Prácticas machistas y neoliberales naturalizadas en la política

30 de marzo, 2019 | 20.00

Sabemos por experiencia que la articulación de machismo y neoliberalismo conduce a lo peor: el poder del más fuerte, la violencia, la indiferencia, la segregación de las mujeres y de cualquier forma de gozar que sea distinta de la “propia, única y verdadera”, así como la estimulación de ideales racistas, xenófobos y machistas que configuran el clima de época. El poder transforma a los opositores en enemigos amenazantes, degradando el conflicto político a una lucha binaria: malos contra buenos, normales contra anormales, republicanos contra populistas. El neoliberalismo, fundamentado en la tiranía angurrienta de un poder totalitario y concentrado, produce un consenso social uniforme y obediente, que toma consistencia en el odio hacia los que no pertenecen a la liga y en la eliminación cruel de los indefensos.

Todo indica que la cosa común así planteada ya no anda; siguiendo a Freud, es tiempo de volver a pactar lo social: cambiar el modelo económico, político y cultural que incluye las prácticas y los lazos sociales. Para conseguir ese objetivo, en principio es fundamental construir un frente de unidad que se oponga al neoliberalismo y que sea capaz de ganar las próximas elecciones. Sin embargo, el cambio cultural no puede esperar al nuevo gobierno, urge ponerlo en marcha porque es necesario erradicar la política tradicional de tinte machista y neoliberal que se ha naturalizado en la política (aún en sectores que manifiestan oponerse al neoliberalismo y al patriarcado). Las construcciones populares deben estar advertidas, porque muchas veces reproducen inconscientemente las mismas lógicas de aquello que rechazan.

El feminismo muestra un camino que permite transitar una nueva forma de hacer política

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Será imprescindible detenerse a pensar y decidir cuál será el cemento fundamental que articulará la unidad: la identificación o el discurso.

La identificación conduce a la masa de iguales, paradigma del neoliberalismo: una subjetividad en serie, un consenso obediente que segrega lo heterogéneo y rechaza la política. Si la unidad del frente se basa en la identificación los otros funcionarán como dobles, no habrá lugar para el “otro” en tanto diferente, se le hablará a los iguales o, dicho de otro modo, a uno mismo. En cambio si lo que opera como articulación es el discurso, la construcción de hegemonía será política y estará sostenida en la voluntad popular, pasando la identificación a funcionar como un efecto secundario sin centralidad. El rasgo constitutivo de las construcciones políticas es la diferencia, que produce conflicto, tensiones, acuerdos: une y separa. Es necesario otorgarle dignidad a la diferencia y custodiarla si se quiere obtener una construcción política y no una masa. Apostar a la política implica hacer comparecer la diferencia, tener la convicción de que no significa una amenaza o un peligro, sino que, por el contrario, la masa de iguales es la que conduce a la antipolítica, y al odio.

Por otra parte, cabe plantearse algunas preguntas: ¿qué conductas machistas y antidemocráticas repetimos inconscientemente en la práctica política y social, inclusive aún afirmando que las rechazamos? ¿Cómo expulsar el fascismo incrustado en nuestro discurso y en nuestros actos? ¿Cómo aseguramos la democracia interna del frente? ¿Es posible una construcción política basada en lazos amistosos y no de rivalidad o agresividad?

Para que el frente de unidad y rechazo al neoliberalismo mantenga su fuerza libertaria, su apuesta democrática emancipatoria y no acabe absorbido por la semiótica fascista, es indispensable que desde su fundación no reproduzca las prácticas machistas o neoliberales. Esto implica la necesidad de ejercitar la hospitalidad con la alteridad, porque no puede haber democracia, justicia y lazos exentos de hostilidad si no se tiene en cuenta el derecho del otro como alteridad infinita e irreductible.

Es imprescindible terminar con la política tradicional y deconstruir las formas antidemocráticas, machistas y patriarcales instaladas, caracterizadas por la presencia de egos, celos, rivalidad y agresividad. De lo contrario, aunque se enuncie el rechazo del neoliberalismo y la concentración del poder, no será posible generar un cambio en el tejido social y las lógicas violentas del poder- sometimiento.

La democracia del frente no está garantizada, sino que se encuentra permanentemente amenazada. Las decisiones, las acciones, no deben estar determinadas a priori ni responder a la imposición jerárquica de un grupo, sino que deben ser el fruto de incesantes e inacabados debates como ejercicio de la voluntad popular. Será necesario encontrar mecanismos de regulación frente a la concentración del poder, custodiar la voluntad popular y controlar a los representantes para que no actúen totalitariamente. La vitalidad democrática tiene como condición la invención constante y no un funcionamiento burocrático.

El feminismo muestra un camino que permite transitar una nueva forma de hacer política, desarmando el monopolio de la palabra masculina y abriendo un espacio de amistad más democrático y horizontal, en el que cualquiera tenga la libertad de decir sin sometimiento ni hostilidad. La amistad, la solidaridad son fuerzas aglutinantes e indispensables en toda lucha.

Si no comenzamos a dar la batalla cultural decidiéndonos a experimentar nuevas formas políticas despojándonos de las naturalizadas prácticas yoicas, violentas y autoritarias, el frente que se está organizando será solo una herramienta electoral con fachada democrática.

Un frente democrático que reconfigure en serio el orden social establecido, promete una nueva forma de hacer comunidad basada en vínculos más amistosos, solidarios y libertarios. No hablamos de una utopía que se desplaza, sino de una posibilidad que será realizable solo si asumimos la mayoría de edad. Esto significa ser capaces de construir una unidad política y no una masa de iguales, dejando de lado sectarismos y prejuicios, sin aplastar la pluralidad, el debate y el desacuerdo: la articulación de una potencia colectiva que incluya deseos singulares, una inteligencia y una fuerza productiva común, que se proponga trabajar y crear radicalizando la democracia.