El libro "Alberto. La intimidad del hombre, el detrás de escena de un presidente", del periodista Diego Schurman, llega con los primeros meses de gestión y propone detallar y brindar momentos clave de la figura de Alberto Fernández para entender cómo, quien oficiaba de articulador del peronismo y trabajaba para la candidatura de Cristina Fernández de Kirchner, terminó siendo el postulante que resultó electo presidente.
El libro está organizado en capítulos que organizan hechos y sucesos que van desde el reencuentro de la ex presidenta con su ex jefe de Gabinete, a la construcción del nuevo espacio Frente de Todos, pasando por la relación entre Clarín y Fernández, entre tantos otros momentos detallados. La edición del titulo estará a cargo de Planeta y se figura como una de las opciones más atractivas del mercado de libros. Dato de relevancia: El epílogo está escrito por Alberto.
"Empecé a moverme por detrás de lo que solían cubrir los periodistas. Por ejemplo: En el búnker con las elecciones generales. Así empecé a ver a (Sergio) Massa a los abrazos con Máximo Kirchner, lo que era ver la reconstrucción del peronismo en una fotografía", comentó Schurman, en diálogo con la agencia de noticias Télam.
En otro momento de la entrevista, el periodista se refirió a la relación del Jefe de Estado y el marketing político -el caballito de batalla de Juntos por el Cambio alzó como bandera- y manifestó: "Es un candidato desapegado al marketing en estos tiempos, en los que la nueva política tiene un poco esta impronta. Puteó en mil idiomas con los debates, no quería debatir: decía que era un show, que perdía el tiempo. Es un tipo que decía yo soy así y si la política implica marketing no la quiero"
Fragmento del capítulo "El Reencuentro con «Héctor» (Magnetto)"
Unas dos semanas antes de las PASO, Jorge Rendo invitó a Alberto Fernández a un almuerzo con las autoridades de Clarín. El gerente de relaciones externas del grupo conocía desde hacía tiempo al precandidato pero, como sabía que ahora estaba hablando con el compañero de fórmula de Cristina Kirchner, fue extremadamente prudente. Le preguntó en qué restaurante prefería concretar el encuentro.
—No sé, en el lugar donde reciben habitualmente a los invitados —le contestó.
Rendo aclaró que ese lugar era la propia sede de Clarín, en la calle Tacuarí. Pero que no lo quería poner en un compromiso.
—Voy a Clarín, ¿cuál es el drama? Tomemos esto con naturalidad. Si yo entro a Infobae y nadie se calienta, ¿por qué no voy a ir a Clarín? —le dijo Fernández a su viejo interlocutor, con quien semanas antes había estado tomando un café en Recoleta.
Cerraron trato.
A los pocos días el ex jefe de Gabinete ingresó al edificio de «la corpo», como la militancia solía decirle a Clarín. En el comedor del cuarto piso lo esperaban con un generoso sushi y una variedad de bebidas. No estaba su preferida: una gaseosa de pomelo marca Schweppes. Lo hizo notar. Y se la fueron a buscar.
Alberto se sentó frente a Rendo. A un costado estaba Martín Etchevers, gerente de comunicación externa. Más tarde se sumó el CEO del grupo, Héctor Magnetto. Y se ubicó en una de las cabeceras de la mesa ovalada. El ex jefe de Gabinete no lo veía desde 2008, año en que abandonó de un portazo el gobierno de Cristina.
La charla incluyó un intercambio de posturas sobre la grieta. Fernández no dudó en responsabilizar a Clarín de profundizarla. Y criticó a «los periodistas de trinchera», otra manera de rotular lo que en su momento el fallecido Julio Blanck definió como «periodismo de guerra».
