La crisis estadounidense de la subprime en 2007 fue otra contundente demostración. El mercado no era capaz de autoregularse y la mano invisible fue suplantada por la mano del Estado, pero no cualquiera, sino la del Estado norteamericano, uno de los máximos impulsores históricos del capitalismo y el libre mercado global. Y es que en efecto, la desregulación del mercado crediticio inculcó durante años una bomba cuya explosión fue inicialmente respondida con la misma medicina desregulatoria, hasta que la profundidad de la crisis reconvirtió a George W. Bush en un estatista interventor, liderando las mayores nacionalizaciones de la historia norteamericana, dirigidas fundamentalmente a entidades bancarias, e inyectando cerca de 90 mil millones de dólares para evitar más quiebras bancarias.
Aquellas vivencias provocaron un fuerte cuestionamiento a la teoría económica neoclásica, cuyas formulas habían propiciado la mayor crisis global desde la década del 30 del siglo XX, sin ofrecer además una salida sustentable. Paralelamente, mediante teorías económicas alternativas, todas ellas agrupadas bajo el híbrido concepto de “populismo”, latinoamérica no solo conseguía eludir el contagio total de la fuerte crisis, sino que atravesaba una década de crecimiento y distribución del ingreso como nunca antes había experimentado.
Pero como si nada de toda esta historia reciente hubiese acontecido, el equipo económico de la alianza Cambiemos volvió a las viejas recetas apenas asumido, lo cual se profundizó una vez que le entregó el control de la economía al FMI. Sea por convicción dogmática o por una simple prueba empírica, lo cierto es que la alianza Cambiemos y el FMI sometieron a la sociedad argentina a un intenso sufrimiento, con el fin de demostrar que sus añejas teorías y conceptos no eran errados. Finalmente, el saldo de la nueva experiencia tuvo inmensos costos sociales, pues hasta el momento, durante la gestión macrista se sumaron 4,5 millones de pobres, la desocupación subió del 5,8 por ciento al 10,6 por ciento, y el PBI cayó cerca de 8 puntos porcentuales.
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Por eso, tal vez el único aspecto positivo que deja esta gran crisis, es una nueva demostración de lo erróneas que resultan las teorías neoliberales que desde hace cuatro décadas intenta instalar la derecha argentina, por lo menos para nuestro país:
- En el último año la base monetaria tuvo crecimiento cero, las tasas de interés llegaron al 86 por ciento, y el déficit fiscal primario tuvo una tendencia a la baja para converger también en cero. A pesar del lógico impacto que esto tuvo en la destrucción de empresas y empleo, la inflación fue la más alta de los últimos 28 años, con un cálculo del 55 por ciento anual, según el REM del BCRA.
- Durante el gobierno macrista, los salarios perdieron un 26 por ciento de su poder adquisitivo, según la Fundación Atenea. Sin embargo, como se señaló, lejos de incentivar el empleo, la desocupación aumentó.
- La devaluación en la era Macri superó el 500 por ciento, sin embargo, las exportaciones totales orillaron entre los 55.000 millones y 60.000 millones de dólares, lejos de lo acontecido entre 2011 y 2014, cuando oscilaban entre los 70.000 y 80.000 millones de dólares, pese a que se había implementado un cepo para evitar una megadevaluación.
Son solo algunos ejemplos que exhiben la distancia entre los postulados neoliberales y su aplicación en nuestro país, lo cual no debería sorprender teniendo en cuenta los resultados de anteriores experiencias similares, implementadas por la dictadura cívico militar, el menemismo, y la primer Alianza. Por supuesto, en todos estos casos, como en el actual, los miembros de la ortodoxia dura y “blanda”, autodenominados keynesianos, no admiten sus errores de diagnóstico y recetas, sino que culparon y culpan a la mala praxis por el evidente fracaso, cuando no a la sociedad argentina por no aceptar una mayor reducción de sus ingresos y derechos.
Solo resta saber si la sociedad les dará una quinta oportunidad a la derecha local, o si esta cuarta, será la vencida.