Algunos analistas de ambos lados de “la grieta”, muy prolíficos en la prensa, insisten en una caracterización extraña, casi un nuevo tópico: afirman que la Alianza Cambiemos falló en aquello en lo que se esperaba le fuera muy bien, el manejo de la economía, y le fue bien en aquello en lo que no se esperaba tanto, el armado político. La realidad habría arrojado la “sorpresa” de lo contrario.
¿En serio alguien con un mínimo de conocimiento de la historia económica podía creer que las recetas que llevaron a los fracasos económicos más estrepitosos de “los últimos 70 años” lograrían en el presente, repitiendo el mismo abecedario, un resultado exitoso? ¿En serio los mismos economistas que las llevaron adelante, con la misma teoría, lograrían con Cambiemos un resultado diferente?
Dicho de otra manera ¿por qué las políticas ortodoxas, que fueron una máquina de generar shocks inflacionarios, recesiones profundas, desindustrialización, desarticulación productiva y deuda pública externa, desencadenarían ahora resultados luminosos? ¿Por qué analistas políticos y económicos esperaban un resultado positivo?
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La pregunta es necesaria: ¿por qué?
La respuesta lógica es difícil de comprender si no se incorpora el detalle, potente, del poder mediático. Para el sentido común metódicamente construido por la prensa hegemónica, los liberales autores de todos los colapsos de la historia económica reciente son rotulados como “economistas serios”. Lea de nuevo: son “economistas serios”. Y cuanto más ultramontano, más serio. Sin el sentido común construido por los medios, personajes como Federico Sturzenegger, secretario de Política Económica de Domingo Cavallo con Fernando de la Rúa, jamás podría haber saltado por encima de su historia para llegar a la titularidad del Banco Central y generar otro colapso.
Defensores de todos los ajustes como Carlos Melconian tampoco se habrían dado el gusto de rechazar el Ministerio de Economía. El entorno mediático en que todo sucede es sencillamente tóxico. Una muestra es que un individuo psiquiátrico como el insultador profesional Javier Milei es el economista que, bajo la segunda Alianza, acumula en los medios audiovisuales más minutos de aire que cualquier otro.
El aparente despropósito se entiende en su contexto. El personaje Milei cumple una función comunicacional muy clara: correr el discurso público a la derecha. Generalizando y sintetizando, los guerreros superextremistas hacen que los verdaderos extremistas, los que implementan cotidianamente las actuales políticas económicas, parezcan moderados. En la historia los Milei son el relevo generacional de los José Luis Espert, quien durante el apogeo neoliberal de Carlos Menem aparecía para decir que no se iba lo suficientemente a fondo con lo que por entonces se denominaba “cirugía mayor sin anestesia”.
En los debates, el personaje que ejecuta Milei suele amedrentar a sus interlocutores, casi siempre sin formación económica, con citas irrelevantes o papers improbables. Pero cuando el argumento de presunta autoridad académica, nunca el desarrollo de la idea, no surte efecto, su vía de escape es el insulto y la agresión. ¿Se imagina el lector el tratamiento mediático que recibiría un economista kirchnerista si copiase el estilo? Luego, el presunto look de “joven transgresor” de un casi cincuentón de peluquín que habla de sexo tántrico le facilita a sus seguidores, los autodenominados “libertarios”, proponer las recetas más retrógradas en nombre de la “incorrección política”. Nunca la incorrección fue tan conservadora.
Si alguien ve una fiesta en los últimos 70 años, debe abandonar el uso de sustancias
Pero subsiste una contradicción. Incluso para el sentido común construido puede parecer evidente que si se aplican las mismas recetas que en el pasado se llegará a los mismos malos resultados. La vía de escape discursiva, entonces, consiste en apelar a que tal pasado nunca existió. Nunca hubo “verdadera” ortodoxia. Los 12 años largos de kirchnerismo juegan a favor del mensaje. La memoria de los treintañeros del presente no incluye la experiencia de los ’90. Y mucho menos la de los ’70. Es fácil mentir que nunca hubo neoliberalismo, que no hubo desarme del modelo sustitutivo de importaciones con bajo desempleo y tampoco desarme del Estado benefactor. Es fácil afirmar impunemente que lo que sí hubo, en cambio, fueron “70 años de peronismo”, una “posverdad” sin anclaje en la historia repetida como un mantra por todo el oficialismo incluido Mauricio Macri, quien agregó el giro de los “70 años de fiesta”. En paralelo sobre la recaída de los últimos tres años la respuesta es una conocida de siempre: “no se fue lo suficientemente a fondo”. Los Espert y todos los economistas serios ya ganaron.
En “los últimos 70 años” hubo otra cosa. Entre los más conspicuos estuvieron la Revolución Libertadora, Álvaro Alsogaray, el onganiato, Adalbert Krieger Vasena, Celestino Rodrigo, la dictadura militar y José Alfredo Martínez de Hoz, Juan Vital Sourrielle y el Plan Primavera, Domingo Cavallo y la Convertibilidad. Si alguien ve “peronismo” en esta secuencia quizá sea verdadero el mito de su carácter inexplicable. Y si alguien ve una fiesta debe abandonar el uso de sustancias. Lejos de las tres banderas del peronismo fundacional en el último medio siglo lo que predominó fue el antiperonismo y la aplicación sistemática de políticas ortodoxas respaldadas casi siempre por programas con el FMI. Gracias a ello la economía local se convirtió en un caso histórico y único de “des-desarrollo”. La “fiesta” sólo fue para una minoría selecta. Los paréntesis, en tanto, nunca fueron lo suficientemente a fondo como para romper la secuencia.