La soja avanza por el mapa argentino a diferentes ritmos pero con constancia desde 1996, cuando se aprobó la utilización de la soja transgénica RR, junto con el glifosato. La reducción de los costos acompañada despertó el interés en muchos productores por la oleaginosa, pero el disparador apareció con el fin de la convertibilidad y la consecuente escalada de la rentabilidad.
Desde 2002 invadió los campos que antes se dedicaban a otras actividades y productores incluso abandonaron la rotación de cultivos, que le permite al suelo recuperar nutrientes que el yuyo le quita. A partir de ese año las exportaciones treparon un 600%, desde U$S 4 mil millones hasta los U$S 24 mil millones de 2014.
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El paro patronal del campo ocurrió en un 2008 de precios internacionales muy elevados. El Gobierno elevó las retenciones para evitar que la cotización se traduzca en mayores costos de los alimentos en el mercado interno, además de querer con esta herramienta compartir las altísimas ganancias que dejaba la actividad. En esos 12 meses ingresaron U$S 21,9 mil millones por la venta del grano.
Al año siguiente una intensa sequía perjudicó al cultivo y a los balances de los productores, pero se recuperó en 2010. Tal fue la mejoría que el año pasado se exportaron U$S 24 mil millones por un aumento en las cantidades, ya que se redujo el precio desde 2008.
En los últimos 12 años la soja trajo al país U$S 222 mil millones, que mejoraron las reservas del Banco Central, puesto que los exportadores deben venderlas en el mercado mayorista de cambios.