Alberto ya había expresado algo similar apenas fue bendecido por Cristina. «A esta altura (quienes trabajan en Clarín) parecen esos japoneses que en una isla no se enteraron de que la Segunda Guerra terminó. Y la verdad sería bueno que dejen de hacer periodismo de guerra y se ocupen de volver a hacer periodismo. Y ellos, ya que tienen esta condición de multimedios dominante, tienen la doble obligación de no hacer una cosa así. Confío que poco a poco podamos ir limando asperezas no para que ellos escriban lo que nosotros queremos, sino para que entiendan que la Argentina también necesita un cambio de ellos», dijo en una entrevista a Página/12.
Aunque diplomático, el líder del Frente de Todos también se quejó de la complacencia que exhibió el multimedios con la administración de Mauricio Macri. Se encontró con una respuesta inesperada. Le dijeron que no actuaron en defensa de un color político sino de la institucionalidad, ya que se trataba de un gobierno que era parlamentariamente débil. No describieron, en cambio, los beneficios que les deparó esa postura.
A Fernández no le tenían que explicar cómo se relaciona Clarín con los gobiernos. Durante su paso por la Jefatura de Gabinete, en tiempos de Néstor Kirchner, no sólo se sancionó la Ley de Bienes Culturales —producto del lobby que el grupo ejerció desde el inicio de la presidencia de Eduardo Duhalde para mejorar su situación financiera— sino que también se autorizó la adquisición de Cablevisión por parte de Multicanal, convirtiéndolo en el mayor operador de cable de la Argentina.
Acaso esa buena sintonía haya incidido para que Magnetto, en 2007, bregara por la reelección de Néstor, lo que Cristina tradujo como una abierta oposición del empresario a su candidatura. «Siempre le resultó intolerable que una mujer pudiera estar en una posición de poder y que, además, se le ocurriera ejercerlo», escribió la ex presidente en Facebook.
Años después, el CEO de Clarín negó esa versión en Así lo viví, el libro que nació de una serie de conversaciones con el sociólogo Marcos Novaro. «Ese es otro gran disparate que intentaron instalar ambos, Néstor y Cristina, porque, como tantas cosas, estas teorías conspirativas eran mucho más funcionales a un discurso supuestamente progresista —en este caso, de defensa de género— que admitir que tenían un problema de intolerancia con cualquier disidencia».
Por aquellos días, Alberto le transmitió a la entonces primera dama el supuesto rechazo de Magnetto a su aspiración presidencial. Según las crónicas de época, lo hizo de una manera que a ella le generó sospechas sobre si el funcionario obraba como delegado del gobierno ante Clarín o como delegado de Clarín ante el gobierno. Cuando Cristina bendijo a su ex jefe de Gabinete para encabezar la fórmula presidencial de 2019 muchos vieron ahí una desmentida implícita a esas sospechas, aunque el gesto terminó hablando más de las necesidades y los contextos, y no necesariamente negando la desconfianza que en su momento ella sentía por él.
Al recibir a Fernández, los trajeados capitostes del multimedios no objetaron la vuelta al ruedo de Cristina, aunque sobrevolaron los fantasmas de siempre. El invitado imaginaba las preguntas que martillaban en las cabezas de los anfitriones: ¿El Frente de Todos reflotaría la Ley de Medios? ¿Qué posición adoptaría frente a la fusión de Cablevisión y Telecom? ¿Digeriría el guiño de Cambiemos para que el grupo pudiera ofrecer servicios de cuádruple play?
Alberto se había opuesto en numerosas oportunidades a esa fusión, subrayando los riesgos de las posiciones monopólicas. Pero, como «hombre de derecho» —así les dijo—, consideraba que el tema debía ser resuelto en el marco de la Ley de Defensa de la Competencia.
«Clarín ya tiene posición dominante en fibra óptica, Clarín tiene posición dominante en telefonía celular, Clarín tiene posición dominante en materia de cable», fue la retahíla de observaciones que antes de la reunión ofreció a una radio, pero que prefirió ahorrar en el mano a mano con los empresarios que lo acogían con piezas de nigiri y sashimi, entre otras delicias de la gastronomía oriental.
