Con esperanza, miramos los resultados de la pasada elección. Uno de los objetivos del macrismo era hacernos dudar de nuestra propia capacidad de hacer política. El territorio devenía en trolls, las propuestas en tweets y la acción política en big data.
Pensar que las corporaciones tan amigas del macrismo iban a echar su suerte a la contingencia electoral, parecía algo insólito. El plan de reforma no estaba del todo avanzado, Trump abrazaba (con lástima, desprecio y un poco de risas) a Mauricio y Bolsonaro tenía planes de patria chica. Por su parte, los bancos, el capital financiero y las patronales rurales, se aseguraban de que la Argentina siga siendo una tierra para extraer lo que dé. Pero, por desgracia para todos ellos, el subsuelo de la patria otra vez se sublevó, para reformular los cimientos de la democracia argentina.
Sin embargo no fue cualquier democracia. Fue la democracia que nos legaron Néstor y Cristina. Democracia de alta participación y sedienta de ampliación de derechos. Dudo que la democracia de los noventa pudiera haber dado un gesto tan contundente. Aparecen entonces las preguntas: ¿Logró el macrismo imponer su visión de mundo? Limitada su pretensión de hegemonía: ¿queda ahora exhibido su gobierno como pura dominación? Sin la imposición de esta visión de clase: ¿quedan sólo los negocios y chau?
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La marcha del 24 de agosto puede dar alguna respuesta. La incapacidad actual del macrismo para interpelar a los sectores más jóvenes, nos muestra la imagen de un sector que se reencuentra con su linaje histórico a partir de una movilización que en nombre de la república recusa el veredicto electoral. El macrismo es hoy esa paradoja, sumada a las fantasías de Lanata que, a mi juicio, los ayudó más que Durán Barba.
Un viento de alegría nos abrazó aquel domingo electoral a la noche. La felicidad de saber que éramos muchos y teníamos ganas de ser más. Porque si hay algo que queda en claro después de estos 4 años es que la felicidad es colectiva o no es. Sin embargo, la disparada del dólar de los siguientes días nos recordó que los festejos se acaban temprano porque al otro día hay que madrugar para arreglar el país. Pero, ¿cómo se compone un gobierno popular luego de 4 años de macrismo?
Sabemos que estamos distintos. Pero la nostalgia, al tango porque a la política, las convicciones. Entonces aparece la cuestión de qué podremos esperar del próximo gobierno. Y la respuesta debería ser, en línea con Chantal Mouffe, populismo de izquierda, esto es, soberanía popular y justicia social. Populismo complicado, no el que escupe brutamente la TV. Populismo entendido como la articulación de todas las demandas que han quedado por fuera del sistema. Populismo, que una vez en marcha tiene que incluir compulsivamente y a los tumbos, pero inclusión al fin. Populismo que comprende la urgencia del presente y transforma la mendicidad en derecho adquirido.
Un populismo con identidad abierta pero que sabe bien quién está enfrente. La dirigencia ha hecho su parte. El pueblo también: puso un límite al ajuste, al endeudamiento eterno, a la gente comiendo de la basura, a los policías disparando (porque las armas están para usarse) y a la pendejada yéndose del país porque en España esas copas no se lavan solas.
Del otro lado, neutralizados, deberán quedar los que quitaron los remedios y jubilaciones a nuestras abuelas, mandaron a la casa a un par de genocidas, sacaron a los pibitos de los colegios para levantar la cosecha, mataron un viejo por robar un queso, le pegaron a algunas por lesbianas, y quisieron que en la Argentina vuelva a triunfar la voracidad de las oligarquías empachadas.
Ahora parece que no van a poder. Seamos cada vez más, y en una de esas, además de salvarnos nosotros, les damos una mano a nuestros hermanos de toda Latinoamérica.
Siempre, el amor, de nuestro lado.