Por su gran poder descriptivo vale la pena detenerse en dos declaraciones de funcionarios de primera línea.
La primera. El ministro de Hacienda y Finanzas, Nicolás Dujovne, sostuvo que Mauricio Macri es “el dirigente con mejor imagen internacional de los presidentes que tuvo la Argentina en la historia contemporánea”. Semejante visión, esplendorosa y desmedida, fue a juicio del funcionario, la que habría permitido la fiesta de las finanzas y el endeudamiento creciente que desembocó en un nuevo programa con el FMI. También sería la causa de que MSCI, una suerte de calificadora global de riesgo bursátil, recategorice al país como “mercado emergente” a partir de mayo de 2019, siempre y cuando hasta entonces todo se mantenga igual. La recategorización comenzó a correr de inmediato para los papeles argentinos (ADRs) que cotizan en Wall Street, poco más de una decena de empresas que mejorarán su capitalización, con algún reflejo sobre la bolsa porteña, pero con efectos nulos sobre la economía real local.
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Ambas cuestiones, el ruinoso programa con el FMI y la buena nota condicional de MCSI, obtenida en rigor gracias a la creación de condiciones para la libre circulación de capitales, fueron presentadas como éxitos que posibilitarían, luego de la profundización del ajuste y el nuevo shock de precios relativos, el futuro bienestar para las mayorías. En el relato oficialista “la reducción de la pobreza y la protección de los más vulnerables” es el objetivo último de la política económica, pero asumiendo siempre que no hay futuros venturosos sin presentes calamitosos. Como enseña la tradición bíblica, sin sacrificios no hay paraíso.
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La segunda declaración correspondió a Luis Caputo, el trader VIP de la Champion League que pasó de ministro de deuda a presidente en comisión del Banco Central independiente. Su nombramiento por decreto se produjo aun sin cumplir con los requisitos para el cargo establecidos por la Carta Orgánica de la entidad monetaria, que en su artículo 8, inciso b, veda esta posibilidad a los accionistas de fondos especulativos, una incompatibilidad que en algún momento, cuando se decida, quizá dirima el Poder Judicial. Contra las enseñanzas de Laura Alonso, que también entró por la ventana a la Oficina Anticorrupción, el nombramiento “técnicamente es delito”, al menos según el artículo 253 del Código Penal, que establece sanciones tanto para el nombrador como para el nombrado. Poniendo a un lado la doble vara moral cambiemita y regresando a las declaraciones, Caputo afirmó que la corrida cambiaria y la potente devaluación de la moneda fueron “lo mejor que nos pudo haber pasado” porque “nos obligó a ir a pedir el crédito al Fondo Monetario, que nos da mucha mayor certidumbre, particularmente con el financiamiento”.
Si se consideran en conjunto las declaraciones de Dujovne y Caputo se hace evidente la dualidad del estilo de gobierno PRO. Por un lado, el país jardín de infantes expresado por el titular de Hacienda, el del maquillaje permanente con sello Durán Barba, ese de los gestos positivos y la felicidad impostada aun frente a las noticias más funestas, como lo es un programa con el FMI. Pero al mismo tiempo, y a pesar del intento de no apartarse del libreto de la posverdad del ilusionista ecuatorianio, también el país de la honestidad brutal expresada por Caputo, quien en un solo párrafo dejó traslucir dos cosas ya sospechadas por los más desconfiados.
La primera, que no hubo errores ni hubo excesos en dejar correr el dólar hasta casi 29 pesos. La devaluación fue consecuencia de que se cortó parcialmente el flujo de financiamiento externo, pero también voluntad gubernamental. La comodidad con el nuevo tipo de cambio “competitivo e inestable” fue confirmada hasta por el novel titular de Producción, Dante Sica, el duhaldista representante de las terminales automotrices del Mercosur, quien siguió a coro al militante cambiemita y titular de la filial local de Fiat, Cristiano Ratazzi. La segunda cuestión expresada por Caputo fue que el programa con el FMI no fue un accidente producto del cambio de escenario post corrida, sino algo buscado por el gobierno. Sí, honestidad brutal, tal vez de bruto y sin querer.
El problema es lo que viene tras la nueva megadevaluación y el nuevo mundo de condicionalidades con revisiones trimestrales del staff del FMI. Lo primero que puede adelantarse es que el ajuste diseñado, según surge de la carta de intención, es de tal magnitud que será de cumplimiento imposible, no es socialmente sustentable y seguramente reaparecerán palabras sepultadas como “waiver”, los otrora famosos perdones ante los incumplimientos, normalmente atados a más condicionalidades contractivas. Lo que se verá en los próximos meses, comenzando por el paro nacional del lunes 25, no será sólo el crudo invierno de la economía, con fuerte deterioro de los indicadores sociales, sino los crecientes problemas de legitimación del modelo económico y el aumento de la conflictividad. Las tensiones no se limitarán a la relación trabajo-capital, la devaluación también sacudirá el ajuste de otros precios relativos, como las tarifas y los combustibles, un problema agravado por la suba del petróleo y los consensos de liberalización preexistentes. La salida del ministro de la Shell, Juan José Aranguren fue el primer acto. También se espera que provoque ruido la cuestión de la continuidad de la baja de las retenciones, punto en el que la visión del FMI difiere de la perspectiva sintetizada por la Mesa de Enlace.
Sin embargo, contra viento y marea y a pesar de algunos crujidos intraburgueses, el bloque histórico que sostiene a Cambiemos permanece prácticamente intacto. Se trata de un conjunto heterogéneo en el que confluyen las principales organizaciones empresarias, las entidades del agro, el grueso del poder judicial, la mayoría de los gobernadores, la embajada estadounidense y la prensa hegemónica, pero también buena parte del opoficialismo peronista y el poder sindical, evidente en el desgano del trinvirato para anunciar medidas de fuerza. El cuadro del carácter intacto del poder real quedó otra vez demostrado en la fallida sesión de Diputados de esta semana, la que había sido convocada para demandar que el acuerdo con el Fondo pase por el Congreso y de la que sólo participaron el 20 por ciento de los diputados, una imagen triste y desoladora que permite entrever el consenso mayoritario de las clases hegemónicas locales y el poder político con el ajuste.
También representa una advertencia para identificar la verdadera divisoria de aguas que hoy atraviesa la política local, que no pasa por peronismo-antiperonismo, sino por la dicotomía entre una economía nacional y popular, con un modelo de desarrollo que incluya a las mayorías, versus un modelo neoliberal tradicional que se limite a la administración de la dependencia. Un modelo que hoy, frente al inevitable desgaste que padecerá la actual administración, apuesta a construir una oposición que no altere los principales lineamientos diseñados desde Washington para la región y que es compartido por integrantes de los partidos tradicionales, con prescindencia de los matices de sus sellos específicos