Los bancos ya no están entregando dólares a muchos de sus ahorristas. La razón es por ahora operativa, pues la logística del traslado de billetes requiere mayores tiempos a los de la fuerte demanda del público, pero esta situación solo agrega nerviosismo social, con ahorristas que salen defraudados de sus bancos –y lo comentan vía redes sociales-, sumando tensión económica a la producida por el gobierno casi desde sus inicios. De continuarse este ritmo, en algunas semanas la razón ya no será operativa, sino de disponibilidad. Sucede que ningún banco, en ningún lugar del mundo, tiene la posibilidad de devolver todos los ahorros depositados, justamente porque el negocio de los bancos es prestar este dinero, con lo que jamás disponen íntegramente del mismo. En consecuencia, si en las próximas semanas no se logra llevar calma a los ahorristas y frenar su demanda, que en los últimos días llegó al 15 por ciento de los 30.000 millones de dólares depositados, se llegaría al último eslabón de la crisis autoinflingida por la alianza Cambiemos, como lo es la limitación a la extracción de ahorros, lo que en 2001 se conoció como corralito y luego corralón.
Default y cepo, más allá de la semántica con la que buscaron ocultar estas medidas, fueron la antesala inmediata de esta situación, aunque para llegar a ese punto, el gobierno dinamitó la confianza de su economía durante prácticamente toda su gestión, en un sinfín de errores, marchas y retrocesos que exhibieron su incapacidad para establecer un sendero de desarrollo económico, más allá de la polémica de si ese era su objetivo o bien otro en el que sí fueron exitosos, como realizar una redistribución regresiva del ingreso desde las pymes, trabajadores y jubilados hacia los grupos económicos, especialmente ligados a la agroexportación, las finanzas, y las compañías energéticas, en el que muchos de sus titulares formaron parte o fueron socios corporativos del actual gobierno.
La inicial desconfianza fue por su incapacidad para domar la inflación. Se esperaba que un gobierno neoliberal buscara generar un clima de recesión, disminuyendo el empleo y los ingresos de trabajadores y jubilados, para de esta forma frenar el consumo y así disminuir la suba de precios. A ello, se agregaría una apertura importadora que competiría, con precios más bajos, con la industria nacional, sin importar la perdida de empleos que esto produciría. De esta forma, el aumento de la desocupación y la pobreza no podrían ser considerados un fracaso de gestión para el establishment y los mercados, los únicos que importaban al gobierno, pero si el hecho de no lograr contener, sino por el contrario aumentar, los índices de inflación.
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No menos desconcertante, para el círculo rojo, fue el hecho de que gran parte de los funcionarios, al tiempo que les reclamaban inversiones y confianza para su gestión, mantuviera depositado su dinero en el exterior. Era otra demostración de que ni los mismos hombres de negocios devenidos temporalmente en políticos confiaban en la viabilidad de la gestión de su gobierno, y que en todo caso buscaban que sean otros capitalistas los que asumieran el rol de conejillos de india de un nuevo experimento neoliberal.
Por si ello fuera poco, el gobierno que hablaba de una lluvia de inversiones debió recurrir al FMI ante la ausencia total de las mismas, aceptando condicionamientos de improbable cumplimiento, con basta de recibir las transferencias, que hipotecaban al país no solo para las próximas generaciones, sino para el cortísimo plazo, en los que la alianza Cambiemos debería seguir al mando del Titanic que había creado.
El último resultado de las PASO confirmaba algo que a esa instancia ya era evidente: en su afán de conformar a los mercados y sus socios corporativos a costa del bienestar social, el gobierno ahora también perdía la confianza de aquellos a los que el marketing y los medios de comunicación habían logrado mantener incautos durante varios meses, y que eran parte central de su propia base electoral.
Perdida entonces la confianza no solo del establishment sino de parte de la sociedad que le daba espesura política a su proyecto neoliberal, la lógica derivación era disminuir la dinámica del mercado autorregulado que habían diseñado, el cual regulaba rápidamente una corrida cambiaria y bancaria, para en su lugar implementar medidas de corte intervencionista con el fin de frenar un proceso que no auguraba otra cosa que la explosión socioeconómica. Así, primero se probó con un default a las Letes y Lecap, cuyo objetivo fue impedir una mayor sangría de dólares directa o por adquisición, y luego con un cepo de limitaciones para el giro de utilidades y la compra de moneda extranjera, junto con la obligatoriedad de que los agroexportadores liquiden inmediatamente sus acreencias en dólares. Más allá del análisis intrínseco de cada medida, era más que lógico adoptar medidas intervencionistas, aunque en este caso contaron un problema extra, como fue el hecho de ser implementadas por un gobierno que siempre las demonizó, minando aún más la confianza de su propia base electoral, (que además son ahorristas en los bancos argentinos), muchos de los cuales habían apoyado el regreso del neoliberalismo justamente para que no se adoptasen este tipo de políticas.
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Hoy al gobierno solo le queda esperar que estas disposiciones tengan algún tipo de efecto en la posibilidad de contener el precio del dólar, tanto por su obligada reducción de la demanda (aunque el dólar paralelo y el contado con liquidación serán los nuevos testigos de la situación) como por la mayor disponibilidad que tendrá de los mismos el BCRA para intervenir en el mercado cambiario y sostener la cotización actual. De haber algún logro en esta tardía iniciativa, ello podría llevar una mayor calma a los ahorristas, para que frenen su demanda de dólares billetes para llevar a sus casas. Caso contrario, marcará el punto final de este nuevo experimento neoliberal, pues, tal como le sucedió a la primer alianza, resulta imposible sobrevivir políticamente a una confiscación de depósitos o extensión del default a toda la sociedad.