No se sabe si vendrán muchos o pocos médicos cubanos al país para colaborar en la lucha contra la pandemia. Serán muchos o pocos, vendrán ahora o dentro de un tiempo. Lo único que se dijo desde el gobierno de la provincia de Buenos Aires es que no habría obstáculos para que vinieran, en caso de ser necesario. Parece bastante sensato todo…
Sin embargo, la campaña contra “los médicos cubanos” ya está lanzada. ¿Por qué no tendrían que venir? Puede empezarse por el siempre desopilante Ricardo Roa : “Si algo se necesita son terapistas y los cubanos son generalistas en el mejor de los casos”, dijo en su columna en Clarín. Es decir que se rechaza a los médicos cubanos porque son generalistas...Hablando en serio, lo que está clarísimo en estos días es el estado de irritación y agresividad en el que la derecha –a través de los grandes emporios mediáticos- ha entrado en los días del coronavirus. En ese clima resucita un vocabulario macartista propio de los tiempos de la guerra fría.
El ex presidente Macri es el militante argentino más intenso de esa irritación y esa agresividad. No hay que olvidar nunca el clima que rodeó su acceso al gobierno en 2015. Era la gran oportunidad de la derecha argentina de construir una referencia electoral duradera capaz de sostener el tránsito sin regreso al dominio irrestricto del gran capital local y global sobre el territorio argentino. Ahora Macri es, para la mayoría de los argentinos y argentinas, un pasado al que no se quiere volver. No dirige ni a su propio partido. De ahí en adelante los dos caminos que se le abren son el regreso pleno al mundo privado –con el riesgo de que debilitado políticamente, sus asuntos empresariales y judiciales empiecen a no funcionar de modo tan aceitado como hasta ahora-, o la pelea por permanecer en el centro de la escena política. En esa lucha política que ahora insinúa tiene que resolver un problema principal: la parte de su fuerza que tiene poder territorial ha decidido no apostar al envilecimiento del clima político en el contexto de una importante amenaza a la vida de muchos argentinos y argentinas. Por eso alrededor de Macri solamente permanece un puñado de ex altos funcionarios durante su presidencia, que lo secundan en su arremetida contra el gobierno. Gobernadores e intendentes han entendido que una oposición dura contra el gobierno podría distanciarlos irreparablemente del estado de ánimo popular y además Macri no es un compañero de ruta ideal en esta coyuntura. Habrá que ver cómo evolucionará la relación de fuerzas ente los legisladores de la derecha.
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Por eso Macri prefiere la cercanía con Vargas Llosa y el grupo de políticos e intelectuales que claman contra el populismo y sostienen una visión del mundo completamente funcional a los grupos poderosos del régimen capitalista con centro en el sistema financiero en el que hoy vive gran parte del mundo. Nada de intervención del estado, defensa irrestricta del “mercado”, rechazo de la redistribución, impulso de la precarización laboral son parte del santo y seña de este grupo. El enemigo es el populismo, concepto que incluye a todos los gobiernos más o menos independientes de Estados Unidos y a las corrientes políticas, intelectuales y sociales que desafían al neoliberalismo, incluido el papa Francisco. Desde esa trinchera el ex presidente argentino confía en reunir a la parte de la sociedad –hoy circunstancialmente muy pequeña- que está dispuesta a cualquier cosa con tal de derrotar al populismo. Hasta ahora la expresión de este núcleo duro ha sido de resonancias muy pobres: unos pocos caceroleros en reducidos espacios de la ciudad de Buenos Aires.
Pero la apuesta de los halcones macristas está en la esperanza del desgaste del gobierno en un proceso que augura grandes dolores completamente inhabituales para la población. Ya la cuarentena es un escenario altamente sensible. Y ya nadie espera que sea una cuestión de días o de semanas como la ilusión de muchos pudo haber imaginado. Y nadie debería confundir un buen desempeño general del gobierno y el pueblo con la garantía contra pérdidas que serán costosas. Hemos entrado en un camino largo y doloroso. Propicio, por lo tanto para mechas que puedan atraer al incendio. El documento de Macri no le interesa hoy a casi nadie, pero nada asegura que no sucedan hechos que puedan ayudar a recuperar su imagen.
El país va a ser más pobre en esta etapa. Por lo menos desde el punto de vista del PBI. Pero tal vez sea interesante pensar si no podemos ser más ricos después de esta experiencia. Claro que esto no vale solamente para nuestro país, pero es interesante pensar el futuro global desde nuestro modesto rango de influencia. Y el futuro no es “lo que nos pase” sino lo que estamos en condiciones de hacer y decidamos hacer. ¿Cómo seríamos más ricos y en qué sentido? Tendríamos que proponernos salir de la crisis más ricos en solidaridad, capacidad de acción colectiva, sentido de pertenencia nacional, conciencia sobre la realidad del país, capacidad crítica de nuestro propio modo de vida. Más ricos, políticamente, en el sentido más amplio y más elevado de la palabra.
La derecha ha puesto a la libertad en el centro de su discurso. Y tal vez sea la libertad el gran centro de una discusión nacional y global. La civilización capitalista y neoliberal es el modo histórico más antagónico con la libertad y más antagónico con la vida. Es el reino de la libertad de las mercancías (que viajan por el mundo en su forma material o virtual, sin restricciones de ningún tipo). Pero no es la libertad de los seres humanos. Ni la libertad de las naciones. Es, por el contrario, el reino de los automatismos, de lo infinitamente igual aunque se vista de las más diversas formas. Es la civilización más desigual que ha conocido la historia. Nunca tan pocos se quedaron con tanto, nunca tantos se quedaron con tan poco.
Estamos frente a una gran contradicción. El futuro depende de la acción colectiva. Y estamos en cuarentena. Hasta el punto que la cuarentena se convirtió en una forma de acción colectiva y hasta en un orgullo de pertenencia al sector de los que están obsesionados por salvar vidas (incluida la propia) y no al de aquellos “racionales” que quieren proteger los recursos materiales (que a veces ni siquiera son propios) a costa de poner en riesgo su vida y la de sus familiares. Defender la vida no es solamente evitar la muerte. Defender la vida también es sentirse parte de algo que nos excede, de una comunidad de sentido y de destino. Es defender derechos, defender libertades, defender proyectos personales y colectivos. Pero no podemos ocupar las calles. Ni hacer grandes asambleas barriales. Tal vez tengamos que adiestrarnos en la construcción de asambleas virtuales (de hecho las hay y en números importantes) y contribuir desde ahí a elaborar la agenda nacional pos-pandemia para actuar en un mundo que ya no será el mismo.