación. A lo que se le suma, una fuerte inflación, a pesar de que había precios reprimidos como el valor del dólar, el de algunos commodities o el de los servicios públicos. A todo esto, el Gobierno volaba medio a ciegas, porque las estadísticas públicas estaban "dañadas".
En estas condiciones, no había posibilidad de hacer políticas más expansivas. De hecho, tanto la política monetaria como la fiscal eran (y son) muy expansivas al punto que se "quemaron los motores" y no había crecimiento económico real.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
El estancamiento heredado no es producto de una demanda golpeada sino de una limitada capacidad de producción. Por lo tanto, era necesario estimular la oferta, esto es, aumentar la capacidad productiva. Para lograr eso se requiere más inversión, o en su defecto, usar mejor los recursos que se tienen, esto es, aumentar la productividad.
De allí, surgen las primeras medidas que tomó el Gobierno: bajar retenciones, eliminar el cepo, acordar con los Holdouts y la ley PyMe. Son todas medidas que tienden a atraer inversiones o a estimular sectores que no estaban funcionando correctamente. En el mismo sentido, se comenzó con la normalización de las tarifas energéticas, que debieran estimular la necesaria inversión en estos sectores.
Naturalmente, cuando el Gobierno destapó la olla de la inflación reprimida con el cepo, las tarifas o las retenciones, la inflación se disparó inicialmente. A lo que se le sumaba, una fuerte emisión de dinero comprometida por la venta de futuros que había realizado la gestión anterior y que era potencialmente inflacionario. Para frenar el proceso el Banco Central decidió subir las tasas de interés fuertemente.
Todo ello enfrió la demanda y provocó una recesión que comenzó a observarse en el segundo trimestre y que se exacerbó por algunos factores exógenos como la crisis en Brasil y el mal clima (exceso de lluvias) entre otras cosas. Si bien era de esperarse una recesión en un año en el que el gobierno debía tomar medidas para ordenar la economía, las cifras han sido peor de lo esperadas. De hecho, se creía que la actividad económica podía tocar un piso en julio, pero eso no se dio y es probable que el piso se haya tocado recién en octubre, que además resultó ser más bajo del esperado.
Pero con una política monetaria más dirigida a frenar la inflación, se ha logrado cierto éxito en esta materia. Si bien en el primer semestre los precios se desbocaron al "liberar" la inflación reprimida, en la segunda parte del año el Banco Central logró bajar la inflación a un promedio mensual de 1,5%-1,6% dependiendo del indicador que se tome, cifras que si se mantienen por otros 6 meses llevaría a la inflación al 20% anual, aunque lo más probable es que recién a fines de 2017 se llegue a esa cifra.
Finalmente, el punto que aún está lejos de resolverse es el del déficit fiscal y el del gasto público. Lo cierto es que hoy el déficit fiscal es más elevado que en 2015 aunque se bajaron levemente algunos gastos. Ello se debe a que se bajaron impuestos a las exportaciones, pero no logró reducirse el gasto en subsidios como se había planeado. Eso evitó que el déficit fiscal permaneciera, al menos estable en un año recesivo como el 2016. Aquí es donde más camino queda por recorrer.
Por ahora ello se compensó con colocaciones de deuda en el mercado externo y lo mismo sucederá en el 2017, sobre todo porque parte de los capitales blanqueados saldrán a demandar activos financieros argentinos, que estén exentos de impuestos a los bienes personales como los bonos del Gobierno. Sin embargo, claramente el déficit fiscal es el mayor riesgo que corre el Gobierno en un escenario en el que el costo del financiamiento va en aumento.
En nuestra opinión el Gobierno tomó el sendero correcto. Sin embargo, el camino resultó más difícil de lo que se preveía y ello implicó que en algunos casos se tuvieran que pagar costos más altos y en otros, que se dilataran las soluciones. Todavía la economía no se saneó, la recesión todavía continúa, la inflación sigue elevada y lo mismo sucede con el déficit fiscal. Sin embargo, creemos que están dadas las condiciones para que gradualmente se vayan resolviendo estos problemas.
(*) El autor es director del Centro de Estudios Económicos Orlando Ferreres y Asociados.