La felicidad es propiedad de los infelices que se conforman, dice un personaje de El sufrimiento de los seres comunes (Planeta). La frase es una pincelada que describe buena parte del libro, una obra que muestra lo más hondo de la miseria humana. Con historias desgarradoras, desafiantes y violentas, Guillermo Saccomanno alerta que el mundo avanza a un precipicio. Y rememora los setenta como esa herida no siempre visible que acompaña a los personajes de sus cuentos toda su vida. Ese horror los habita, es un cuchillo en la mirada con que perciben el mundo. “En este libro hay una experimentación de los géneros del realismo donde entra la crónica, los documentos, lo confesional. La relación entre lo social y lo individual”, explica.
El autor llama a cuestionar al lenguaje como un sistema establecido y sostiene que ver tanta pobreza en la calle lo llevó a cuestionar el sentido de la escritura. “Mi idea es que la literatura tiene que molestar. Que te cuestione a vos mismo”, reflexiona. En los últimos años, Saccomanno cuenta que se dedicó a leer filosofía para comprender la existencia humana.
-Hay un eje en el libro que es el sufrimiento y el otro que es la dictadura ¿lo ves así?
-Sí, en realidad los cuentos no tienen relación del todo visible con los setenta, pero los efectos de la dictadura están.Se asoman, se ocultan. Siempre cito la frase de Todorov: “los países que han tenido campos de concentración tienen el corazón comido por gusanos”. La complicidad civil, la ignorancia deliberada o voluntaria. La negación. Algunos cuentos son de los últimos años, pero no es que junté material que andaba por ahí, sino que empecé a darme cuenta que todo los que venía escribiendo se orientaban en un mismo sentido.
En este libro hay una experimentación de los géneros del realismo donde entra la crónica, los documentos, lo confesional. La relación entre lo social y lo individual.
-¿Qué heridas te dejó a vos la dictadura?
-Las heridas son pérdidas. Yo soy un sobreviviente de esa masacre. Y prefiero que la escritura hable por mí.
-Hay una imposibilidad en los personajes del libro de ser felices si los otros no lo son. ¿Qué opinión tenés acerca de esa idea?
-¿Hay posibilidad de ser felices en un mundo que camina al precipicio? ¿Se puede ser feliz si sigue vigente la pregunta de Dostoievski de si el infierno es uno o el infierno son los otros? Creo que vivimos un momento de crisis de representación en todos los niveles de la vida cotidiana y de lo personal. Una crisis en la representación democrática y una crisis en la representación en el lenguaje que quiere decir que una cosa que se escribe no es lo mismo para mí que para vos o para los otros. Y eso ocurre en un sistema capitalista que utiliza el lenguaje para sostenerse, que utiliza a los medios para mantener gobiernos crápulas.
-¿Observas eso cuando andás por ahí?
-En Gesell vivo de forma muy modesta y observo cómo la malaria afecta las relaciones humanas. Lo veo cuando voy a Retiro y veo seres que deambulan por la terminal al margen de la marginalidad. Vivo en este departamento en el Bajo y veo gente en la calle, veo familias en la calle todo el tiempo. Cuando veo un panorama tan lúgubre me pregunto hasta el sentido de la escritura. No obstante, a pesar de todo esto escribo.
-¿Por qué cuestionás el sentido de la escritura?
-El sentido de la literatura es aportar belleza al mundo. Hay un lugar desde el que se puede resistir al ponerse del lado de los perdedores. Escribir desde el lado de que todos somos víctimas. Un sistema que cifra su sostén en la familia y lo primero que hace es destruir la familia. Esto lo vio Engels en 1850 cuando observaba la clase trabajadora y mostraba que los niños entraban a las minas a los ocho años. Hoy la explotación ha cambiado hasta llegar al punto en que la gente pide ser explotado. Aquel que se cree fuera del sistema, que se cree un emprendedor: está quemado. Una de las enfermedades de hoy además del cáncer es estar sulfatados, estar quemados.
-¿Cómo esperas que los lectores tomen el libro?
-Me gustaría que los lectores tomen el libro como autobiográfico pero de ellos mismos. Mi idea es que la literatura tiene que incomodar. Que te cuestione a vos mismo, porque sino te cuestionas a vos mismo entonces no podes cuestionar al prójimo.
Este es un libro oscuro, este es un libro de la no existencia de Dios. El desierto está ahí.
-Uno de los personajes dice “la felicidad es propiedad de los infelices que se conforman”. ¿Ese oxímoron es la única variante para vivir en la negación?
-Es una forma de seguir adelante, de negar. Eso ocurre con las personas sin techo: vos caminas por la calle, te vas a ver a tu novia, a un amigo, te vas al cine, te vas al trabajo y ellos siguen ahí, siempre están ahí. Te vas caminando sorteando cadáveres. No se puede escribir fuera de esto. No estoy imponiendo un dogma, pero creo que esto es así. La historia avanza sobre cadáveres decía Nietzsche y nosotros los tenemos en la calle.
Me gustaría hablar de mis lecturas, pero hay una realidad que me estremece. Recién fui al supermercado y vi a una piba tirada semidesnuda en la vereda. Las personas pasaban como si nada.
-¿Qué te hace un escritor?
-No sé, supongo que entrar en colisión en el lenguaje, entrar a trabajar esa zona donde el lenguaje, que se da como lo establecido, te traiciona, que conspira contra vos mismo. Es ponerse en riesgo. El lenguaje es una convención y no es una convención. El lenguaje tiene que ponerse en tela de juicio.
-¿Qué te lleva a leer tanta filosofía como en los últimos años?
-Preguntarme cuestiones esenciales con respecto al ser, con respecto a la relación de uno con el mundo. Dónde está uno parado, qué son los otros y qué es uno. Qué hacemos, por qué hacemos lo que hacemos. Por qué sentimos lo que sentimos. A veces hay zonas de la filosofía que no entiendo y lo leo como un poesía. A veces la filosofía y la poesía se rozan, se encuentra profundamente. A veces en un destello de un poema ilumina una revelación: ¡esto no lo había visto! Con una economía de palabras, el poema puede tener un efecto más potente que la filosofía. En la filosofía, la palabra es sagrada como la revelación, en cambio en la poesía la palabra es utilitaria.