Por Sergio Federovisky
Director de la consultora "Ambiente y Medio" (www.ambienteymedio.com.ar)
Especial para "El Destape"
Jacques Lacan instaba a los intelectuales y políticos contemporáneos: "Que renuncie aquel que no tenga en su horizonte la marca de la época". En un tiempo en el que el planeta en su conjunto, y las naciones que lo integran, enfrentan la mayor crisis climática de la historia humana, el ambiente es una marca central de la época. Una marca que se traduce en una subjetividad social indiscutible: la sociedad pide a sus dirigentes ética ambiental a la hora de diseñar modelos de desarrollo.
La energía es un motor insustituible de esos modelos de desarrollo y, al mismo tiempo, la forma en que se la produce es causa central del desbarajuste climático por la incidencia en la generación de gases de efecto invernadero que se deriva de la dependencia de los combustibles fósiles.
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La Argentina, aunque cueste admitirlo, es parte de ese mismo mundo, de esa misma subjetividad y de ese mismo problema. Y la presente crisis de generación energética que tiene el país es, en tanto crisis, la oportunidad de pensar la solución al conflicto con la matriz de pensamiento que demandaba Lacan.
Por historia y por la incidencia de la actividad hidrocarburifera en los modos de desarrollo e inclusión de buena parte del siglo pasado, la Argentina se siente un país petrolero. La aparición de Vaca Muerta tiende a reverdecer esa identidad. Pero la tentación a reeditar un esquema de obtención del autoabastecimiento energético en función, puramente, de los hidrocarburos no convencionales que cobija ese yacimiento colisiona necesariamente con "la marca de la época".
De ahí que, a diferencia de lo que ocurría en tiempos de Mosconi, el debate por el autoabastecimiento y la forma en que debe lograrse convive con la discusión respecto de cuál es la matriz energética que debe proyectar la Argentina de las próximas generaciones.
Hasta el colectivo de los ex secretarios de Energía, históricamente dominados intelectualmente por el amor al petróleo y ubicados -con más o menos razón- como gurúes de la salida de la crisis actual, ha integrado a su discurso ese matiz antes impensado: "Es central –dicen- la transformación y diversificación de nuestra matriz energética, procurando la sustitución de las energías fósiles por energías renovables, y la eficiencia energética".
¿Eso supone desmerecer la oportunidad que presuntamente ofrece Vaca Muerta? No, por el contrario, supone tener sobre ella una mirada estratégica, poco frecuente en la historia argentina ante la aparición de alguna gallina que empolle huevos de oro. Una mirada estratégica sobre los yacimientos no convencionales, de modo de extender su horizonte en el tiempo y no agotar el stock rápidamente, requiere justamente de más energía renovable y mayor eficiencia en el consumo energético.
Llevado de la mano de la moda más que de la convicción, el Congreso aprobó una ley que, como muchas de raigambre ambiental, apunta más a llenar el casillero de lo políticamente correcto que a cambiar de paradigma. La ley 26190 dispone un 8 por ciento de energías renovables para el 2016, meta que no se cumplirá, salvo con la argucia de contar dentro de ese total a la energía hidráulica, renovable pero no "limpia" en la concepción ambiental moderna de no alterar significativa e irreversiblemente el ambiente. Hoy las energías realmente limpias (eólica y solar) son testimoniales, pese al potencial objetivo que ofrecer el país y a los precios comparativos, incluso con el shale, que ya no justifican la perenne calificación de "caras" que se les ha otorgado. Sin llegar al extremo de Alemania, que tiene en energía eólica el equivalente a la capacidad instalada que toda la matriz energética de la Argentina, Costa Rica por ejemplo ha alcanzado un 5 por ciento de su producción eléctrica en base al viento. En la Argentina la suma de eólica y solar no supera el uno por ciento del total.
Una matriz energética con una meta posible del orden del diez por ciento de energías limpias, renovables y ecológicas no solamente responderá al imperativo ético de la época; también prolongará el horizonte de los yacimientos no convencionales y hará de Vaca Muerta un capital apreciable y no un botín a esquilmar.