Terrenal o por qué somos imperfectos

24 de agosto, 2018 | 13.11

“Terrenal”, escrita y dirigida por Mauricio Kartun, ya transita su quinta temporada en el Teatro del Pueblo aunque también puede leerse ya que fue publicada por la Editorial Atuel. Y es que el texto en esta obra es central. Todas sus posibilidades de comprensión implican la preexistencia de un texto. Por eso, como espectadores y ya sentados en las butacas, tenemos tiempo durante la espera de leer el programa que, créditos aparte, nos ofrece una extensa cita de un historiador de la Antigüedad, quien narra de forma sucinta el destino de Caín y Abel, los hermanos fatídicos que protagonizan el primer asesinato de la humanidad.

No es que Kartun sea fiel al texto. Así como Beckett, y así como antes el Bardo, interviene sus fuentes y presenta a la escritura como un proceso artesanal, similar a la alfarería, que presupone materiales, un texto, el lenguaje. Si según el mito Caín y Abel se disputan la preferencia de Dios, en la obra de Kartun, en cambio, se disputan la verdad: Abel dice que Tatita –así lo llaman a Él –se olvidó de sus vástagos mientras que Caín asegura que volverá tras veinte años de ausencia. Si en el mito “original” Dios elegía la abundancia de la Naturaleza porque estaba de algún modo fundido con ella, en la obra de Kartun, Tatita prefiere la vida simple, claro, pero porque le disgusta el trabajo. Y, sin embargo, no está dispuesto a rechazar la propiedad privada. Más bien todo lo contrario, regresa precisamente para llamarse dueño.

“Terrenal” no solo cuenta la historia de dos hermanos que esperan a su Godot mientras habitan esa dimensión donde todo es remoto –el tiempo, el espacio, la humanidad –sino que recrea una escena básica que se reduce a la dialéctica entre el poseedor y el desposeído. Una relación que late en el ADN de nuestra especie y que atraviesa siglos, eras, naciones. Si el texto está ahí para ser picoteado y eventualmente despedazado, deberíamos correr todos esos telones de los que se hacen los discursos, todas las vertientes ideológicas que forman pesados mantos y dilucidar esa estructura básica que sigue intacta. De ahí que el trabajo de lenguaje de Kartun sea novedad y eco: hace falta crear un lenguaje para producir una textualidad que se hace de pedazos de otros discursos. Pero a su vez, ese lenguaje será una huella, un residuo lejano pero conocido. El resultado es maestro. Se trata de un lenguaje irreproducible donde se combinan citas bíblicas con dichos populares y recortes de la gauchesca.

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En el lenguaje, precisamente, está la grandeza de esta obra. Claudio Martínez Bel (Caín) y Claudio Da Passano (Abel) son dueños, creadores, de sus propios parlamentos. Hay una apropiación tal de sus líneas que no puede decirse solamente que haya un trabajo bestial detrás sino que hay sobre todo convicción. Creen cada palabra de lo que dicen. Comprenden las posiciones que les toca ocupar dentro de la dialéctica. Y Tatita, para sorpresa nuestra, emplea el mismo lenguaje. El dios en “Terrenal” no es perfecto. Es un dios en proceso. Con errores. Con ambivalencias. Está hecho a imagen y semejanza que Caín y Abel. Tiene un poco de cada uno, pero que resulta ser lo peor de cada uno.

En “Terrenal” ganó la materia y perdió el espíritu. Esa es la historia de todas las sociedades, la nuestra incluida. Por eso esta obra es universal.