Meritocracia y libertad individual

27 de octubre, 2018 | 20.00

El neoliberalismo, versión actual del capitalismo, construyó los medios para perpetuarse: supo imponer los ideales de consumo, riqueza y libertad individual como fines supremos de la vida humana. Logró que esos ideales no solo operen como mandatos sociales sino que, internalizados por el sujeto, funcionen como una exigencia proferida por propia voluntad. El individuo neoliberal quedó atrapado en una demanda de consumo y una búsqueda ilimitada de acumulación, tomadas no como medios de vida sino como fines, convirtiéndose de esa forma en los modos privilegiados de satisfacción de la subjetividad.

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La libertad individual se concibe como uno de los principios rectores del neoliberalismo, implicando la condición de que no exista ninguna restricción, limitación o imposibilidad que la afecte. Las regulaciones estatales del gobierno anterior - tales como las retenciones al campo, el cepo cambiario o las normas impuestas al mercado - fueron denunciadas por la oposición de entonces como una amenaza para la libertad. En contraposición, la actual libertad neoliberal irrestricta llevó a la hiperconcentración económica, política y comunicacional, al debilitamiento del Estado y la asistencia social, en definitiva, en lugar de proporcionar más libertad produjo mayores prohibiciones y severas limitaciones. Solo desde una posición de extrema ingenuidad se pudo llegar a creer que reduciendo las barreras y limitaciones estatales el sujeto se liberaría de una pesada carga. La supuesta libertad neoliberal también permite la antropofagia; no solo no liberó a la mayoría social sino que la encadenó aún más: ya casi nada le está permitido.

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Se impuso en la cultura el modelo de la libre empresa y la concepción meritocrática, que significa que las posiciones en la sociedad se basan en el mérito, la capacidad y la aptitud individual (esfuerzo, habilidades, inteligencia, virtudes, etc.). Esta concepción niega la dimensión política como el principio que ordena lo social y lo económico, a partir de lo cual determina la posibilidad de la igualdad. La idea central de esa creencia es que el individuo debe ser un empresario de sí mismo, un gestor proactivo y agente de su propia vida. Un individualismo triunfalista confiado en la autoestima, que rápidamente muestra su rostro oculto: el sujeto se transforma en culpable por no haber alcanzado las metas propuestas referidas al estudio, al trabajo, al ahorro, etc. El éxito o el fracaso dependen exclusivamente del individuo, elidiendo la responsabilidad del modelo económico-político y los gobiernos que lo sustentan.

La creencia en la meritocracia fundamentada en la libertad individual y sostenida por el evangelio de la autoayuda neoliberal - el famoso “tú puedes” -funciona con la fuerza de una certeza que atraviesa casi todo el arco social por izquierda y por derecha. Se asumió como verdad indiscutible no solo por los sectores minoritarios y privilegiados sino también por aquellos otros no favorecidos en el orden social vigente.

Los sectores sociales humildes también sostienen con convicción la concepción meritocrática

Las clases altas suponen que sus privilegios se originan en el mérito de la casta o la cuna como si se tratase de un orden natural, y consideran que los logros se basan en lo individual, desconociendo la ausencia de equidad social. Los sectores sociales humildes, a pesar de que se vieron favorecidos por los gobiernos populistas, también sostienen con convicción la concepción meritocrática. Una muestra de esto es como fue interpretado el desarrollo de las condiciones para que acceder a la universidad y graduarse no fuera un privilegio de los ricos. Muchos integrantes de los sectores favorecidos por esto creyeron que tal progreso provenía exclusivamente del mérito y esfuerzo personal. No relacionaron el propio ascenso social, el derecho al estudio y al trabajo, con las políticas sociales inclusivas generadas por un Estado al servicio de los intereses populares.

El campo popular y la dirigencia subestimaron la batalla cultural

El campo popular y sus dirigentes, asumiendo una posición esencialista, supusieron que mejorando las condiciones de existencia se produciría naturalmente una toma de conciencia, como expresión directa de su posición “objetiva”. Los grupos favorecidos por gobiernos nacionales y populares iban a relacionar automáticamente ascenso social y modelo económico-político, y a la hora de elegir nuevo gobierno actuarían “coherentemente”. Sin embargo no fue eso lo que sucedió, a pesar de la experiencia política conseguida durante los doce años de gobierno populista el neoliberalismo ganó la cultura y logró imponer la concepción meritocrática.

El campo popular y la dirigencia subestimaron la batalla cultural, no registraron que el virus neoliberal se extendía y la colonización de la subjetividad se iba imponiendo silenciosamente. Esto condujo a una derrota política que costó el gobierno popular, dejando como consecuencia a miles de personas a la intemperie.

El neoliberalismo no es solo un plan económico sino también la producción de un hombre nuevo, una nueva subjetividad con un pensamiento global que penetró hondamente en lo social. Todo indica que la colonización de la subjetividad es tan intensa que no resulta suficiente con ocupar el gobierno y profundizar las políticas inclusivas orientadas por los derechos y la igualdad.

La lucha contra el neoliberalismo debe asumir con decisión la batalla por una cultura nacional, popular y feminista, que incluya el debate democrático sobre las formas, los significados comunes y las verdades parciales que nos representan. Que reemplace los valores individualistas y meritocráticos impuestos por el mercado que conducen a la exclusión, por otros solidarios y democráticos.

Una batalla crucial por la hegemonía, no existe la libertad irrestricta ni la salvación individual: “La Patria es el Otro”.