La reunión del G20 en Buenos Aires se enmarca en dos acontecimientos previos que le otorgan aristas muy relevantes para el futuro global:
1-La decisión del titular de la Reserva Federal, Jerome Powell, de atenuar la suba de la tasa de interés de los fondos federales por considerar que se encuentra próxima al rango neutro, que es aquél en que la economía no se recalienta provocando inflación ni se estanca recesivamente.
2-Los pronósticos pesimistas de la directora del FMI, Christine Lagarde, respecto a un menor crecimiento de la economía mundial consecuencia de las guerras comerciales en curso y el abultado crecimiento de la deuda pública en numerosos países europeos y emergentes, por encima del existente en los momentos previos a la crisis de 2008.
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Ambos eventos definen una enorme preocupación de los líderes del mundo desarrollado por la capacidad de expansión de sus economías y los riesgos de una colapso financiero focalizado en los títulos soberanos masivamente emitidos en el contexto de tasas de interés bajas y abundante liquidez con que se intentó afrontar el crack de 2008.
La Reserva Federal pretende anticiparse al horizonte de recesión en EEUU al notar que el rendimiento de los bonos del tesoro de corto plazo se aproximaba peligrosamente al de los bonos de largo. A su vez el FMI advierte que el freno al crecimiento está construyendo un ratio deuda pública/PBI insustentable en varias naciones.
Los EEUU llegan a esta reunión con el impulso de reestructurar el mundo multilateral surgido del fin de la Guerra Fría, quebrado en el hundimiento bancario de 2008 y emparchado a su costa en la década posterior. Como se señaló, la salida inmediata de la crisis fue ampliar el desequilibrio externo de la economía estadounidense facilitando la expansión de la liquidez mundial, política que sostenida por una década tendía a debilitar al dólar como moneda de reserva.
Las razones de este comportamiento deben situarse en el hecho que entre 1989 y 2008 la tasa de crecimiento promedio anual de la economía planetaria fue del 5%, descendiendo al 2% después de la crisis, correspondiendo el 1,1% de esa expansión a las naciones del Asia-Pacífico, esencialmente China. Por lo tanto, las economías desarrolladas permanecían casi estancadas.
La revisión del multilateralismo heredado del fin de la Guerra Fría objetivado en los duros cuestionamientos de EEUU a la Organización Mundial del Comercio es uno de los temas centrales de agenda de esta reunión del G20, que exhibe la exigencia de Washington de impedir que China siga apropiándose de la demanda global a costa de la liquidez norteamericana. El duro comunicado de Trump después de la reunión bilateral con Macri convalida el veto a la presencia de Beijing en la región.
A la vez también procura debilitar a la Unión Europea hegemonizada por Alemania, cuestionando el rol de euro como moneda de reserva internacional. Las economías europeas endeudadas y estancadas comienzan a exteriorizar síntomas políticos de agotamiento del sistema de un euro fuerte y caída de su competitividad frente a los alemanes. El rumbo de la Unión Europea, si prosiguen la tensiones instaladas por los EEUU y en línea con la advertencia de Lagarde, es una crisis de deuda y un debilitamiento del euro por una mezcla de destrucción de activos financieros alemanes y forzada emisión monetaria para evitar un colapso del sistema de pagos, o el abandono del euro por algunos países de la Unión.
Para las principales economías de Latinoamérica este escenario estructuralmente es poco prometedor porque la emergencia de China y otros países como consumidores mundiales había creado un escenario en la primera década y media de este siglo muy favorable. Sin embargo Argentina, Brasil y México no parecen tener un recorrido futuro uniforme frente al desafío planteado por los estadounidenses.
En primer lugar en México asume la Presidencia Andrés Manuel López Obrador, líder de un movimiento popular que pretende clausurar treinta años de hegemonía neoliberal que arrastró al país a un escenario de violencia, miseria y emigración desconocido en su historia. Lo hace con la finalización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) que ató su economía al funcionamiento de EEUU y Canadá, y el reemplazo del mismo por el T-MEC, que se adapta a las improntas proteccionistas de la nueva etapa norteamericana. Habrá que ver su evolución.
En segundo lugar, al igual que en México, en Brasil asume un nuevo presidente, Jair Bolsonaro, surgido del deterioro absoluto del estado democrático, marcado por la destitución del gobierno del PT y el encarcelamiento de sus líderes. Bolsonaro se apresta a transformar en una economía abierta a una nación que sostuvo durante 80 años una política industrial articulada. El proceso de Brasil es de enorme incertidumbre, no sólo por el tamaño de su territorio y su PBI sino porque su Presidente electo anuncia una ruptura histórica del devenir brasileño en un contexto mundial absolutamente negativo para esa iniciativa.
En Argentina se advierte la banalización de la agenda del G20 por parte de la comunicación oficial y el cholulo intento de aprovechamiento de la presencia de líderes internacionales para mostrarlo como respaldo a un gobierno sostenido por la asistencia del FMI. Esto obtura abrir un debate sobre las graves dificultades que puede atravesar el país ante el planteo de EEUU, que es el país cuarto en el intercambio comercial internacional de la Argentina. El primer lugar lo ocupa Brasil, el segundo la Unión Europea y el tercero China.
Al igual que en Brasil y en México, si bien a fin de año, también asumirá un nuevo presidente, en un mundo en el que las tensiones que hoy se expresan en la reunión de Buenos Aires estarán completamente desplegadas.