El año pasado Lenín Moreno asumió la presidencia del Ecuador como sucesor de Rafael Correa del movimiento Alianza País. Moreno fue vicepresidente de Correa entre 2007 y 2013 y luego fue reemplazado por Jorge Glas, quien lo acompañó en la fórmula que ganó las elecciones en abril de 2017. Correa dijo públicamente que al dejar el cargo se radicaría por un tiempo en Bélgica para acompañar a su mujer que es oriunda de ese país. Sin embargo, las diferencias entre Moreno y Correa afloraron y lo que comenzó como una cuestión de “estilos” terminó convirtiéndose en una batalla política, la fractura de Alianza País y una ruptura entre ambos. Para comprender la crisis que vive hoy Ecuador NODAL conversó con Franklin Ramirez, profesor universitario e investigador de FLACSO, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales del Ecuador.
La mayoría de los latinoamericanos tiene serias dificultades para comprender cuál es la disputa entre Rafael Correa y Lenín Moreno. El vicepresidente electo está en la cárcel, la Asamblea Nacional eligió el 6 de enero a María Alejandra Vicuña para reemplazarlo y está en marcha una consulta popular para el 4 de febrero. ¿Cómo se explica esta crisis de la llamada Revolución Ciudadana que tanta expectativa generó en América Latina?
Efectivamente el paisaje político es confuso en el Ecuador. A breves rasgos, uno puede decir que, ya desde la campaña electoral, Lenín Moreno trazó un discurso político y una agenda con una autonomía relativa de Correa. Una vez en el poder, disparó una serie de decisiones políticas que fueron de muy poco agrado de Correa y su entorno. En primer lugar su agenda para situarse en el escenario fue colocar la lucha contra la corrupción en el centro de sus decisiones y, sobre todo, acelerar las pesquisas de investigación y el procesamiento de Jorge Glas y otra gente cercana.
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En segundo lugar, el diálogo político era un modo de ponerse en las antípodas de Correa y su matriz más confrontacional, antagonista. Moreno habla con todos los sectores, algo que ya había hecho como vicepresidente. Y en tercer lugar, sobre todo, abrir una relación muy cercana con distintos actores de las élites económicas, bancarias, productivas. Pero también con las organizaciones sociales y de ciertos sindicatos. Todos estos sectores habían tomado larga distancia de Correa en los últimos años.