“Hemos revertido la herencia de 2015, a fines de 2019 el país está listo para crecer”. Créase o no, la frase figura en el documento de “balance de gestión” elaborado hace unos días por la jefatura de gabinete del gobierno de Macri. ¿De qué se trata? Se trata de lo que se trató cada uno de los días del gobierno que se retira. Se trata de publicidad. Como suele explicar el publicitario en jefe, Durán Barba, “el gobierno debe estar siempre en campaña electoral”.
Parece difícil de explicar, porque hace pocos días las urnas dieron por terminado el ciclo macrista. ¿Para qué sirve este ridículo “balance” cuando no hay elecciones previstas hasta dentro de más de dos años? Está muy claro que el interés por este papel del inefable Marcos Peña durará muy poco en cartelera; igual que los brotes verdes, los segundos semestres, la luz al final del túnel, los precios “esenciales”, los diez puntos para el “gran acuerdo nacional”, la tranquilidad de los mercados después de la designación de Pichetto como candidato a vice… la historia del macrismo en el gobierno puede relatarse como una sucesión de campañas publicitarias, desarrolladas de modo paralelo al derrumbe de la nación provocado por el programa neoliberal ejecutado.
¿Qué producto es el que se publicita en este caso? Para desentrañar el enigma hay que intentar la interpretación del pensamiento actual de Macri y de Peña. La elección se perdió pero todo puede ser sometido a alguna interpretación publicitaria. Hoy de lo que se trata es de instalar la jefatura de Macri en la oposición. El contexto es el de un radicalismo en estado de asamblea, un PRO en tiempos de ajustes de cuenta internos y una crítica situación económico-social del país. Cualquier lectura más o menos objetiva concluye en que semejante panorama no habilita un ejercicio tan temerario de optimismo político profesional como el que revela el texto de Peña. Sin embargo, no hay realidad que pueda inhabilitar una buena campaña psicológica. Macri recorrió el país con su épico “sí, se puede” en la última etapa de la campaña presidencial. Hubo algunas fotos con bastante público. El discurso fue un par de frases hechas repetidas hasta el cansancio, la ausencia de cualquier mirada crítica sobre la realidad y la abundancia de furcios y torpezas, siempre abundantes en el habla del presidente. Pero en la elección del 27 de octubre recuperó votos y perdió la elección por ocho puntos, que son muchísimos en la primera vuelta de cualquier intento de reelección presidencial pero menos que la distancia en las primarias de agosto.
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La atribución de esa diferencia al ejercicio de “liderazgo carismático” de Macri en su gira final tiene el aroma de una absoluta simplificación. En tren de un análisis más serio habría que observar el retroceso electoral de listas y candidatos que disputaban el voto con el presidente. Es decir, la primera vuelta funcionó como un balotaje, tanto por esa concentración del voto antiperonista, como por una mayor concurrencia electoral muy probablemente motivada por el resultado de las primarias. Pero está claro que a la publicidad no le interesa el análisis político. Como divertidamente decía Borges, de lo que trata la publicidad es de hacer creer que una mercancía es buena porque así lo sostiene su fabricante.
Es indudable que, cualesquiera hayan sido las motivaciones del reagrupamiento electoral en octubre, los votos de los adversarios de la fórmula Alberto-Cristina se concentraron en Macri. Por lo tanto, hay un espacio para decir que el presidente sufrió una derrota contundente pero no igual a la paliza que fueron las primarias. Ese hecho pasa a ser un recurso cuya principal utilización se dirige a la interna de la segunda alianza. Una lucha que está lejos de asumir el fracaso plenario de la coalición, que no solamente perdió ampliamente la elección sino que dejó al país en una gravísima crisis. Curiosamente, esa última circunstancia apenas aparece en los típicos pasajes de factura que suceden a una derrota: el problema es haber perdido, no el dramático estado socioeconómico e institucional en el que la alianza deja el país.
La absurda publicidad macrista lanza la nueva campaña presidencial de Macri (“hay gato para rato”) al día siguiente de la derrota electoral y en medio de una compleja transición rodeada de graves amenazas de colapso económico. Juego altamente irresponsable en tiempos en que la prioridad nacional es la creación de condiciones de negociación de una deuda impagable, de cuya responsabilidad ninguna pirueta discursiva puede absolver al gobierno de Macri. La frase según la cual “Argentina está lista para crecer” no parece adecuada para empezar una negociación para reestructurar la deuda. La más oportuna descripción (y la más real) es que Argentina solamente puede empezar a crecer modificando radicalmente el modelo desarrollado en los años de Macri y discutiendo con firmeza con los corresponsables del desastre, es decir con el Fondo Monetario Internacional.
No es muy aventurado pensar que Macri esté “cubriendo su retirada”, es decir sobreactuando un protagonismo político que pueda serle útil en el agitado recorrido judicial que muy probablemente lo esté esperando. Y esa sobreactuación de Macri es muy funcional a otra “campaña” que está en marcha: la de los grandes beneficiarios del gobierno de la segunda alianza que buscan tensar la cuerda del antagonismo político para condicionar los decisivos pasos iniciales del gobierno de Alberto Fernández. La explícita prioridad del presidente electo es la rápida reparación de los más graves daños sociales acumulados. Ahora bien, si se va a poner “plata en el bolsillo de la gente”, y no se cree en la magia, la única manera de hacerlo es que esa plata salga de otros bolsillos. Eso significa tensiones y contradicciones. La legitimidad de un proceso de redistribución de ingresos y riquezas es tributaria de una explicación responsable y seria de cómo llegamos a esta grave situación, quiénes y cuánto ganaron en estos años, dónde fue a parar la plata de la orgía endeudadora, de los tarifazos, de la plena desregulación de la economía. Eso no responde a ninguna voluntad de buscar peleas o revanchas innecesarias sino que es el piso racional para encarar una necesaria y urgente reparación de daños sociales.
Por eso surgen papeles sobre éxitos fantasiosos. Por eso los grandes medios contribuyen a la épica de Macri, bruscamente reconvertido en “líder carismático”. El barullo está dirigido a la confusión y a la negación de la dura realidad como forma de la defensa del privilegio.