ISIS, un monstruo sin padre

23 de mayo, 2015 | 19.39
No hace falta ahondar en las características premodernas que dibujan el imaginario del Estado Islámico o ISIS. Decapitaciones de quienes no profesan la variante sunita extrema del Islam, negación de derechos básicos para las mujeres, destrucción del patrimonio histórico de ciudades milenarias en Siria e Irak, retc.

Sin embargo, queda por entender cuál es el motivo por el cual una fuerza de este tipo logró, en cuestión de meses, hacerse de un territorio inmenso, que borró la frontera entre Irak y Siria y puso a ambos países al borde del colapso militar y, por ende, estatal.

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Todavía más sorprendente es la noticia de estos días: después de algunas victorias sobre ISIS (con ayuda militar de Estados Unidos y de Irán), el movimiento recuperó posiciones hasta el punto de conquistar la ciudad de Ramadi, a las puerta de la capital Iraquí, Bagdad. Otro tanto sucedió con la ciudad de Palmira, en Siria, de menor valor militar, pero un símbolo como centro urbanístico histórico.
La lectura de las agencias de noticias internacionales es benevolente con las grandes potencias: el avance de ISIS se explica por su salvajismo, la rudeza de sus combatientes y la poca eficiencia de los ejércitos locales de Siria e Irak para combatirlos. Por otro lado. Las prácticas premodernas de ISIS ayudan a pensarlo como la contratara de los valores occidentales.

Como excepción que confirma la regla, el periodista inglés Patric Cockburn, quien publicó recientemente un libro sobre el tema ("ISIS, el retorno de la Yihad"), advierte desde hace años que el impulso de grupos como ISIS está íntimamente ligado a un proceso de larga data: por un lado, la propagación de wahabismo, vertiente hiper ortodoxa del Islam, apoyada con entusiasmo por la monarquía absolutista de Arabia Saudita. Y, en el corto plazo, la inestabilidad política que trajo a todo Medio Oriente la "primavera árabe" a partir de 2011, completan un panorama más complejo que el impulso barbárico del fanatismo.

¿Dónde entran las potencias occidentales, muy particularmente Estados Unidos? En la elección de sus aliados y en la estrategia de intervención. Desde los años 80, Arabia Saudita se convirtió en el aliado más estrecho de la Casa Blanca, pudiendo desarrollar tranquilamente su programa de extremismo religioso, con protección política y los recursos cuasi infinitos del petróleo.

En el 2003, después de años de un intervencionismo gradual, Estados Unidos pega el salto al vacío: invade territorialmente Irak, derroca a Sadam Hussien, destruye las instituciones estatales que había formado el régimen en cuatro décadas. Semejante dislocación política-estatal la reemplaza con gobiernos títeres, evidentemente débiles.

En el 2008, Barack Obama, premio Nobel de la Paz (?), promete un nuevo tiempo sin guerras imperiales.
Pero cuando estallan las protestas en distintos países árabes, entre ellos Siria y Libia, Estados Unidos, una vez más, ve allí una oportunidad para deshacerse de gobiernos hostiles. Ese cálculo simplista lo lleva a menospreciar otros como la multiplicación del caos, la pérdida de poder de los estados sobre sus territorios, la consolidación de grupos mercenarios y religiosos en un marco de descomposición general.

Así las cosas es tan falso que ISIS sea un producto de laboratorio de la CIA como que EEUU no haya tenido responsabilidad política.

La dificultad es que a diferencia de Al qaeda, ISIS decidió mutar su nombre al de Estado Islámico. No pretenden ser una red terrorista mundial, sino un gobierno que controla un territorio, en forma soberana. Justamente, aquello que EEUU impidió a los países árabes con tradición laica (Irak, Libia, Siria) .



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