Con sus lógicas vicisitudes, el Modelo Sindical Argentino (MSA) hace más de 70 años sigue vigente en la Argentina, sin que hayan podido sus detractores desactivarlo ni siquiera en períodos dictatoriales. Entre los rasgos que lo tipifican, resalta la marcada concentración de la representación reconocida a través del sistema de la personería gremial. Pueden crearse todos los sindicatos que se quieran, pero si disputan un mismo ámbito de representación sólo el que demuestre ser el más representativo obtendrá la personería gremial y la conservará en tanto otro en el futuro no demuestre un mayor grado de representación.
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Los orígenes de este Modelo están estrechamente asociados con Juan Domingo Perón, pues fue con su advenimiento a la Secretaria de Trabajo que se sancionó el primer régimen normativo sobre asociaciones sindicales. Esa identificación además es inexorable por la masiva adhesión al peronismo que entonces, y hasta la actualidad, los trabajadores como sus sindicatos mayoritariamente han expresado integrando ese Movimiento Nacional.
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Independientemente de las disquisiciones sociológicas o jurídicas que el Modelo genera, lo cierto es que ha demostrado una gran fortaleza para poder responder a las exigencias de la lucha de los trabajadores. No existe en la Región, ni en el Mundo, otro Modelo que brinde a los sindicatos tanta potencia en las capacidades de representación, negociación y conflicto.
Muchas de la críticas que se le formulan provienen de actores ajenos por completo al campo de los trabajadores, ya sea de quienes pretenden un democratismo discursivo y cientificista con poco apego a la realidad, o de quienes desde ciertas concepciones ideológicas lo rechazan con la mirada puesta en otras latitudes pero que en los hechos poco o nada representan, o desde el empresariado que bien conoce que las virtudes del Modelo importan una seria limitación a la discrecionalidad patronal.
No poner todo en la misma bolsa
¿A quiénes aludimos cuando hablamos de la dirigencia gremial? En general nos circunscribimos a unos pocos, ciertos exponentes cupulares asentados en la Ciudad de Buenos Aires. Lo que lejos está de agotar ni constituir el común denominador del universo sindical, tomando en cuenta que existen en el país más de 90.000 dirigentes gremiales considerando a quienes se desempeñan en los diferentes niveles de representación sindical.
El MSA puede facilitar burocracias irrepresentativas, falta de renovaciones en la conducción de los sindicatos y defecciones impunes, pero tales distorsiones no son patrimonio exclusivo de ese Modelo sino que también se verifican en otros de los autodenominados de pluralismo sindical.
Las virtudes que cabe asignarle, por el contrario, superan largamente tales señalamientos críticos. Pues permite una mayor concentración en la representación con la potencia consiguiente en la negociación, la extensión a los no afiliados de los beneficios obtenidos por los CCT –aspecto éste que propone anular el FMI-, una mayor capacidad de conflicto y de fortaleza sindical.
Tiempos de balances y facturas
Las consideraciones precedentes no suponen propiciar la resignación frente a las distorsiones, en razón de las virtudes que se le destacan al MSA. Muy por el contrario, sólo se pretende no caer en generalizaciones erróneas prohijadas en usinas que alimenta el empresariado.
Tanto como admitidas acríticamente por sectores sociales que sienten un profundo desprecio por lo sindical, sin compromiso de solidaridad colectiva alguna aunque sean beneficiarios del accionar gremial en cualquiera de sus vertientes.
El MSA no es responsable de las traiciones de muchos dirigentes gremiales que accedieron a sus cargos, a los que luego se han aferrado, favorecidos por ese sistema de organización sindical. Tampoco es justo teñir a los sindicatos con las excrecencias generadas y que identifican a algunos de sus dirigentes, aun cuando ostenten cargos de conducción en un sindicato.
Lo que no significa ni puede derivar en la tolerancia de conductas de dicha índole. Ni en dejar de recrear, en un elemental ejercicio de memoria sus historias personales y en particular los episodios más recientes que las nutren.
Para muestra…
En los gremios petroleros, lamentablemente, han desfilado y desfilan numerosos servidores de los intereses empresariales. Pero esa misma característica se advierte en otros sectores sindicales, sin que uno u otro caso justifique una generalización que descalifique al conjunto de sus dirigencias.