Una vez que se incorporó a la charla Magnetto, a quien Alberto mencionaba simplemente por su nombre de pila, se produjo un inesperado momento de mea culpa. El precandidato reconoció que siempre le cargaron las tintas a Clarín, aun cuando el grupo no tenía nada que ver con bochornos propios del kirchnerismo, como el apagón estadístico o las escenas pornográficas de corrupción, en alusión a José López.
Sin embargo, segundos después, le señaló que así como dentro de su espacio había una mirada sesgada sobre el multimedios, en el multimedios había una mirada sesgada sobre el kirchnerismo, lo que lo llevó a quejarse una vez más de los «periodistas de trinchera». En ese contexto mencionó, sin disimular su encono, al editor Ricardo Roa.
Fernández seguía contrariado por un artículo que indicaba que había prestado asesoramiento jurídico al entonces detenido Cristóbal López. El dato se deducía de una factura emitida a nombre de Oil Combustibles. En una carta enviada oportunamente al diario, el ex jefe de Gabinete aseguró que esa factura había sido anulada y que lo informado sobre su respaldo legal al dueño de C5N no era cierto.
Al promediar el almuerzo, que se extendió por dos horas, apuntó sus dardos hacia Comodoro Py. Tenía la certeza de que los jueces federales se prestaron a maniobras de disciplinamiento fogoneadas por Macri. Y que las empresas de comunicación jugaron un rol central en ese esquema de lawfare.
«Miren, yo tengo una visión distinta a la de Cristina. Yo no creo que los medios influyan tanto sobre la gente en materia política. Pero sí influyen mucho en cuestiones judiciales. Determinan culpabilidades e inocencias. E hicieron un enorme daño con eso», se quejó airadamente dando cuenta de casos concretos.
A la defensiva, los miembros del staff de Clarín objetaron los ataques del kirchnerismo a los periodistas y expresaron su temor a la posibilidad de un ministerio de la venganza (en rigor, no utilizaron esas palabras tan en boga, pero sí la idea que se desprendía de ellas) . El precandidato del Frente de Todos les aseguró que, en caso de ganar, no iba a haber ningún tipo de persecución. Y que le parecía un exceso semejante preocupación ya que no los consideraba el centro del mundo.
«Ya les dije, en temas judiciales, sobre esas cosas que la gente sólo ve en los medios, influyen. Por lo demás, publiquen lo que quieran porque la gente sabe cómo vive, sabe cuánto cuestan las cosas, sabe si llega a fin de mes. Si los medios hubiesen tenido tanta influencia en temas sociales y políticos, Cristina no habría sacado el 54 por ciento de los votos que sacó», evaluó.
Mientras degustaba una ensalada de frutas con helado de maracuyá, Alberto se zambulló en la realidad económica. Planteó la necesidad de poner plata en los bolsillos de los argentinos porque Cambiemos había dejado el país «patas para arriba», un discurso con el que machacó a lo largo de toda la campaña. Y les confió el resultado de una encuesta presencial que estratégicamente se cuidó de publicitar. Era del español Alfredo Serrano, director ejecutivo del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica, y lo daba claramente ganador frente a Mauricio Macri, aunque no por la enorme diferencia que finalmente se registró en las PASO.
Los anfitriones escucharon, diplomáticos. Y después hicieron su trabajo de seducción: le pidieron que concediera un reportaje al diario, algo a lo que hasta ese momento Fernández se venía negando, y que participara del seminario «Democracia y Desarrollo» que el grupo organizaba en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires.
Una semana siguiente a las primarias, Alberto finalmente abrió las puertas de su departamento para recibir a tres periodistas de Clarín. Y también dijo presente en el Malba, donde hubo música para los oídos de las autoridades del multimedios. Allí el precandidato no sólo aseguró que lo último que haría sería copiar alguna medida de Guillermo Moreno —ex secretario de Comercio y promotor de la consigna «Clarín miente»— sino que saludó delante de todos a Magnetto, quien estaba sentado en primera fila, del mismo modo que lo había hecho en privado: mencionándolo solamente por el nombre de pila.