Fin del neoliberalismo

La crisis desatada por la pandemia puso en fuerte cuestionamiento los postulados máximos del neoliberalismo a nivel mundial. 

05 de abril, 2020 | 00.05

El coronavirus trajo enfermedad, muertes, colapso de los sistemas de salud en varios países, desorganización de la vida a nivel mundial y produjo quebranto económico. Rompió el automatismo de las costumbres sociales, perdiéndose la aparente normalidad con la que circulábamos hasta hace solo unos días. La vida se volvió extraña; de un día para otro nos convertimos en  protagonistas de una distopía que hizo que regresemos a viejas formas del cuidado, como lavarse las manos y guardarse del peligro externo en las cavernas.

El virus maldito, mostrando a todas luces la impotencia del sistema para contener a las mayorías, destrozó varias certezas, como la supuesta fortaleza del neoliberalismo, que se desplomó de la noche a la mañana. También se quebró, con la velocidad del estornudo, la supuesta omnisapiencia  y omnipotencia del saber científico, que “todo lo sabe” y “todo lo puede”. 

Del mismo modo, quedaron como frases anacrónicas los slogans neoliberales del estilo “achicar el Estado para agrandar la nación” o el ideal de la meritocracia. Constatamos que si achicamos el Estado lo único que aumenta es el coronavirus, y que sólo con el capital y sin la salud pública nadie se salva. Un sistema basado en la maximización del beneficio y en la reducción de los costos deja al cuerpo -singular y social- amenazado por la enfermedad y la muerte. Ya nadie se atreve a poner en duda, después del estallido de esta pandemia, que se precisa de un Estado fuerte -que no es sinónimo de autoritario- que conciba a la salud pública como un derecho, y no como un gasto o una mera inversión.

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La crisis desencadenada por el coronavirus no hizo más que mostrar intempestivamente lo que hace años estaba agonizando: se puede arriesgar la hipótesis de que el coronavirus está llamado a funcionar como el significante que marca un límite y nombra el fin de la época neoliberal. 

Esto significa que cuando el mundo supere esta pandemia ya nada será igual. El debilitado poder intentará, como hasta ahora sucedió, aprovechar la crisis para engrosar sus arcas. Utilizará el terror para que nada cambie y para capturarnos en los dispositivos de control. Intentará atacar la solidaridad que se tejió en la cuarentena, retornando con el cuento de la meritocracia, el individualismo, el consumo y la autoayuda. Sin embargo, luego de pasar por la experiencia de vulnerabilidad singular e indefensión colectiva, esta vez será distinto. 

No es por una adhesión a videncia o futurología, sino porque cuando un acontecimiento produce un padecimiento en el cuerpo que desestabiliza la identidad singular y social, ese daño se convierte en corte, en una marca inolvidable que hace que se capte la propia estupidez, como eslabón de un sistema que en lugar de contener expulsa y decide quién vive y quién muere. Desde esa captación nada vuelve a ser lo mismo

La pandemia tomó el cuerpo y desarrolló en pleno aislamiento una suerte de angustia global, activando una nueva sensibilidad que revaloriza la igualdad, la solidaridad y lo público. Hasta ahora ninguna prédica política lo había podido producir como esta vez, que presenta  la fuerza de una nueva hegemonía.

Cabe que comencemos a desplegar la pregunta de cómo seguir, porque cuando el virus entre en meseta y la cuarentena finalice tendremos que pensar un proyecto alternativo, un anudamiento entre pueblo y Estado en cooperación mutua (como afirmó Alberto, parafraseando a Papo "marchar juntos a la par" así como nuevas estrategias opuestas al neoliberalismo que reinventen la democracia.