A lo largo de esta década, las corrientes de pensamiento liberales conservadoras tendieron a menoscabar el rol de Argentina en el contexto mundial, en forma proporcional a la autonomía con que nuestra Nación actuaba frente a los dictados de los países más poderosos.
El remanido argumento de nuestro aislamiento internacional y la falta de consideración que nos proporcionan las naciones desarrolladas, colisiona con la capacidad demostrada por nuestro país para plantear respuestas propias a problemas globales.
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La salida de la convertibilidad (2001-2002) fue el primer reflejo de esta vocación nacional. Las mismas líneas de pensamiento citadas sostenían que la dolarización del país y la aplicación de un programa de control de sus finanzas públicas por parte de un equipo de economistas independientes del poder político, que reportaran directamente al FMI, configuraban la solución que la etapa requería.
Afortunadamente, el liderazgo de Néstor Kirchner impulsó un doble proceso de pesificación de la economía del país y de reestructuración de la deuda pública (canjes 2005 y 2010), que equilibró el presupuesto de la Nación y le permitió reconstruir un Estado de bienestar que expandió la cobertura previsional a los adultos mayores y la protección de niños y adolescentes, a la vez que el presupuesto educativo alcanzó su récord histórico.
En 2005, los Estados Unidos le plantearon a Suramérica la constitución de una amplia zona de libre comercio, cuyo saldo, de concretarse, hubiera sido una grave desestructuración productiva. Una vez más, en Mar del Plata, los líderes de Brasil, Argentina y Venezuela, rechazaron esa iniciativa. A raíz de esa ecisión, la producción del país y el intercambio de bienes y servicios con nuestros vecinos se expandieron considerablemente.
Ya durante el gobierno de nuestra Presidenta, la crisis internacional financiera (2008-2009) fue enfrentada con políticas monetarias y fiscales dirigidas a expandir el consumo interno, protegiendo el empleo y el salario como modo de compensar la caída de la demanda externa de nuestros productos. En este contexto, la inserción internacional y regional de la Argentina, ligada a los países del Asia Pacífico, Norte de África y Suramérica, le permitió sustentar sus ventas al mundo pues la contracción de estas economías fue menor a la que experimentaron los países desarrollados.
A partir de 2012, estos espacios de pensamiento proclives a las soluciones foráneas, reclamaron una pronta vuelta a los mercados financieros internacionales, aprovechando la "baratura" de la tasa de interés. Nos pedían que aceleráramos los asuntos pendientes del default, encaráramos una relación absolutamente subordinada con el FMI y otros organismos multilaterales y saliéramos al mundo a recibir préstamos baratos, que nos permitieran superar la escasez de divisas que planteaba la retracción de demanda en la Unión Europea y Brasil y nuestros límites en la producción de energía.
Sin embargo, el Gobierno decidió administrar su comercio exterior, restringir la compra de divisas para evitar la dolarización de ganancias empresarias y girar dividendos al exterior, autofinanciar sus desequilibrios con las reservas internacionales acumuladas en el Banco Central en los años previos, retirar del mercado argentino a la compañía española que dirigía la principal empresa petrolera del país por la vía de la expropiación de su paquete accionario y, finalmente, arreglar pacientemente cada uno de los casos pendientes que había dejado el default de 2001. Así, durante 2012-2014, la Argentina pudo cumplir todos sus compromisos externos, se garantizó el nivel de importaciones necesarias para que la economía funcionara sin sobresaltos y no apresuró decisiones claudicantes frente al volátil y voraz capital financiero internacional.
Por último, el quinto desafío trascendente de estos años, lo plantea la confirmación del fallo de un tribunal ordinario de los Estados Unidos en favor de fondos especulativos. Los conocidos de siempre rápidamente exigieron un pronto pago que diera respuesta al reclamo de los sectores más agresivamente especuladores del sistema financiero internacional, sin importar las consecuencias que el mismo podría tener sobre la trabajosa política de desendeudamiento y la autarquía financiera que el país venía llevando adelante.
Una vez más, el Gobierno dispuso mecanismos para exhibir voluntad y capacidad de pago, llevando a todos los foros internacionales el caso para evidenciar el comportamiento del sistema financiero internacional e instalando ante el mundo la necesidad de una regulación sobre el capital financiero que impida la destrucción productiva.
Movimientos políticos en las naciones europeas, cuyas economías están siendo duramente afectadas por las imposiciones multilaterales de ajuste para garantizar el pago de deudas comprometidas en proyectos económicos insustentables, recogen la experiencia argentina de posicionamiento frente al mundo, como evidencia de que una economía emergente de tamaño medio puede alcanzar autonomía y bienestar sin aplicar recetas que sólo favorecen el flujo de capitales y la rentabilidad de los mismos.
Así, nuestro país con su posición autonómica, gravita en el contexto internacional. Es claro también, que los embates casi difamatorios sobre la política internacional de la Argentina, apuntan a quebrar este posicionamiento.
En esta lógica podemos inscribir el viaje de la Presidenta a la República Popular China a fin de construir una agenda que permita el desarrollo de infraestructura para superar los récords de producción alcanzados hasta ahora. Sin embargo, la agenda pública pretende ser monopolizada por la dudosa muerte del fiscal Nisman y su insustentable denuncia contra la Presidenta. Y tal vez sea en ese marco en el que debe inscribirse este hecho luctuoso. La cuestionada hegemonía de las grandes potencias, reacciona con el objeto de cercar iniciativas novedosas que se han demostrado viables.