A la memoria de Javier León y Juan Francisco Bulacio
Vamos al Coliseo a prendernos fuego. Así es. Así fue. Y entiendo que así no será más. Voy a ver al Indio Solari en su etapa solista desde 2008. Asistí a casi todos sus shows desde ese año. Con 80 mil personas, con 100 mil, con 150 mil, con 200 mil y el sábado 11 de marzo de 2017, con 300, 400, 500 mil. Con un mar de gente.
El show del sábado no se diferenció en nada a ninguno de todos los shows del Indio a los que fui. En nada. Tuve la entrada más traumática en Tandil en 2010. Tuve la salida más difícil en Gualeguaychú en 2014.
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El sábado en Olavarría llegué tarde: entré 20.30. Tuve una entrada tranquila, apretado, claro, como sucede siempre, pero pocos metros. Caminé 60 cuadras desde el micro hasta el predio. Fue la primera vez que fui en un "micro ricotero". La salida fue de las que menos padecí junto con la de Mendoza en 2013.
Nada de lo que transcurre en un show del Indio está dentro de los parámetros de la normalidad, de lo cotidiano. Nos acostumbramos mal. Aceptamos este juego. El juego del sacrificio: de viajar horas, a paso lento, mal dormidos, mal comidos, caminar cientos de cuadras para entrar, para salir, llegar al ingreso arrastrado por la marea de gente, salir del predio aún peor porque los miles salen todos juntos y no ingresan de a tramos como en la entrada. Disfrutamos, sin explicación, de este juego. Lo sabrán, lo sabremos, quienes hayamos asistido a una buena porción de shows del Indio.
El Estado (la policía, los bomberos, las ambulancias) nunca está. ¿Por decisión de la organización del evento, por decisión del Indio o por decisión del Estado? De esos tres servicios que debería prestar el Estado hay uno que está clara la causa de su ausencia y es la policía. ¿Para qué queremos a la policía? ¿Para que nos mate, como lo mataron a Walter Bulacio?
Las entradas no se cortan, se muestran. Varios, muchos, cientos, miles entran sin entrada. Pasó en Olavarría, pasa en todos los shows. No es nuevo para nosotros. Se pierden pibes a la salida, porque "fisuraron", porque fueron sin planear la vuelta, porque perdieron el micro, porque perdieron el celular, porque perdieron la billetera, la plata, todo. Aparecen dos, tres, días después en sus casas. Vuelven a dedo, se ven en las rutas. Vuelven gratis en un tren. Caminan sin parar. Todo es común para nosotros. Todo está mal. Pero siempre pasa lo mismo. Todo es normal. Menos la muerte. La muerte es el límite. No había habido muertos en shows del Indio desde su etapa solista.
El nuevo código de sacar a la policía de los shows había dado resultado. Desde 2005 (primer show del Solari solista) hasta hoy. Se habían acabado los Bulacio (qué paradoja horrible), los caballos y la montada afuera golpeando, la represión, las balas de goma, las balas de plomo. Ese verdadero flagelo de los 90 en los shows de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota que se extendió hasta el final de la carrera de la banda más importante del rock argentino, coronándolo con dos River trágicos en el año 2000, un año antes de la separación definitiva de Solari y Skay Beilinson.
Pero el fantasma de la tragedia volvió. Y volvieron los muertos. Que si bien las causas no fueron exactamente el aplastamiento y la avalancha, hay decenas de heridos producto de ese vacío que dejó la organización, el Indio y el Estado. Aún resuena el grito del Indio pidiendo por Defensa Civil en el lugar del caos. El sábado vi lo que vi en todos los shows del Indio. Vi desmayos, vi gente bañada en transpiración, vi gente "dada vuelta", vi gente en absolutamente todos los estados a nivel alcohol y drogas. Nada diferente a lo que veo siempre. Insisto: todo está mal, pero nos acostumbramos. Lo disfrutamos.
Salí del show contento. Me había ubicado en un lugar tranquilo para ver el recital, donde se escuchaba bien, donde se podía saltar, bailar, cantar con tranquilidad, me sentía bien. Me gustó la lista de temas. Me pareció que le faltó más rock. Más temas movidos. Pero gusté de los lentos: de Etiqueta Negra, de Una rata muerta en los geranios, de Esa estrella era mi lujo. Salí pensando qué iba a escribir. Ya tenía el título en mi cabeza. Iba a ser "El show más político del Indio". Porque así fue. Una cadena de canciones elegidas para este momento del país, como nunca antes había hecho Solari. Con Todo preso es político, con To beef or not to beef, con Ropa Sucia, con Todos a los botes, con Nuestro amo juega al esclavo, con referencias del cantante contra la baja de la edad de imputabilidad, con un mensaje sobre la identidad, sobre la dictadura, para concientizar y apoyar a las Abuelas de Plaza de Mayo.
Pero a las 3 de la mañana, mientras caminaba hacia el micro y con el último 5% de batería que me quedaba en el celular, un mensaje de voz de una amiga me contó de la tragedia. Había muertos. Había gente que fue a ver un show de rock y murió. Primero fueron 11 y entre ellos dos menores, después 7, todos muertos por avalancha, algunos caídos de una torre de sonido. Así informaban los medios de comunicación en Capital Federal.
Finalmente se confirmaron dos muertes y no por esas causas. Sigue siendo una tragedia y un hecho terrible. Y triste. No fue Cromañón como quisieron algunos medios y periodistas, que entraron a la carnicería a comerse fuerte a una voz crítica de los medios y de este Gobierno. No estuvo ni cerca de ser algo similar a la peor tragedia que tuvo nuestro país. Pero fallaron cuestiones importantes: el predio debió ser más grande, el personal médico y de socorristas debió estar presente y en mayor número y los accesos de entrada y salida no debieron ser igual a lo que fue siempre. Los responsables de estos tres ítems son el Indio, la organización y el Estado. Fallaron.
No sabemos aún si habrá otra oportunidad del Indio para no retirarse en estas condiciones. No sabemos si este de Olavarría será el último show de su carrera. Sí sabemos que en estas condiciones y con este antecedente no puede haber otra "misa" donde se repitan estas fallas.
Como dato para la estadística: el show, llamativamente, no cerró con Jíjíjí sino con Mi perro dinamita. En Córdoba en 2001, en el último show de los Redondos, y también extrañamente, la banda cerró con otro tema que no fue el clásico con el que se terminaban los shows ricoteros. Así, Ángel para tu soledad quedó en la historia como el último tema en vivo de los Redondos.