Volvió la Francia de las revueltas populares. O tal vez nunca se fue. De manera cíclica, los franceses salen a las calles a protestar contra el costo de la vida, el alza de los impuestos o el combustible; sea este el carbón como antes de la Primera Guerra Mundial o la gasolina para los autos como sucede en estos días.
Esta protesta, conocida como “de los chalecos amarillos” por las prendas fluorescentes que deben tener los automovilistas para casos de emergencia, se remite a la historia de Francia y sus protestas que siempre están presentes. El rey Luis XIV puede ser un personaje de los libros de historia en la mayoría de los países, pero cuando comparan al presidente Emmanuel Macron con su figura, en el inconsciente colectivo francés eso dice mucho, porque al rey se le atribuye la famosa frase “el Estado soy yo”. Yo gobierno y soy omnipotente. Por eso no es casual que alguien haya puesto un cartel en la calle parafraseando a Luis XIV sobre el cobro de los impuestos. “Tomen dinero de los pobres, son muchos y nunca se quejan” dicen que dijo el rey, y ya poco importa si es real o no.
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A diferencia de tantas otras protestas en Francia o de la revuelta estudiantil-obrera de 1968 con epicentro en París, esta vez las manifestaciones surgieron de las periferias, utilizando las redes sociales y sin la presencia de sindicatos ni partidos políticos. Como fuera de las grandes ciudades el transporte público es escaso y el automóvil es el medio de transporte por excelencia, el aumento de la gasolina afecta directamente a millones de personas. Todo comenzó en mayo con un petitorio en Facebookcontra el aumento del combustible, lanzado por Priscillia Ludosky, una joven vendedora de cosméticos, que rápidamente consiguió cerca de un millón de firmas.
El presidente Macron argumenta que hay que realizar una gran reconversión energética, ir hacia las energías renovables y depender menos de la nuclear. Esto, por supuesto, incluye reducir la dependencia de los derivados del petróleo, como el combustible que usa la mayoría de los franceses, que carecen de los medios para comprar un auto de última generación menos dependiente de la gasolina.
El aumento del precio de los combustibles ya es, en sí mismo, motivo de enojo. Pero se da en el contexto de la supresión del impuesto sobre las fortunas que le quita al Estado la posibilidad de recaudar unos 4.000 millones de euros anuales.
Por eso resuena la frase “tomen dinero de los pobres” atribuida al rey Luis XIV. Solo que Macron no gobierna en el siglo XVI y los pobres tomaron las calles de Francia para quejarse.