Los recientes atentados sangrientos en Nueva Zelandia y Sri Lanka han conmovido a todo el mundo por su crueldad y porque otra vez se realizaron contra personas que profesan una determinada religión.
La utilización de la religión para justificar acciones políticas violentas contra un invasor o algún grupo religioso no es nueva, aunque mucha gente se sorprende de la crueldad que se puede ejercer en nombre de una religión, porque existe una imagen idealizada que las presenta como fuentes de amor y de paz.
Es verdad que casi todos los líderes religiosos, y no importa el título que porten, suelen hablar de las bondades de “su” religión en todos sus aspectos y pueden citar fragmentos de sus libros más venerados para demostrarlo. Y por lo general, contraponen estas “verdades” a otras religiones que no siempre serían portadoras de bondades. Al fin y al cabo, si una persona adhiere a una religión es porque cree que esta le marcará un camino recto durante su vida. Sin embargo, muchas de las religiones, en sus propios libros y narraciones, cuentan lo crueles y malévolos que pueden ser los dioses.
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Como sucede con todos los textos ideológicos, y la religión es una forma de ideología, cada persona pueda tomar una frase de un texto sagrado para justificar alianzas con otros grupos religiosos y fomentar el diálogo, o considerarlos sus peores enemigos por razones históricas o actuales.
Para alguna gente, los enfrentamientos del pasado narrados en los libros pertenecen al pasado. Para otros, son parte del presente y sirven para justificar ataques a otros grupos religiosos o étnicos, como los de Nueva Zelanda o Sri Lanka.
Por otra parte, existe un pensamiento muy difundido que le atribuye el patrimonio de los atentados suicidas a los grupos islámicos como si estos derivaran de algún mandato divino, y fueran los únicos que los llevaran a cabo. Sin embargo, los atentados suicidas en Sri Lanka llevaron durante años la marca del movimiento de los Tigres del Tamil, de la minoría tamil, que profesa mayoritariamente el hinduismo. Esto quiere decir que el nivel de violencia ejercido por un grupo que actúa en nombre de una religión no depende de las sagradas escrituras sino de las coyunturas. Atribuirle una “esencia malvada” a tal o cual religión para justificar masacres ya es parte de la historia de la humanidad.
Pero eso no implica que exista una condena divina para que siempre sea así.