Para qué sirve el acuerdo con china

14 de febrero, 2015 | 17.42
Por Fernanda Vallejos
@fvallejoss
Exlusivo El Destape

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Históricamente, la Argentina y el conjunto de los países de América Latina y el Caribe han mantenido relaciones de dependencia con las potencias imperiales. Principalmente los EEUU, en las décadas más recientes, otrora Inglaterra. Esto implicó un alto nivel de sojuzgamiento en lo económico y en lo político. Que se reflejó en la imposición de la teoría de las ventajas comparativas, en la condena a la desindustrialización de nuestras naciones y el somentimiento a un destino de proveedores de materias primas. En la imposición de un supuesto libre comercio que no hacía más que reforzar aquella dinámica desventajosa para nuestros países en el marco de una división internacional del trabajo diseñado desde el centro que nunca dejó, por medio de las desparejas relaciones de poder determinadas en el marco de los diferentes foros y organismos que cristalizaron el ordenamiento de la gobernanza global, de ejercer la protección sobre sus economías impidiendo el acceso a los productos de los países en desarrollo mientras violentaban nuestras economías con aperturas liberalizadoras indiscriminadas, como la que padecimos en la Argentina en las tres décadas previas al kirchnerismo y, con especial énfasis, durante la década del 90 signada por el Consenso de Washington.

El mismo análisis puede replicarse sobre el tema de la deuda, tan en boga en estos días, donde los buitres acechan no sólo a la República Argentina sino a otro conjunto de naciones, entre ellas Grecia, ahora que pretende alzar la voz y ejercer el poder popular para poner límite a la voracidad del neoliberalismo y su recetario de "austeridad". Las naciones imperiales y, especialmente, sus elites económico-financieras, se beneficiaron, disfrutando del drenaje de las riquezas que se producían en nuestros países, a través del mecanismo de la deuda, amén de la remisión de utilidades posibilitada por la extranjerización de nuestras economías perpetrada al calor de las crisis que ellos mismos promovían para luego alzarse con nuestras empresas, cuando no de la fuga de los excedentes dolarizados por las oligarquías nativas tan bien dispuestas a servir a intereses foráneos, y que hoy por hoy pone al desnudo, frente a los ojos del mundo, la lista del HSBC.

La discusión que se ha abierto a partir de los años 2000, que pone en cuestión el sistema-mundo, el fin de la historia y la irreversibilidad del pensamiento único, enmarca la orientación que han adoptado no sólo la Argentina sino el conjunto de naciones en vías de desarrollo. Tanto en lo que hace a la recuperación de nuestro destino latinoamericano, cristalizado en la Unasur, en la CELAC, sino también en un horizonte más vasto que extiende la mirada a lo largo del eje Sur-Sur en la definición de una política estratégica que enlaza al conjunto de países emergentes, con los BRICS y, por supuesto, China, en la búsqueda de la construcción de una contrahegemonía, en la dimensión geopolítica. En este sentido, la alianza con la República Popular de China trasciende lo económico para inscribirse en la búsqueda de un destino de independencia, que permita a nuestras naciones alcanzar sus metas de desarrollo económico y social, rompiendo el yugo del neoliberalismo y la lógica imperio-dependencia. Las relaciones con China, en este marco, aparecen como parte de un nuevo ordenamiento mundial que puja por nacer, donde los países emergentes abandonamos el rol de neocolonias para pasar a asumirnos como artífices de nuestro propio destino.

Desde ya que la posibilidad de construir una definitiva y real emancipación económica y política para las naciones latinoamericanas depende en gran medida de las políticas que nos dictemos, más allá y más acá del aprovechamiento de las oportunidades que nos ofrece la relación con China. En el caso de Argentina, en particular, pero no es demasiado diferente en el caso de otras naciones de la región, esto tiene que ver con el despliegue y la profundización de políticas de desarrollo, como las que se han puesto en pie en los últimos doce años, para repotenciar el desarrollo de nuestra industria nacional, en articulación con nuestro sistema científico-tecnológico, la sustentación de un mercado interno robusto, donde las políticas de demanda y el rol estratégico del Estado nacional como conductor de este proceso, frente a la reacción de los poderes fácticos, resulta crucial.

En ese marco, el fortalecimiento de nuestra región como tal y la posibilidad de afianzar los mecanismos institucionales y políticos que nos permitan pensar y diseñar políticas económicas, de infraestructura, de defensa, etc, tanto como actuar y negociar con sentido de bloque, se vuelve esencial y constituye un enorme desafío que tenemos por delante. La articulación estratégica del conjunto de países emergentes a escala global, sigue siendo el norte que debemos perseguir y en ese orden está la relación estratégica con China. Pero también, el fortalecimiento al interior de cada Nación de los proyectos políticos que dan carnadura a ese sueño eterno de independencia, soberanía y justicia social.