No es un tribunal con jueces y crucifijos. No hay secretarias ni estrados. Es un teatro en plena calle Corrientes. Sobre las tablas del escenario en una especie de dormitorio adornado con pañuelos verdes enormes, un centenar de mujeres del colectivo Actrices Argentinas. Algunas están sentadas en el piso, otras en sillas, algunas más paradas. Hay una pantalla enorme y una luz que se apaga para ver y escuchar a Thelma Fardín contar una violación frente a cámara. En una habitación de hotel ella reconstruye un crimen de poder: el actor Juan Darthés, de 45 años, la viola a los 16 años. Están en Nicaragua en una gira de la tira juvenil Patito Feo. Durante nueve años ella guarda ese crimen en su memoria. Cuando escucha a otra actriz, Calu Rivero, contar una situación de abuso sexual en el ámbito laboral, decide hacerlo público. El pacto de silencio se rompe.
El actor usa una frase para justificar la violación: “mirá como me ponés”. Se lo dice a Thelma y a otras actrices que también denunciaron distintos grados de abuso. Ana Coacci y Natalia Junco los nombres de otras actrices atravesadas por historias similares con la misma persona. Las Actrices Argentinas se apropian de la frase y la cargan de sentido como una flecha dirigida a Darthés y a todos los machos. “Frente a este maltrato, esta indiferencia y mordaza legal, las actrices nos organizamos. Frente al Mirá cómo me pones, nosotras decimos Mirá cómo nos ponemos, nos ponemos fuertes, unidas, frente a tu violencia y tu impunidad, estamos juntas. Que se haga justicia por nuestra compañera y por todas. Esto recién empieza”, leen de manera coral. Hay mucho más que una víctima y su victimario. Mucho más que una escena dolorosa y un morbo que obnubila: hay un sistema de poder que se quiebra. Frente al pacto de machos con el que se sostiene la impunidad, aparece el pacto feminista: la escena y la salida colectiva. Thelma no está sola, Darthés no es el único violador.
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Aunque la mayoría de los cronistas varones elijan insistir en la singularidad de la historia, en la reconstrucción pericial de cada momento, le exijan más pruebas a la chica y demanden más detalles; la imagen del Multiteatro desbordado se vuelve una escena indeleble. No es “el #MeToo argentino”, como se apuraron a decir los medios hegemónicos y así licuar de sentido una construcción política en la que se enmarca esta denuncia pública. El relato de Thelma se ubica en una genealogía que va desde el primer Ni Una Menos con los edificios iluminados de violeta, que continúa con las denuncias de abusos en el rock y el “Ya no nos callamos más”, sigue con los paraguas que colmaron Plaza de Mayo en el primer paro de mujeres, lesbianas, travestis y trans y continúa con las cientos de imágenes de pañuelos verdes como estampa del año en que se logró por primera vez debatir el aborto legal en el Congreso. Un relato que como todo acontecimiento feminista, tiene un linaje: la columna vertebral de los Encuentros Nacionales de Mujeres, el marco de la lucha por los derechos humanos.
La palabra está habilitada. “Ni una menos es un grito colectivo, es meterse donde antes se miraba para otro lado, es revisar las propias prácticas, es empezar a mirarnos de otro modo unos a otras, es un compromiso social para construir un nuevo nunca más“, decía el documento del 3 de junio de 2015. Desde entonces, un nuevo nunca más está en construcción.
Con la ayuda de alianzas feministas indispensables, una red de cuidados y un acompañamiento solidario sostenido, la actriz viajó a Managua, en Nicaragua, a radicar la denuncia. Lo hizo como medida de protección para resguardarse de que la acusación vuelva como un boomerang, como hizo Darthés con la denuncia de Calu Rivero. Habló ante la Unidad Especializada de Delitos Contra la Violencia de Género del Ministerio Público del país centroamericano.
El 8 de diciembre, la Embajada argentina en Managua certificó la denuncia de la actriz ante el Ministerio Público de Nicaragua. Thelma Fardín logró denunciar gracias a una articulación feminista que no falla: periodistas, como Luciana Peker y abogadas, como Sabrina Cartabia. En Nicaragua la joven, que hoy tiene 26 años, se reunión con la CPDH (Comisión Permanente de Derechos Humanos). La denuncia judicial es solo una parte de una trama mayor.
El feminismo es desborde, los contornos de la justicia patriarcal no son suficientes para canalizar las denuncias de todas las opresiones que precarizan las vidas de pibas, mujeres, lesbianas, travestis y trans. El feminismo es estrategias de cuidados y acompañamientos colectivos y que genera episodios como este: un escenario teatral donde se representa la organización de una justicia feminista, frente al pacto machista.
“El tiempo de la impunidad para los abusadores se tiene que acabar”, dice Lali Espósito una vez y lo repite: “El tiempo de la impunidad para los abusadores se tiene que acabar”.
El relato colectivo y la historia individual de Thelma dialogan todo el tiempo. Las actrices se turnan para hablar en el acto y aportan datos. “Según una encuesta reciente de SAGAI, el 66% de les intérpretes afirmó haber sido víctima de algún tipo de acoso y/o abuso sexual en el ejercicio de la profesión. Se parece más a una norma que a una excepción”. A su vez tienen preguntas para hacerse en un marco institucional que les parece insuficiente: “Porque, ¿a quién vamos a denunciar? ¿Al jefe de casting? ¿Al dueño de la productora? ¿Al director de la obra o película? ¿Al maestro de teatro?”.
Nadie responde. “Gracias a que alguien habló yo hoy puedo hablar”, dice Thelma y vuelve a poner el foco en lo colectivo. Nueve años tuvo una violación clavada en su biografía, hoy ya es parte de la memoria feminista y colectiva.