La deriva de Trump: rescate billonario, pulsión pendenciera y especulación letal

La oscilante estrategia del presidente colocó a la mayor potencia del planeta en el ojo de la pandemia: Estados Unidos ya es el país con más casos en el mundo. Elecciones domésticas, economía y batalla geopolítica: causas y consecuencias de una gestión de crisis fatal.

26 de marzo, 2020 | 18.56

La pandemia se acelera. No solamente aumenta, cada vez más rápido, el número de casos a nivel global; también crece la velocidad con la que el foco principal se mueve de una punta a otra del planeta. El coronavirus tardó dos meses en desplazar su centro de infección de Asia a Europa, pero luego le tomó menos de treinta días cruzar el océano Atlántico. Cuando China comienza a explorar la salida de la cuarentena y la situación europea da las primeras, precoces, señales de un futuro achatado, Estados Unidos entra en la curva a toda velocidad: ya es el país del mundo con más casos diarios y ayer superó a Italia y China en el recuento total, pasó de largo la marca de las mil víctimas fatales y todavía no tomó medidas drásticas para ponerle freno a la enfermedad.

La crisis desatada por el virus dejó en evidencia que Donald Trump no es el eximio estadista que él estima ser. Su manejo de la amenaza fue (es) negligente y alejado de los consensos científicos. Acuciado por la urgencia electoral, compra la falsa dicotomía entre economía y salud para volcarse por la primera opción y se resiste a tomar medidas restrictivas más que a cuentagotas, algo que a esta altura parece un modus operandi del eje Bannon. El presidente norteamericano insiste en “encender” nuevamente los Estados Unidos para el domingo de Pascuas, en menos de diez días, “un bello plazo de tiempo” que permitirá ver “iglesias repletas en todas partes del país”. Los mapas que muestran niveles de aprobación de su gestión en el territorio explican su súbito fervor religioso.

El problema con ese plazo es que incluso Anthony Fauci, considerado el mayor experto del mundo en infectología y miembro del equipo de asesores de Trump, ya advirtió que espera que la enfermedad tenga su pico no antes de comienzos de mayo. La renuencia de la Casa Blanca a implementar políticas estrictas contra el coronavirus tensó la relación con los gobiernos locales: estados y ciudades de todo el país toman medidas que no coinciden con la guía de estrategias sugeridas y que, eventualmente, pueden entrar en contradicción directa con órdenes de Washington. En las últimas horas, muchos gobernadores y alcaldes, tanto republicanos como demócratas, cuestionaron las decisiones del presidente y advirtieron que no van a acompañar el camino que él tome.

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“No se le puede poner un plazo de tiempo a la vida de las personas --manifestó el gobernador republicano de Maryland, Larry Hogan, que encabeza la Asociación Nacional de Gobernadores--. Vamos a tomar decisiones basadas en hechos y ciencia”. El alcalde de Los Angeles, Eric Garcetti (demócrata) le respondió directamente a Trump: “Sé que todos tenemos la esperanza de volver a las iglesas para Pascuas, a las sinagogas para Pesaj y de volver a encender la economía en un par de semanas. Debemos ser honestos y admitir que no volveremos a la normalidad en tan poco tiempo. Tenemos que prepararnos para pasar por lo menos un par de meses así”. La estructura federal entra en tensión y sobrevuela el peligro de conflictos legales que paralicen la capacidad de respuesta del país.

De todos los referentes locales que se plantaron contra Trump, ninguno adquirió la relevancia del gobernador del estado de Nueva York, el demócrata Andrew Cuomo. Si Estados Unidos es el epicentro de la pandemia, NY es el epicentro del epicentro. El primer caso allí se confirmó el primero de marzo, y al día de hoy ya suma más de 36 mil, más de la mitad del total estadounidense. En New York City vive uno de cada tres infectados confirmados en ese país. Desde hace diez días, todo el estado permanece en cuarentena. Las imágenes de la Guardia Nacional y el Ejército desplegándose en las calles de Manhattan recorrieron el mundo aún más rápido que el virus. La capital del mundo permanece en suspenso. “El pico será más alto y llegará antes de lo que esperamos”, advirtió Cuomo.

Mientras Trump dudaba y daba vueltas alrededor de su estrategia contra la epidemia, Cuomo actuó con velocidad y decisión, tomando incluso medidas que en su momento fueron cuestionadas, como el cierre de la tradicional zona de teatros de Broadway el doce de marzo. En sus apariciones públicas, confronta con el presidente pero busca posicionarse en un lugar constructivo, lo que le granjeó apoyos de líderes republicanos, una rareza incluso en estas épocas de catástrofe humanitaria. Esta semana, fue calificado como “el político del momento” por el New York Times y en las redes sociales fue tendencia el tag #PresidentCuomo. Lamentablemente para él, su amigo personal Joe Biden ya se encamina a la candidatura demócrata para las elecciones de este año.

Trump, que hasta hace pocas semanas estaba convencido de la infalibilidad de su reelección, cree que es la depresión económica causada por el coronavirus, más que la enfermedad misma, la que pone en riesgo su segundo mandato. Por eso apuesta a no tener que frenar por completo el país. Con la otra mano, abre la canilla del mayor plan de salvataje de la historia: entre el programa expansivo de la Reserva Federal y un rescate aprobado por el Capitolio inyectará seis billones (millones de millones) de dólares en la economía. Quizás no resulte suficiente: 3,3 millones de personas se inscribieron en el seguro de desempleo. La cifra no solamente es un récord; pulveriza la marca anterior, de octubre de 1982, cuando los solicitantes fueron 695 mil. Casi cinco veces menos.

De fondo, se desarrolla la batalla geopolítica con China, que, de acuerdo a los tiempos que corren, se convirtió en una parodia interpretada vía Twitter, mediante la colocación de apodos racistas y la difusión de teorías conspirativas. Resulta claro que Beijing, que ya está dejando atrás la pandemia, mueve sus fichas para extender su influencia global mientras su principal adversario, conducido por un comandante poco hábil para su responsabilidad histórica, todavía no encuentra la solución al problema que se le viene encima. Estados Unidos todavía tiene herramientas de sobra para dar esa batalla y los recursos para revertir, en cierta medida, las consecuencias de la inoperancia que reinó las últimas semanas. Debería, para eso, modificar su deriva. El mundo entero está mirando.