En el libro de Gabriel Orozco, Materia escrita, una edición de sus cuadernos de producción, el artista mexicano expresa su intención de no “dibujar de memoria”. Una forma de encontrarse atento a la voluntad de la materialidad que propone el dibujo. Este mismo espíritu parece haber guiado a Ernesto Ballesteros en su exposición “Algo en el espejo opaco”, que está presentando en la galería Ruth Benzacar.
Una serie de dibujos que, en una primera impresión, pareciera que se tratan de hojas negras espléndidamente adheridas a la pared, pero al acercarse al primero se debela el montaje sobrio y arriesgado: los dibujos están pintados sobre las paredes de la sala. Rectángulos de 33 x25cm. de pintura color negro con dibujos en lápices de colores varios, crean la atmósfera de COSMOS en edición de bolsillo. Las imágenes van desde el reflejo blureado de una figura compacta indefinida a la reminiscencia de las galaxias, o el retículo endoplasmático rugoso de una célula.
Al pie de los dibujos, dentro de la imagen, hay escritas impresiones y sensaciones igualmente variadas: -intermitente constante; -El abrazo frío y lo pasado; -Invisibilidad y paciencia; -compañía imperceptible; etc.
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Contrario a lo que se viene observando en los últimos años en varias galerías de Buenos Aires, donde se exponen artistas que vuelven a producciones modernistas, pero con discursos levemente irónicos, donde no hay más que abstracción en términos morfológicos -de este tema viene haciendo el seguimiento Rodrigo Cañete-, en esta muestra de Ballesteros no hay un discurso sobre el estudio de la forma, su voluntad no es la forma en sí. Sus dibujos son el resultado de un juego infantil que posiciona al artista como antena de las fuerzas tensivas del hacer: en este caso, de frotar suavemente lápices contra una hoja que se descubre como superficie porosa, como superficie de infinitos micromundos, compañías invisibles que Ballesteros lograr ver y hacer ver.
Un artista con obras por momentos tan rabiosamente conceptuales como la serie de Fuentes de luz tapadas o la obra 40 mil kilómetros de hilo confinados a un espacio de arte, composiciones que parten de su interés por materializar cifras precisas, hoy presenta una exposición donde continua indagando, con distintos métodos y acercamientos científicamente más laxos y contemporáneos, las relaciones entre arte, ciencia y vida. Donde el motor de esta muestra es la materia oscura donde por momentos podemos vernos reflejados, aunque sea de forma opaca.