"Me asfixio, pienso en mi cara que se está quemando. Una explosión y los colchones se prenden fuego, nos quemamos vivos", canta el Indio Solari en Pabellón Séptimo. La letra de aquella canción es el testimonio de Horacio -un sobreviviente de la Masacre del Pabellón Séptimo- que hoy cobra relevancia luego de la detención de cuatro responsables del asesinato de 64 presos que murieron asfixiados, baleados o torturados en 1978 en el penal de Villa Devoto.
Luego de que la causa sea declarada un delito de lesa humanidad, el juez federal Daniel Rafecas ordenó la detención de cuatro guardiacárceles acusados de las torturas seguidas de muerte. Se trata del exdirector del penal prefecto Juan Carlos Ruiz, el exjefe de requisa Carlos Aníbal Sauvage, el exalcaide mayor y jefe de seguridad interna Horacio Martín Galíndez, los tres acusados de tormentos seguidos de muerte.
También ordenaron la detención del excelador del pabellón 7 Gregorio Bernardo Zerda.
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"Dentro de lo duro de este tema, nos parece una decisión que trae esperanza a los familiares y a los sobrevivientes. Es un avance importante que esperamos se manifieste en otras decisiones", afirmó a El Destape la abogada de la querella Claudia Cesaroni en referencia a la resolución de Rafecas.
La causa había quedado dormida durante décadas sin que los responsables sean juzgados, mientras que la culpa cayó sobre los propios privados de su libertad a quiénes acusaron de quemar los colchones que provocaron el incendio. Sólo la lucha del sobreviviente Hugo Cardozo, de 19 años al momento de la masacre, respaldado por Cesaroni y el Centro de Estudios en Política Criminal y Derechos Humanos (CEPOC) logró que la causa se reactive.
"Siempre se culpa a los internos con los títulos de motines para encubrir asesinatos o masacres en las cárceles. Esto también pasa en la actualidad: en noviembre murieron diez presos en una comisaría de Esteban Echeverría", explicó Cesaroni. El juez que había tenido la causa en principio y que no había juzgado a los responsables fue Guillermo Rivarola, el mismo que impulsó una causa por calumnias e injurias que llevó a la cárcel al periodista Eduardo Kimel por su libro La Masacre de los Palotinos.
"Esperemos que la causa continúe con el juzgamiento de otros responsables que no figuran en las detenciones como un jefe de requisa, el jefe de Seguridad externa y el juez que terminó archivando la causa, porque obstruyó la causa encubriendo una verdadera masacre", afirmó Cesaroni.
CÓMO FUE LA MASACRE
El 14 de marzo de 1978, días antes de que comience el mundial de fútbol en Argentina, un grupo de guardicárceles intentó entrar al pabellón séptimo que alojaba a presos comunes, ladrones, reincidentes e infractores a la Ley de Estupefacientes para dar una golpiza a los internos.
Conociendo el fin de los guardias, los internos se resistieron y lograron hacer retroceder a los uniformados que luego dispararon contra los presos. Para evitar que los vean, los internos colocaron en las rejas colchones que se incendiaron y terminaron calcinando a los presos: algunos se suicidaron en medio de la desesperación.
Otros presos intentaron tomar aire por las ventanas que daban a la calle, pero recibieron ráfagas de metralladora de efectivos de seguridad que atacaban desde abajo. Algunos se mojaban con agua de los baños para evitar que el fuego los calcine. Sin embargo los sobrevivientes denunciaron que el suministro fue cortado en medio de la sofocación.
Tras horas del incendio y sin que permitan el ingreso de los bomberos, las llamas se apagaron. Los sobrevivientes salieron y recibieron los golpes de los guardias que no tuvieron piedad pese a las malformaciones que generó el fuego en los cuerpos. Las balas, las llamas y las torturas generaron la mayor masacre de la historia de las cárceles argentinas: 64 presos murieron en un rectángulo de 8 por 33 metros que medía el pabellón, según cifras oficiales. El sobreviviente Hugo Cardozo sostiene que los muertos fueron más.