El terror aéreo es un mito instalado en el imaginario colectivo occidental desde 2001. No es que antes no existieran relatos paranoicos en torno a los viajes en avión. La famosa película Viven había marcado su huella en los temprano '90. Pero en esa historia la amenaza residía en lo que pasaba después de la caída del avión, cuando los pasajeros tenían que rebuscárselas para sobrevivir, y el factor de peligro era alguien reconocible, familiar, que se convertía de golpe en un desconocido salvaje (las víctimas, famélicas, terminaban comiéndose entre ellas para mantenerse con vida).
Pero a partir del atentado a las Torres Gemelas en 2001, algo más grande y poderoso que una película entretenida se hizo lugar entre nuestras pesadillas recurrentes. La amenaza ahora reside en el durante del viaje, en su transcurso, y el factor de peligro lo encarna una figura foránea con un secreto propósito asesino.
Esta figura foránea, que tuvo su origen en la figura del terrorista árabe (o, para ser exactos, del árabe terrorista), con el correr de los años fue evolucionando hasta tomar la forma de una fuerza sobrenatural. Las películas sobre el 11-S, que pasaron por la pantalla grande sin pena ni gloria, más tarde dieron paso a series supertaquilleras como Lost o Fringe.
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En la primera, el motivo de la caída del avión obedece a un proyecto místico, pero en la segunda ni siquiera es necesario que el avión caiga: los pasajeros llegan a destino, solo que muertos por una causa desconocida. Por su parte, la prensa realizó coberturas espectaculares del caso Malaysia Airlines, vistiéndolo de enigma paranormal, como también del reciente caso del copiloto suicida de Germanwings, que prendió la alerta sobre la amenaza de lo foráneo por excelencia: la locura. Y esto solo por nombrar los dos casos de mayor trascendencia internacional de los últimos tiempos... ¡Si hasta tuvimos una exitosa versión argenta en la apertura de Relatos salvajes! Pero quien piense que el devenir de la figura del árabe terrorista en una fuerza amenazante de origen incierto habla de la disolución de la pesadilla, se equivoca. Por el contrario, confirma su vigencia.
El terror aéreo se diseminó y se hizo difuso, pero solo para fortalecerse y perdurar. Ahora no tiene una sola forma: tiene tantas que es imposible de controlar.
Pero, ¿qué significa el terror aéreo? ¿Qué es lo que pone en riesgo concretamente? Viajar en avión fue siempre, ante todo, una experiencia (es el único medio de transporte que nombramos no por el vehículo si no por la cualidad del viaje: tomar un micro vs. tomar un vuelo). Una experiencia privilegiada, por cierto, signo de confort económico, de sofisticación. Si el actual sistema democrático global nos ofrece como única promesa beatífica el confort, es justamente él quien ha sido secuestrado, desde hace 13 años, en su propio territorio. La posibilidad de acceder, al menos durante las horas en que transcurra el vuelo, a un limbo donde el infierno de la vida en las megalópolis modernas quede suspendido, nos ha sido arrebatada.
En estos días, gracias al hallazgo de algunas partes de la aeronave, el misterio del vuelo MH370 de Malaysia Airlines parece encaminado a resolverse. Se nos ofrece una explicación científica: corrientes marinas que hundieron la mayor parte de los restos y devolvieron algunos a la costa de una isla ignota (que, oportunamente, se llama Isla Reunión). Pero si nuestra hipótesis no falla, muchos otros restos de avión seguirán emergiendo por un largo tiempo en todos los mares del planeta. Porque el mito contemporáneo del terror aéreo pedirá otra reedición antes de que cante el gallo, y solo conocerá su fin cuando también lo conozca nuestra época, junto al resto de sus signos.