Jair Bolsonaro todavía no ha asumido la presidencia de Brasil, pero ya ha demostrado que uno de sus objetivos es jugar fuerte en la política de América Latina y el Caribe, y en sentido contrario al que durante casi 14 años impulsó el tándem Lula da Silva-Dilma Roussef. Si éstos se alineaban con la corriente progresista, Bolsonaro ya está organizando a referentes de las derechas latinoamericanas, con quienes tuvo su primer encuentro el 8 de diciembre en la ciudad brasileña de Foz de Iguazú, en la denominada primera “Cumbre Conservadora de las Américas”.
Las diferentes vertientes de las derechas latinoamericanas han tenido que convivir con gobiernos de izquierda e incluso le abrieron las puertas a Cuba cuando se formó la CELAC, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, cuya primera cumbre se realizó en Chile bajo la presidencia de Sebastián Piñera que luego le pasó el mando justamente a Raúl Castro.
La existencia de numerosas vertientes dentro de lo que se puede llamar el pensamiento y acción conservador, liberal y de derecha genera numerosos debates en los ámbitos políticos, periodísticos y académicos. Pero hay algo que ha primado. A la inmensa mayoría de los partidos de derecha le disgusta el calificativo “derecha” y suelen definirse como de “centro” o “centroderecha”. En la memoria colectiva latinoamericana ser de “derecha” está asociado a los golpes de Estado militares, al cierre de los parlamentos y la prohibición de toda forma de acción política. En síntesis, a las dictaduras.
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Lo novedoso con Jair Bolsonaro es que no tiene ningún problema en decir que él es de derecha. Mientras era un diputado aislado y marginal su opinión no gravitaba, pero ahora es el presidente de Brasil. Como señala el politólogo brasileño Martín Eigon Martino en sus análisis sobre Bolsonaro, “es la derecha sin vergüenza”, que incluso puede sumar varios militares a su gabinete. Si en los años 80 y 90 del siglo pasado hubo una “nueva derecha” que se distinguía de la derecha “clásica” golpista, ahora emerge otra “nueva derecha”. Esta retoma un lenguaje anticomunista que parece extraído de la Guerra Fría de hace 50 años y que tiene en Bolsonaro su más fiel representante; el mismo que rechaza la caracterización de “dictadura” del régimen militar que gobernó Brasil durante 21 años. El otro elemento a destacar es que Bolsonaro actúa en reacción a los que son —o fueron— los gobiernos de izquierda en América Latina.
Esto se vio reflejado en la “Cumbre Conservadora” organizada y liderada por el diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente y que tuvo entre sus expositores al exdiputado y candidato presidencial chileno José Manuel Kast —que reivindica al dictador Augusto Pinochet— y al expresidente de Colombia Álvaro Uribe. Allí, Eduardo Bolsonaro ofreció a Brasil de sede para un eventual juicio a las “dictaduras” de Cuba, Venezuela y Nicaragua. En la cumbre se habló contra el virus del comunismo, se dijo que los comunistas son psicópatas, que la familia, la patria y Dios son los pilares de la hispanidad, que la KGB y los espías chinos tienen la capacidad de destruir un partido conservador en 10 minutos, que Venezuela articula con Irán y Turquía una nueva crisis de los misiles (en referencia a la llamada “crisis de los misiles” de Cuba en 1962) y que el triunfo de Brasil significa un retorno a la civilización occidental.
Casi 30 años después de la caída del muro de Berlín, esta nueva derecha retoma el discurso de la “amenaza comunista” asociado a una amenaza extranjera. Y no están solos. Si bien varios presidentes latinoamericanos tienen una excelente relación con Donald Trump, son pocos los que abiertamente lo toman como un ejemplo a seguir, como dijo Bolsonaro en su visita a Estados Unidos en septiembre de este año. Por otra parte, el mandatario brasileño hace gala de su relación con Steve Bannon, el exasesor de Trump que también en América Latina está tratando de impulsar su movimiento internacional de derechas.
¿Logrará Jair Bolsonaro organizar una corriente de derecha latinoamericana a su imagen y semejanza? Intenciones no le faltan.