Un caso reciente y paradigmático es el del Sindicato de Petróleo y Gas Privado de Río Negro, Neuquén y la Pampa, cuya Secretaría General ocupa desde hace 30 años Guillermo Pereyra, también actualmente Senador nacional por el Movimiento Popular Neuquino.
Con un irreductible accionar gremial tuvo en vilo en muchas ocasiones al gobierno de Cristina Kirchner, convocando huelgas intempestivas que ponían en riesgo el aprovisionamiento de petróleo y gas incluso en época invernal. Las reivindicaciones que planteaba era algún mayor porcentual en las paritarias y, sobre todo entre los años 2013 y 2015, la quita de retenciones al impuesto a las ganancias o su compensación con rubros no remunerativos.
¿Qué cambió con Cambiemos?
En lo gremial, admitir la reducción brutal o supresión de adicionales salariales, flexibilización de condiciones de labor que incluyeron la modificación de determinados protocolos de trabajo que incrementan seriamente los riesgos laborales. En lo político, acompañar con su voto –entre otras iniciativas del Poder Ejecutivo- la Reforma regresiva de la Ley de Riesgos de Trabajo.
A las desmejoras ostensibles y pérdidas de puestos de trabajo verificadas en 2016 y 2017, con la aquiescencia sindical, en este año se les plantean nuevos sacrificios a los petroleros cuya dirigencia asume pasivamente.
Programas de jubilaciones y retiros “voluntarios” que se suman a anunciados despidos de más de 1000 trabajadores, con la consiguiente retracción de la actividad en la extracción de petróleo convencional y la previsible reducción futura del plantel de personal por tal causa.
La respuesta sindical a esa avanzada patronal de grandes empresas favorecidas en estos últimos dos años y con crecientes ganancias ha sido la queja discursiva, mediante una declamada apelación al diálogo, sin referencia alguna a medidas concretas de resistencia en defensa de los trabajadores.
Diálogo que, se sabe, no encuentra ninguna predisposición voluntaria del lado empresario, ni alienta expectativa alguna de neutralizar lo que ya se muestra como hechos consumados para las empresas.
En síntesis, podría afirmarse que para cierta dirigencia gremial, cuanto mayor es la receptividad e identificación de las políticas de un gobierno con las reivindicaciones de los trabajadores, mayor es la virulencia e intransigencia de los planteos sindicales. Adoptándose un comportamiento contrario cuando se invierten los términos de esa ecuación, aun cuando se cuente con las fortalezas suficientes para enfrentarlas.
Si nos atuviéramos a ese enunciado, bien podría atribuírsele una lógica propia de varios exponentes de nuestras izquierdas vernáculas.
La historia enseña
La historia permite que conozcamos los hechos del pasado, imprescindible para toda cultura nacional y hasta universal, pero también enseña, muestra errores y aciertos, caminos equivocados y otros que no lo fueron, conductas reprochables o destacables positivamente.
La unidad en la acción no puede ofrecer duda alguna, como tampoco el agotamiento del tiempo para poner en juego las fortalezas propias del MSA. Las actitudes diletantes con excusas y postergaciones típicas e inherentes a una burocracia sindical anacrónica, no resisten el menor análisis.
El Movimiento Obrero ha demostrado en muchas ocasiones tener en claro un Proyecto Político y un Programa que supere lo meramente reivindicativo. Ejemplos son las Declaraciones de Huerta Grande (1957), La Falda (1962), CGT de los Argentinos (1968), los 26 Puntos – CGT (1985), Acta Fundacional de la Corriente Federal de Trabajadores (2016).
Es hora de poner en acto una estrategia acorde con el rol que les demandan los feroces embates neoliberales que sufre el Pueblo en su conjunto.
Se trata de voluntad y decisión, no de mero voluntarismo, confiando en que no estarán solos en esa lucha. Pero la iniciativa es una responsabilidad que les compete.
Asumirla o no definirá si están a la altura de las circunstancias, si merecen el lugar que como dirigentes han alcanzado.