El sentido más tradicional de lo que se denomina ideología proviene del marxismo, que la caracteriza como un sistema de significados y valores que constituye la expresión o proyección de un interés de clase. Esto significa que las relaciones económicas entre los hombres determinan sus posturas, estableciéndose una relación causal entre la estructura (fuerzas productivas y relaciones de producción) y la superestructura (la vida social: las formas jurídicas, ideológicas, políticas, artísticas, filosóficas y religiosas). Si no se cumple la relación biunívoca entre estructura y superestructura, para esta concepción se trata de falsa consciencia o distorsión ideológica: se oculta la realidad de las cosas “como son”.
Louis Althusser, uno de los primeros referentes del posmarxismo, en Ideología y aparatos ideológicos de Estado propuso realizar una teoría de la ideología como representación de la relación imaginaria entre los individuos. Sostuvo que se compone de creencias e ideas que se manifiestan en comportamientos y prácticas sociales: los “aparatos ideológicos”, como los denominó - escuela, familia, Iglesia, etc. -, constituyen al sujeto de tal modo que “no hay práctica sino por y bajo una ideología”.
Gramsci por su parte había dejado sentadas las bases teóricas para plantear la cultura como un campo en disputa, una lucha por la hegemonía. Tanto Althusser como Gramsci desestimaron la concepción de falsa consciencia: ambos consideraron que la ideología trascendía el reduccionismo economicista marxista, concibiéndola como una trinchera fundamental en la lucha por la hegemonía.
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Zizek, basándose en el psicoanálisis lacaniano, afirmó que la ideología constituye el marco a través del cual tenemos la experiencia del mundo como significativo. Lo que denomina “fantasma ideológico” no es una ilusión sino un soporte que organiza la realidad y la experiencia cotidiana. Consiste en una construcción imaginaria que no oculta la realidad social sino que la estructura, la significa y funciona como una pantalla que llena el vacío de lo que es imposible al saber.
Planteamos que, si bien la ideología es un dispositivo singular, tiene como una de sus características que por vía de la identificación configura un sistema cerrado de ideas que tiende a hacer masa y es compartido por muchos. Posee una fuerza tan fascinante que opera como certeza inquebrantable; una ideología triunfa cuando los hechos que la contradicen se justifican como argumentaciones a su favor.
La ideología es un montaje discursivo compuesto por significantes que se unifican en un punto nodal que totaliza, fija el sentido y produce la significación ideológica. Un núcleo de goce queda como un interior excluido: un rechazo a lo que es diferente al sistema ideológico que puede devenir en un odio -pasión.
Si bien Freud no se refiere explícitamente a la ideología, encontramos que en la Conferencia 35ª desarrolla la categoría de cosmovisión. La define como un sistema ideacional cerrado, una construcción intelectual que funciona solucionando imaginariamente todos los problemas de la existencia. Resuelve los enigmas, ofrece seguridad y protección orientando las acciones de la subjetividad mediante preceptos que se sostienen con un absolutismo indiscutible, que sobrevive y se defiende contra toda prueba en contrario. Por efecto de la ideología hay hombres inconmovibles en sus opiniones, inaccesibles a la duda e insensibles a los sufrimientos. Freud advierte que la ideología puede transformarse en una cosmovisión que prohíbe toda indagación crítica y funcionar como una religión con reglas rígidas y consejos para la conducta en la vida.
Un riesgo de la ideología es que se constituya en un sistema tan comprometido con el Bien, que llegue a convertirse en el mayor Mal, entendido como cualquier dogmatismo fanático. El Mal en general se ejerce en nombre del supremo Bien y va de la mano del odio a todo lo que no se corresponde con esa idea del Bien. Si esto sucede, la ideología se vuelve un obstáculo a lo político, cuya condición es permanecer como una causa abierta y no conformar un sistema cerrado de ideas. Habrá que estar siempre advertidos para impedir que lo ideológico funcione como un mandato, una sustancia hipnótica que obliga a adormecerse en una ceguera viscosa.
Ideología neoliberal
Con el colapso de la URSS, los países de Europa del Este y el muro de Berlín derribado, el neoliberalismo de los ´90 expresó que la historia humana como lucha entre ideologías había concluido, y que comenzaba un mundo basado en la economía neoliberal: “No hay más alternativas”, afirmó Margaret Thatcher. Demás está decir que esa profecía no se cumplió; por el contrario, constatamos que el neoliberalismo no sólo consiste en un plan económico, sino también es la producción de una nueva subjetividad que toma fundamento en una ideología que rechaza la política.
En la supuesta sociedad posideológica neoliberal, la ideología constituye un medio de dominio y manipulación. Se caracteriza por el cinismo y no es tomada en serio ni por sus inventores ni sus propagadores, quienes no creen ni les importa la verdad y viven en discordia entre lo que proclaman y lo que hacen.
En la Argentina, la ideología neoliberal convierte al kirchnerismo en un cuerpo extraño que debe ser erradicado porque impide el normal funcionamiento de la sociedad
El neoliberalismo, nuevo totalitarismo, repite la misma operatoria realizada por el nazismo con el judío: intenta desplazar el antagonismo social y lo condensa en la figura del enemigo interno. En la Argentina se trata del kirchnerismo que se convierte en un cuerpo extraño que debe ser erradicado porque impide el normal funcionamiento de la sociedad. Esta ideología totalitaria tiene como característica que desplaza el antagonismo propio de lo político y lo transforma en un signo odiado.
El dominio neoliberal está garantizado no por el valor de verdad sino por la violencia para imponer ideología a través de una concentración de poder económico, jurídico, militar y comunicacional El triunfo global de esta ideología no se debe a su contenido o sus propuestas sino a que fue capaz de colonizar la subjetividad, promoviendo la cultura de masas, manipulando lo social hacia el rechazo de la política y la fascinación con un odio carente de sentido que constituye una satisfacción y resiste a toda argumentación.
Arrebatar los elementos ideológicos es un campo de lucha, pero no alcanzará con deconstruir la ideología, o refutarla con la ayuda de la crítica situando el texto ideológico. No será suficiente con denunciar cómo se naturalizaron prácticas mostrando la red simbólica y las sobredeterminaciones, no se trata sólo de desenmascaramientos ni de correr velos que se suponen ocultan la realidad. Habrá que arrancar el núcleo de odio sedimentado, aislarlo, sacarlo del contexto gracias al cual ejerce su poder de fascinación y mostrar su profunda estupidez desprovista de sentido.
Frente a la ideología cínica del odio, contamos con la política como herramienta de deconstrucción y transformación. El feminismo tiene mucho para enseñarnos.