Es difícil conocer, por ahora, la magnitud de los daños provocados por el ataque iraní contra objetivos estadounidenses en Irak. Pocas horas después de ocurrido este hecho los medios persas comunicaban que habían sido aproximadamente 80 las bajas entre soldados estadounidenses. Mientras tanto, la Agencia Tasnim News informaba que Estados Unidos estaba intentando minimizar la cantidad de víctimas fatales y heridos trasladándolos en helicópteros. Pero el presidente Trump negó, en el discurso pronunciado ayer, que se hubieran producido destrucción material, muertes o heridos estadounidenses e iraquíes. Recordemos que, pocos minutos después de del lanzamiento de misiles, el Pentágono mencionó que se habían registrado “sólo muertes iraquíes”, información que fue luego desmentida por el gobierno local.
Sobre los daños materiales, fuentes vinculadas a la Guardia Revolucionaria Iraní (IRGC, por sus siglas en inglés) informaron que el impacto de misiles “había causado daños graves en los aviones no tripulados, helicópteros y amplios equipos militares”, contradiciendo las versiones estadounidenses.
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Resulta de vital importancia determinar el resultado del ataque para analizar qué intención tuvo el gobierno iraní al planear la respuesta militar al asesinato del General Soleimani. A pesar de contar con información parcial se pueden inferir algunas interpretaciones:
Irán no reaccionó de manera proporcional ante el atentado fatal contra el General Soleimani. El asesinato de un alto funcionario es uno de los más graves actos de guerra que un Estado puede cometer contra otro.
Irán debía, por un lado, intentar descomprimir la presión interna ante tan brutal ataque de parte de Estados Unidos. Por el otro, evitar que dicha acción diera lugar a una nueva respuesta norteamericana aún más agresiva, lo cual, a esta altura, significaría el potencial inicio de una contienda mayor.
Irán parece estar utilizando una estrategia de respuesta escalonada: realizó un primer ataque con objetivos limitados para luego advertir que, si Estados Unidos responde, su próxima ofensiva será más contundente. De ahí la amenaza de ataque sobre blancos en Dubai (Emiratos Árabes Unidos) y Haifa (Israel).
No debe subestimarse esta advertencia. De concretarse una nueva agresión ordenada por la Casa Blanca, Irán estaría “obligado” a cumplir su promesa, lo cual podría inaugurar un escenario muy peligroso. Irán convertiría el enfrentamiento en una cuestión regional: cada país de Medio Oriente debería tomar posiciones y ejecutar medidas, de carácter militar principalmente. Además, hace mucho tiempo que Israel espera contar con un casus belli para atacar a Irán en gran escala, aunque se halle todavía atado a la autorización de Washington.
Así como el asesinato del General Soleimani fue, en primer lugar, un ataque contra la influencia política y militar iraní en Medio Oriente, la respuesta de Irán tiene como fin principal la efectiva retirada de las tropas estadounidenses de Irak, en lo inmediato y de toda la región, en el mediano plazo.
Queda claro que Irán no tiene intenciones de desatar una guerra aunque, como advirtió su canciller, si Irán es atacado se apegará a su derecho de responder. Más allá de la enorme gravedad que supone el asesinato de Soleimani, el gobierno persa demostró, al menos por ahora, no estar dispuesto a desatar una guerra a partir de dicho acto.
A partir de las noticias que siguieron circulando en los medios sobre ataques asilados a instalaciones militares con presencia estadounidense, posteriores a la escalada del 8 de enero (o noche del 7 de enero en Argentina), es preciso considerar que las mismas milicias con y sin influencia iraní que operan en Irak y/o algunos sectores políticos iraníes opositores pueden no haberse quedado conformes con la respuesta oficial del gobierno iraní; en cuyo caso cabría esperar posibles nuevos ataques de menor o mayor escala. Sin embargo, hasta tanto no se comprueben los detalles de cada hecho es muy difícil determinar qué partes están detrás dichas acciones y qué intereses persiguen.
La acusación sin pruebas esgrimida por el presidente Trump sobre una posible responsabilidad de parte de las autoridades iraníes en la caída del avión ucraniano siniestrado en Teherán, debe tomarse con pinzas. Las sucesivas administraciones estadounidenses han demostrado ser especialistas en “dudar”, “creer” y “tener pruebas irrefutables” que después no resultan serlo o ni siquiera se dan a conocer públicamente para justificar crímenes y actos de guerra.
No parece que Irán vaya a ceder ante cualquiera de las exigencias de Estados Unidos:
Las milicias patrocinadas por Irán en el denominado “Eje de Resistencia” (Irak, Líbano, Palestina, Yemen…) no dejarán de trabajar en pos de incrementar su influencia en la región, a pesar de la pérdida del General Soleimani.
Incluso antes del ataque con misiles en Irak (pero después del asesinato del General persa), el gobierno iraní ya había anunciado que comenzaría a implementar la quinta y última etapa del cronograma de reducción de obligaciones asumidas en el acuerdo nuclear. Esto significa que Irán ya no se considera limitado por las condiciones del pacto firmado en 2015 y, en consecuencia, aumentará su capacidad para enriquecer uranio, el porcentaje de enriquecimiento, la cantidad de material enriquecido y retomará todos los programas relativos a la investigación y el desarrollo nuclear. Cabe aclarar que las obligaciones establecidas por dicho acuerdo no eran actualmente respetadas por la mayoría de las partes: por Estados Unidos, que se retiró del compromiso en 2018 y por las potencias europeas que, si bien no cancelaron su participación y criticaron la salida de Estados Unidos del mismo, obedecieron las instrucciones de Washington para hacer cumplir las sanciones contra Irán, es decir, violaron por acción u omisión la más importante cláusula favorable a Irán establecida en el acuerdo.
Si bien resulta prematuro hablar de ganadores y perdedores de esta última escalada, se pueden esbozar algunas conclusiones preliminares:
Irán perdió a uno de sus más altos funcionarios a partir de un liso y llano acto de guerra. Su economía atraviesa una situación muy grave producto de las sanciones aplicadas unilateralmente por EEUU y, según anunció Trump en su discurso del 8 de enero, las mismas aumentarán. Por su parte, Estados Unidos no tuvo pérdidas concretas de importancia. Los daños materiales y las posibles muertes entre sus propias fuerzas militares no se traducen en un daño significativo desde la lógica de la Casa Blanca.
Alejándonos de la coyuntura se puede avizorar que la tendencia que muestra la pérdida de hegemonía por parte de Estados Unidos en Medio Oriente continúa. Irán no cede a las presiones, sigue expandiendo su influencia política y militar mientras avanza en la consolidación de alianzas con potencias regionales, Rusia y China.
Los países destruidos y fragmentados por las continuas intervenciones, guerras e invasiones comandadas directa o indirectamente por Washington y sus aliados europeos siguen generando ganancias a las multinacionales occidentales y a la estrategia geopolítica inmediata. No obstante, el avance de las potencias orientales es cada vez más difícil de resistir y, por ende, el peligro de una guerra propiciada por Estados Unidos sigue latente.