La crisis cambiaria que vivimos hace dos semanas en la Argentina es la manifestación de la inconsistencia que caracteriza al modelo económico de Cambiemos. La insustentabilidad del programa que implementa el “mejor equipo” torna inevitable que determinados episodios dejen expuesta la vulnerabilidad externa de la economía que Mauricio Macri ha configurado desde su asunción.
Es cierto que hay una ruptura de la confianza de los grandes jugadores financieros globales, como los bancos de inversión, con JP Morgan a la cabeza, hacia el gobierno argentino, que desencadenó una corrida en la que ya se devoraron U$S 9.000 millones de las Reservas Internacionales del Banco Central (BCRA), mientras el dólar escaló hasta los $ 23,79 el último viernes, con niveles astronómicos de las tasas que buscan convencer a quienes mantienen posiciones en pesos de que no salgan corriendo a dolarizarse. Pero no es menos cierto que el quite de confianza se fundamenta en la propia inconsistencia del modelo económico del gobierno de Mauricio Macri (modelo de M, de aquí en adelante). Es que el modelo de M tiene fallas de origen que no pueden salvarse con parches: ¡hace falta un cambio!
Veamos, de manera muy sintética y para que se entienda: cuando Macri asumió, tomaron una serie de decisiones que signaron la insustentabilidad del modelo de M. Se liberalizó el mercado cambiario, permitiendo que cualquiera (en la práctica sólo aquellos que tienen excedentes) pueda comprar dólares sin ningún tipo de límite para fugarlos. También se desreguló por completo la circulación de capitales, permitiendo la libre entrada y salida de flujos especulativos que, en un contexto de promoción de la timba financiera, pueden entrar, valorizarse a tasas altísimas, dolarizarse y fugarse. La liberalización no fue sólo financiera sino también comercial, mediante la apertura irrestricta de importaciones, que determinó los niveles récord de déficit comercial de los últimos dos años. Entre otras decisiones, se abolieron las regulaciones sobre la liquidación de divisas de las exportaciones, de modo que hay total libertad para no liquidar y para no ingresar las divisas al país.
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Ese conjunto de decisiones configuraron el modelo de M, engendrando las condiciones de su propio colapso. El programa liberalizador amplificó de manera sideral la demanda de dólares (fundamentalmente para la fuga o Formación de Activos Externos, FAE, pero también para el pago de las crecientes importaciones, amén de la remisión de utilidades de las multinacionales o el turismo exterior):
- Desde que Macri asumió hasta el primer trimestre de este año, los ricos de la Argentina, a través de la FAE, le birlaron a la economía nacional U$S 40.909 millones.
- En esos 27 meses, el pago de las importaciones indiscriminadas de bienes consumió U$S 116.682 millones, acumulando un déficit comercial (por el exceso de importaciones sobre exportaciones) de U$S 9.975 millones.
- Para el mismo periodo, las multinacionales extranjeras giraron utilidades por un total de U$S 5.206 millones.
- El turismo exterior de aquellos que pudieron darse el lujo, se llevó, en la era Macri, U$S 21.922 millones.
Al mismo tiempo que expandía fuertemenete la demanda del billete verde, el modelo de M limitó la oferta, de por sí finita, al permitir que los exportadores no ingresaran las divisas. El gobierno hizo marketing con la “lluvia de inversiones” pero lo cierto es que las inversiones nunca llegaron. Brilló por su ausencia la Inversión Extranjera Directa (IED) y ni siquiera la especulativa (de Portafolio) fue tan significativa. Para todo el periodo de gobierno de Cambiemos, hasta marzo de este año, la IED acumuló U$S 5.295 millones, mientras que la “inversión” especulativa permitió ingresar U$S 12.518 millones, totalizando entre ambas, U$S 17.184 millones, apenas el 42% de lo que se escurrió por la canaleta de la fuga e incluso menos de lo que salió por turismo.
