Esta semana el presidente brasileño Jair Bolsonaro se burló en clave machista y sexista de la primera dama francesa, Brigitte Macron, en declaraciones que Emmanuel Macron consideró como "extremadamente irrespetuosas". Fue en el marco de una discusión entre los gobiernos de Brasil y Francia por la gestión de los incendios en el Amazonas. Un seguidor de Facebook del presidente de Brasil puso una imagen de Macron y otra de Bolsonaro con sus respectivas parejas. “Ahora se entiende por qué Macron persigue a Bolsonaro", escribió intentando correr el foco del debate hacia las primeras damas como si fueran objetos sobre los cuales opinar y no personas. Desde su perfil, el mandatario brasilero respondió: "No lo humilles, amigo. Jajaja".
Por estos días circuló, también, un vídeo de la salida del balcón de la Casa Rosada del presidente Mauricio Macri junto a Juliana Awada en la breve manifestación oficialista del sábado #24A. Ella agita con su brazo en el aire una bandera argentina con vehemencia y él le da un manotazo en la panza como para frenar ese mínimo acto de protagonismo. El gesto “correctivo” funciona: ella deja de mover la bandera y vuelve al lugar decorativo que le otorga la política comunicacional de la Alianza Cambiemos.
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Los comentarios sexistas de Bolsonaro y el vídeo de Macri/Awada tienen puntos en común si se pone la lupa en la política regional. En Argentina, y en la mayoría de los países de América Latina y el Caribe, las primeras damas ocupan cargos protocolares sin responsabilidades concretas. Todas son mujeres políticas y pueden asumir distintos compromisos con las agendas que les interesen desde el marco político que se encuadran. El punto interesante para analizar es el lugar que ocupó Juliana Awada estos años: una primera dama decorativa. Un mensaje que tiene un peso simbólico fuerte hacia el resto de las mujeres.
El vídeo que circuló ratifica ese lugar limitado que le toca y asume. Está allí para ser mostrada, ostentada y mirada pero no puede si quiera protagonizar un mínimo episodio de euforia corporal que la vuelva protagónica. El protagonista es él y su golpe la devuelve al rincón de acompañante.
En 2014 se dio un hecho insólito: cuatro mujeres eran presidentas en Latinoamérica y el Caribe. Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil, Michelle Bachelet en Chile y Laura Chinchilla en Costa Rica. Hoy, de esa avanzada en materia de participación política no queda ni una sola jefa de Estado.
La avanzada conservadora que se dio en estos años en la región se expresa en el rol que tienen las mujeres en la política Latinoamericana. Se trata de una avanzada repatriarcalizadora. Cuando Michel Temer tomó el poder en Brasil, los medios perfilaron a su esposa, Marcela, a la que definieron como “bella, recatada y del hogar”.
Aunque la mirada sexista de los medios persiste, la política regional puede transformarse y poner límites a esas construcciones atávicas. Basta con ver lo ocurrido en México. Cuando asumió Andrés Manuel López Obrador en 2018 como presidente dejó de existir la figura de primera dama. Su compañera, Beatriz Gutiérrez Müller, escritora, periodista y Doctora en Teoría Literaria lo había reclamado en campaña porque no quería “que haya mujeres de primera ni de segunda".
Desde Melania Trump pasado por Michelle Bolsonaro hasta llegar a Juliana Awada, los gobiernos neoliberales y neoconservadores contemporáneos además de políticas de ajuste y exterminio reinstalaron paradigmas sociales y culturales que parecen del pasado: la era de las primeras damas decorativas.