Juan Forn y un pequeño libro inmenso

18 de septiembre, 2015 | 14.21

Acaba salir el nuevo libro de Juan Forn, y es prodigioso. Se trata del primer tomo de la recopilación de las contratapas de los viernes que Forn publica desde 2008 en Página/12. Su título, aburrido o pretencioso, pretende definir un tono de lectura dominical: "Los viernes". El libro es eso y al mismo tiempo lo contrario.

Las divertidas y resueltas prosas nunca duran más de cinco carillas. Abordan retazos alucinados de la vida de figuras cruciales del siglo XX, a veces para rescatarlas del olvido y otras para mostrar la faceta insospechada de algún ícono popular. La riqueza de algunos acontecimientos históricos es mostrada por Forn a través de aquel mecanismo tan clásico como eficaz que fascinara a Julio Cortázar: el recorte de una anécdota colorida que hace brillar no sólo el destino formidable que le aguarda a la humanidad si no su contracara cruel, la nostalgia ominosa de lo que nunca pasó. Forn se sirve de un saber prolíficamente documentado, pero solo en la medida en que lo administra con la maestría de un narrador maduro, avieso. Ninguna historia termina del todo; todas comienzan y se cruzan muy pronto, construyendo cada relato en esa juntura evidente pero invisible que Forn teje con mano de poeta. A veces el final nos depara un paisaje inesperado y alentador. A veces, un descubrimiento pequeño y febril. Otras, la blancura del vacío. Siempre, pero siempre, terminamos placenteramente perdidos.

Las intrigas y curiosidades sobre Stalin, Einstein, Chèjov o Nijinskyse intercalan con breves confesiones o retratos personales, de tono más intimista, pero que compiten (y varias veces ganan) con el irresistible misterio de esos titanes. Forn no teme hablar sobre su sexualidad adolescente, sobre la vejez de su madre, sobre las obsesiones de su padre. Aunque se casa con las configuraciones imaginarias más estereotipadas (como tantos escritores argentinos que hicieron obra en los 90´), esa pasión no le impide cruzar el registro de lo íntimo con lo público de forma que uno revele lo que el otro esconde.

Pero tal vez lo más impresionante de estas crónicas desaforadas y lúcidas sea lo que siempre está sucediendo por abajo y que descubrimos al final, sin lograr ponerlo en palabras. Porque las preguntas que le hace Forn a la Historia siempre tienen que ver con el amor. Como si con su apuesta en el fondo reflexiva (que parece ocultar una melancolía por la literatura filosófica del siglo XIX), quisiera cerrar las heridas abiertas y revivir las células quemadas de esa era preñada de catástrofes que según Eric Hobsbawm comenzó en 1917 y terminó en 1989, y que un porteño mal resignado llamó para siempre Cambalache (¿no hubiera sido un mejor título para la colección?).

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Libro orgánico de textos pequeños (por su extensión) pero inmensos (por su ambición y su alcance). Libro erudito y eminentemente popular. Libro escrito por un escritor que lee escribiendo y que coquetea todo el tiempo con la épica y la lírica, es decir con la poesía. Como las aguafuertes de Arlt o los relatos orales de Capote, Forn ha construido un género propio, con sus propias reglas y condiciones de posibilidad. Ese logro no es menor. Como tampoco lo son estas páginas, donde una voz sigue buscándose a sí misma y en muchas ocasiones logra encontrarse donde no está: en esos agujeros donde florece lo imprevisto, lo tembloroso, lo revelador.