Los desequilibrios externos se acumularon geométricamente, determinando una de las debilidades características de este modelo de M: la absoluta dependencia del endeudamiento para cubrir los rojos crecientes del frente externo. La deuda en moneda extranjera del Sector Público Nacional, en los primeros dos años largos de Macri, asciende a niveles que asustan: U$S 141.620 millones. Las Reservas del BCRA, por su parte, apenas crecieron U$S 29.327 millones, entre el día que Cristina Fernández de Kirchner dejó la presidencia y el día de hoy.
La toma de deuda desenfrenada agudizó los desequilibrios: los abultados intereses que esa deuda genera constituyen una nueva fuente de demanda de divisas y, al mismo tiempo, ensanchan cada vez más el déficit fiscal, que sirve de excusa para el ajuste permanente sobre los argentinos. Por cierto, desde la llegada de Macri a la Rosada hasta el término del primer trimestre de este año, por el pago de intereses de la deuda, perdimos a manos de los acreedores, U$S 5.779 millones, unos U$S 500 millones por encima de lo que lo ingresó por IED.
Algunos días antes de que comenzara la corrida ya se había observado la rotura de confianza de “los mercados”, con jugadores que, en Nueva York, estaban haciendo subir los seguros contra un default en Argentina. Es decir que, por más neoliberal y “market friendly” que sea este gobierno, la inconsistencia de la política económica, la insustentabilidad del modelo de M, deuda-dependiente 100%, fue traducida por los grandes jugadores financieros globales como temor a no cobrar lo que venían prestando. Y vino lo que todos conocemos: JP Morgan, el principal banco de inversión del planeta, se retiró de plaza local y comenzó la corrida cambiaria. En el camino, el dólar escaló 27% desde diciembre, y las Reservas cayeron hasta U$S 54.419 millones, perdiendo cerca de U$S 10.000 millones este año.
Desde el 27 de abril, en tanto, el BCRA llevó la tasa de interés de referencia de 27,25% a 40 por ciento. No obstante, a pesar de que el último viernes las tasas de LEBACs en el mercado secundario llegaron a 140%, da la impresión de que no hay nivel de tasas capaz de convencer a los inversores de no dolarizar sus carteras. De allí la preocupación en torno de la licitación de LEBACs del próximo martes, donde vence el equivalente a más de U$S 28.000 millones. Si una parte de esas Letras no se renovaran y los poseedores de esos pesos dolarizaran sus tenencias, profundizaría la devaluación de las últimas semanas, con el consecuente impacto inflacionario. Y un riesgo latente: que la falta de credibilidad que genera el gobierno en los grandes inversores se haga carne, también, de los pequeños ahorristas y, por ende, que la crisis se traslade al resto del sistema.
En este escenario, la decisión del gobierno de acudir en busca de auxilio al FMI fue más un agravante que un alivio, en especial para los inversores minoristas, marcados por crisis del pasado y la experiencia del 2001, en la cual perdieron una parte importante de sus ahorros. En relación con los mayoristas, lo que ocurrió durante la jornada del último viernes tampoco parece ser un dato alentador. La tranquilidad que el gobierno buscó llevar a los acreedores, con el acuerdo con el Fondo, no generó el efecto buscado. En cambio, los argentinos sabemos a ciencia cierta que, junto con el FMI, vienen recetas de más ajuste que no harán sino echar más leña al fuego de una economía desequilibrada, con déficit gemelos, fiscal y comercial, un déficit de cuenta corriente del orden del 6% del PBI y un importante déficit de demanda que se cristaliza en sufrimiento social.
El gobierno debería, en lugar de buscar salvadores externos, reconocer el fracaso del programa liberalizador, restaurar las potestades regulatorias del Estado para poder restablecer cierta normalidad en la economía y, lejos del ajuste, resolver la insuficiencia de demanda devolviéndoles a trabajadores, jubilados y a las grandes mayorías nacionales la capacidad de consumo que vuelva a poner a girar la rueda. De paso, con la racionalidad económica, se estaría reponiendo algo de la justicia social sin la cual, amén de lo económico, ningún esquema de convivencia nacional es sostenible.
*Economista / Diputada Nacional, Unidad Ciudadana