A menos de un mes de las elecciones en Brasil, el Partido de los Trabajadores decidió que su candidato a la presidencia sea Fernando Haddad.
Empujado por las circunstancias y la prisión, desde abril, del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, el PT tenía dos opciones: o boicotear el proceso electoral y denunciar fraude por la proscripción política Lula, con el riesgo de quedar fuera del Congreso, o reemplazarlo por otro candidato.
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En su carta dirigida al pueblo brasileño el 11 de septiembre, Lula pidió el voto por Haddad, el exalcalde de San Pablo y ministro de Educación (2005-2012).
En esa carta, Lula resaltó la importancia de Haddad por haber abierto las puertas de la universidad a casi cuatro millones de estudiantes que nunca habían tenido esa posibilidad y que, juntos, habían creado más escuelas técnicas que en 100 años. Un claro mensaje a los sectores más postergados, aquellos que por primera vez en décadas sienten que fueron tomados en cuenta como brasileños y brasileñas de pleno derecho.
El politólogo brasileño André Singer, que fue portavoz de campaña de Lula en 2002, acuñó el término "lulismo" para explicar la transformación que sufrió el PT durante la construcción de hegemonía política mediante el combate a la pobreza y la reactivación del consumo de los sectores más pobres en el norte del país. Pero lulismo es Lula.
Al hacer partícipe a Haddad de algunos de sus principales logros, Lula intenta transferirle lo que en política siempre es difícil de transferir: los votos. Lo consiguió en su momento con Dilma Rousseff a pesar de las resistencias dentro de su propio partido.
Claro que entonces, él era el presidente y recorrió todo el país con ella durante meses para instalar su candidatura. Ahora está preso y queda menos de un mes para que Haddad se instale como candidato a presidente, algo muy difícil de lograr en tan poco tiempo.
En un país tan afecto a las encuestas ya surgieron algunas que lo ubican en primer lugar de intención de voto, por encima de Jair Bolsonaro. El diputado de extrema derecha no parece subir mucho en las encuestas aun después del ataque que sufrió el 6 de septiembre, aunque sí incrementó su presencia en los medios de comunicación y fue tapa de casi todos los diarios del país el día después de ser atacado con un cuchillo.
Pero la política es dialéctica. Una mayor exposición también puede generar reacciones negativas. Una iniciativa de mujeres ya juntó en Facebook más de un millón de adhesiones en contra de Bolsonaro, en rechazo a sus expresiones misóginas y homofóbicas, algo que le pone un condimento novedoso a la campaña electoral.
Hace tiempo que decimos en esta columna que la democracia brasileña es extremadamente frágil y la realidad lo ratifica. Los dos principales candidatos no pueden participar activamente de la campaña electoral; mientras Lula está preso e inhabilitado, Bolsonaro yace en un hospital reponiéndose de sus heridas.
En este contexto cuesta pensar que la ciudadanía participe con entusiasmo de las elecciones del 7 de octubre.