Se calma la economía, se agitan la calle y la política

Mientras el Gobierno atraviesa una pequeña calma económica, se agudiza el conflicto interno en Cambiemos, avanza la oposición en el Congreso y los movimientos sociales en la calle.

07 de septiembre, 2019 | 21.49

La calma es un bien escaso en la economía argentina durante el período macrista. Casi tanto como los dólares. En ese sentido, la semana pasada resultó positiva para el gobierno, que por primera vez desde la derrota en las primarias del 11 de agosto evitó dar las peores noticias del menú. Finalmente, después de tres semanas de zozobra, prueba y error, las medidas de control de capitales pudieron frenar la especulación sobre el precio de la divisa sin causar una corrida bancaria que hiciera volar el sistema por los aires. Los problemas estructurales siguen allí y la caída de los depósitos, si no se revierte, aún puede resultar problemática, aunque desde el ministerio de Economía aseguran que pronto comenzará a notarse el efecto de la liquidación de exportaciones dispuesta por Hernán Lacunza, otorgándole mayor liquidez al Banco Central. En cualquier caso, la situación macroeconómica parece, por unos días, estabilizada: cerca de Mauricio Macri hablan nuevamente de una tregua, esta vez con los mercados, que permite apuntar el horizonte en el diez de diciembre.

Ayudó, en gran parte, la decisión del Presidente a darle un respiro a su agonizante campaña electoral, que quedará relegada a un segundo plano por lo menos por quince días más, mientras sus rivales vuelven a sacar sus petates a la arena este mismo fin de semana. De ahora en adelante, prometen desde el gobierno, Macri tendrá pocas actividades públicas y buscará mantener un tono calmo, evitar la confrontación con Alberto Fernández y eludir, todo lo que se pueda, los exabruptos que caracterizaron el post-PASO. Marcos Peña y Durán Barba seguirán buscando la fórmula de la Coca Cola en el primer piso de la Casa Rosada pero nada de lo que decidan allí tendrá demasiado efecto fuera de esas paredes. La estrategia de comunicación de Cambiemos no responde, como siempre, a un mando centralizado. Fue despostada distrito por distrito y en ninguno de ellos esperan ya el visto bueno del jefe de Gabinete para tomar decisiones. El ecuatoriano todavía asesora al mandatario pero ya ni siquiera participa de las reuniones que solía encabezar. 

Las excursiones de campaña de Macri se reducirán a niveles homeopáticos: un poco por conveniencia y otro poco porque le cuesta cada vez más que le abran la puerta sus propios candidatos. Su foto y el color amarillo fueron definitivamente erradicados de la cartelería en casi todos los distritos: Juntos por el Cambio convirtiose en Sálvese quien Pueda. Empezando por la ciudad de Buenos Aires, bastión del oficialismo, donde Horacio Rodríguez Larreta no quiere ser arrastrado por la misma ola que ya hizo retroceder diez casilleros la promisoria campaña política de María Eugenia Vidal. Los números que le llegan son preocupantes: dentro de los confines de la capital, el Presidente sigue en picada, el jefe de Gobierno apenas logra mantenerse a flote y se complica alcanzar el cincuenta por ciento más uno de los votos para evitar un balotaje de resultado incierto. El alcalde apunta a redoblar esfuerzos en las comunas del sur, donde más retrocedió el voto oficialista. La orden le llegó a funcionarios, militantes e incluso a algunos trabajadores municipales. Hay República y “República”, diría el meme.

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Por lo menos dos versiones replicadas por periodistas insospechados de peronismo señalan que Macri amagó con renunciar después de las PASO y que fue Rodríguez Larreta el que lo evitó, entre insultos y amenazas de consecuencias judiciales y de “algo peor”. Nunca fueron desmentidas. El jefe de Gobierno porteño guarda aspiraciones presidenciales desde hace más de dos décadas y no piensa que el derrape de su (¿ex?) socio lo deje con las manos vacías, ahora que se siente tan cerca de su objetivo. Su ausencia en la nueva mesa de acción política que sesiona cada lunes hace más ruido que todas las máquinas que construyeron el Paseo del Bajo encendidas al mismo tiempo. El 12 de agosto decidió romper lanzas; lo que se vio a partir de entonces sólo fueron restos de un naufragio, que se mantienen a flote solamente porque el 27 de octubre todavía tiene que compartir con él una boleta que pesa toneladas. Hasta entonces, no va a confontar abiertamente. No si puede evitarlo. Asoman, sin embargo, en el horizonte, nubes negras, que pueden adelantar los tiempos.

Los mismos días que los mercados le dieron un respiro al Presidente, comenzaron a agitarse otros frentes, poniendo en peligro la frágil tregua que se estableció de manera tácita después de las primarias: la política y la calle están agotando sus reservas de paciencia ante un oficialismo que no parece percibir la situación de urgencia acuciante que se vive en el país. Aunque existe un consenso en la oposición sobre lo importante que significa sostener la institucionalidad hasta el diez de diciembre, el clima en los barrios es de ebullición y los dirigentes políticos, sociales y sindicales tampoco puede arriesgarse a que los desborde la violencia contenida y el tsunami termine también con ellos. El recuerdo del que se vayan todos permanece fresco en la memoria colectiva y todavía hay una elección a ganar por delante, que en muchos casos todavía no está definida. En momentos como este, la línea entre la prudencia y la inactividad se hace muy fina. 

 

 

Cada día que pasa, la suba de precios de los alimentos arrastra a miles de personas a la pobreza. Y faltan demasiados días para el 10 de diciembre. La situación es insostenible: según números del Observatorio Social de la UCA, uno de cada cuatro chicos en la Argentina solamente come en la escuela o en comedores. El dato es previo a la última devaluación y la situación desde entonces solamente se hizo peor. La necesidad de aplicar respuestas inmediatas para paliar el hambre movilizaron un frente multisectorial que no tiene antecedentes en la Argentina post 2001: allí coinciden desde la UIA hasta la CGT, desde la Federación Agraria hasta la CTEP. El pedido de emergencia alimentaria también llegó al Congreso, donde los legisladores opositores se decidieron a salir de la inactividad que impuso el oficialismo los últimos dos años. Los números para aprobar esa ley están, incluso sin el apoyo de la Rosada. Resulta inexplicable que el Presidente no avance por decreto: se obstina en convertir una medalla en otra derrota política.

Esta semana volvieron, también, los acampes a la 9 de Julio, vigilados de lejos por la Policía de la Ciudad, a pesar de los llamados de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich para pedir que se liberase la avenida. Las discusiones entre Macri y Rodríguez Larreta por la manera de lidiar con las protestas callejeras no son nuevas; vienen desde los primeros días del macrismo. Pero adquieren una candente actualidad en esta nueva situación. El jefe de Gobierno prefiere negociar y contener; el Presidente tiene menos paciencia y menos pragmatismo. El oficialismo y la oposición coinciden en que las situaciones de conflicto van a multiplicarse en las próximas semanas, máxime si el gobierno no toma medidas que aplaquen la urgencia que se vive en los barrios. Tan importante como lograr una transición institucional o calmar el valor del dólar es poner un plato en la mesa de todos los argentinos y llegar al 10 de diciembre sin que corra sangre. A Macri le molestan las comparaciones con Fernando De la Rúa: tiene por delante la posibilidad de diferenciarse por lo menos en una cosa. No es poco.