El “tarifazo” es el nombre criollo que se le dio al reciente aumento en los servicios de luz, agua, gas, transporte y peajes, como parte del programa de obligaciones que contrajo el gobierno de Macri con el FMI. La coalición que gobierna parece no tener problemas en hambrear al pueblo y arrodillarse ante los organismos financieros. El tarifazo comienza a instalarse como el significante que aglutina la articulación política de un proyecto de unidad, rechazando este modelo neoliberal que conduce al suicidio de la Nación.
No al tarifazo
La lentitud para lograr un acuerdo entre los dirigentes con el objetivo de derrotar en las urnas al neoliberalismo, se contrapone a una unidad que surge en la calle, desde abajo, politiza lo social y dice “No” al tarifazo, que debe ser leído como “No” al neoliberalismo.
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Las encuestadoras miden intención de votos, imagen de candidatos, etc. Sin embargo, no hay mejor método que el “termómetro” de la calle para diagnosticar el ánimo social. Como se evidencia en este enero “caliente”, con la expresión de intenso malestar en la multitudinaria marcha convocada por las CTA, los camioneros, otras organizaciones sindicales y los movimientos sociales.
La movilización culminó con un acto en Plaza Congreso, donde se leyó un documento de rechazo al tarifazo, acción que se repetirá todos los jueves en distintas ciudades del país. Según afirman Yasky y Pablo Moyano, es probable que esta marcha sea la antesala de un inminente paro nacional.
Otro ejemplo fue el ruidazo contra el tarifazo, autoconvocado desde las redes sociales. La gente salió a la calle para quejarse, con palmas, ollas, cantos y consignas, en las esquinas y plazas de todo el país. Como dato novedoso, se advierte que comienza a participar activamente un sector afectado y enojado por la situación económica, que incluye gente que reconoce públicamente haberse equivocado al votar a Cambiemos. Todo indica que su comportamiento será de mucha gravitación en las elecciones nacionales
Las manifestaciones de rechazo al tarifazo se van articulando en la calle y en la acción política, funcionando, como dijimos, de termómetro que mide el ánimo social, pero sobre todo dan cuenta de la fundación de una unidad plebeya aún sin representación.
Politización de lo social
Desde “el subsuelo de la patria sublevado”, hermanadxs en el mismo grito, crece en la acción política una base social que demanda unidad para vencer en las urnas a este gobierno neoliberal. La calle plantea un límite, configura la frontera antagónica que expresa el conflicto político actual: dos modelos de país, democracia nacional-popular o neoliberalismo, es lo que está en disputa.
Hasta hace poco tiempo muchos afirmaban que “no hay reacción popular”. ¿Se puede empujar al sujeto a posicionarse contra el neoliberalismo, obligarlo a participar en una experiencia colectiva y forzarlo a que haga política? La respuesta negativa es obvia. La politización tiene su propia temporalidad y se fundamenta en la experiencia. La etimología de experiencia se relaciona con el acto de atravesar, el prefijo ex (separación del interior) y la raíz peri del verbo (ensayar, probar). Esto significa que la política no es sólo ideacional o racional, sino que se siente en el cuerpo singular y social, se atraviesa en un proceso vivencial compartido y solidario que siempre es con otros y en la calle. La solidaridad implica la percepción de la continuidad de los cuerpos y la inmediata comprensión de que mis faltas se articulan con las del otro y otra, eso funda un lazo y una posición común de empoderamiento. Judith Butler afirmó en su libro Cuerpos aliados y lucha política (2017) que la reunión de cuerpos pone en juego significados políticos, más allá del discurso.
La politización de lo social comienza a interrumpir la posición de espera, sacrificio e impotencia, que instaló en el sentido común el Gobierno de Cambiemos desde que asumió, y funda un escenario que engendra una nueva distribución de fuerzas. En el 2015, una subjetividad débil y resignada repetía al unísono el slogan “hay que darles tiempo”. Luego aconteció la sorpresa, la constatación defraudada, el desánimo paralizante que se tradujo como escepticismo: “son todos iguales” afirmaba el coro. Finalmente, siguió el duelo por una prometida revolución de la alegría que, a pesar del paso de los semestres, no sucedía.
El punto débil del poder reside en la experiencia de empoderamiento que surge de la politización de lo social, se fundamenta en la voluntad popular y presenta a la solidaridad como condición. Dicho de otro modo, hay un cuerpo singular y social que no es completamente reductible a la Matrix y a la violenta penetración que actúa sobre la subjetividad, que no está sometido a la anestesia total, sino que siente, sufre y palpita.
La solidaridad de los cuerpos y la organización constituyen una posible salida al hechizo de imposición neoliberal. Llegó la oportunidad de la convergencia en un nombre propio que represente la unidad, capaz de escuchar los ruidos de la calle, que organice la lucha política y conduzca hacia el cambio de rumbo.