Estados Unidos y su "terrorismo interno"

20 de junio, 2015 | 18.38
De tan repetida la escena se volvió una liturgia costumbrista: un día después de la matanza, el Presidente de Estados Unidos, con cara compungida, da sus condolencias a los familiares de las víctimas y se lamenta por la sangre derramada.

Esta vez, Obama eligió ir un poco más lejos y señaló una de las razones que explica del deja vú asesino: "personas inocentes fueron asesinadas en parte porque alguien que quería hacer daño no tuvo problemas en conseguir un arma".

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La frase puede parecer una verdad de perogrullo, pero en el contexto de las ideas predominantes en Estados Unidos no lo es tanto. En octubre pasado, la encuestadora Gallup publicó una encuesta donde preguntó si debería existir o no una ley que prohíba la postración de armas de mano, salvo para el personal policial y personas autorizadas. Los números fueron elocuentes: un abrumador 73% dijo que no, mientras que sólo un 26% se mostró a favor de la regulación.

Se podría pensar que esto fue siempre así en la tierra de los cowboys, pero la realidad es peor: en la década del 60, los números eran inversos, con una mayoría prohibicionista, en los 80 y 90, se mantenía un robusto 40% en favor de la prohibición, y recién en las últimas dos décadas se consolidó una gran mayoría a favor de que cualquiera porte un arma.

Incluso otra encuesta, donde la pregunta es si debería haber una regulación más estricta que la actual, una aún menor o mantener las cosas como están, la opinión mayoritaria fue distinta a la del Presidente Obama: un 47% dice que debería haber una regulación mayor, pero entre quienes piensan que debería ser al revés y los que piensan que las cosas están bien así, suman más de la mitad.

Una de las razones que pueden explicar esta tendencia de opinión es otro dato significativo: Estados Unidos es, por lejos, el país con mayor armas por habitante en el mundo. El organismo suizo "Small Army Survy" dedicado a seguir la producción y posesión de armas pequeñas, establece que de las 650 millones de armas que poseen los civiles en todo el mundo, al menos 270 millones las tienen los norteamericanos. Lo que equivale a que por cada 100 habitantes de ese país existan en circulación 90 armas. Prácticamente, una por persona.

El dato es tan abrumador que hasta la presencia casi constante de armas y violencia en el cine hollywoodense para quedar por detrás del vínculo real y cotidiano que los norteamericanos tienen con armas reales.
Esas cifras generales esconden una grieta norteamericana que hunde sus raíces en la historia nacional. La posesión de ese arsenal gigante en manos de civiles no es radicalmente inocua: en su página web, el Pew Research Center advierte que el 41% de los hogares de hombres blancos no hispánicos (es decir, la población anglosajona) tiene un arma, mientras que sólo el 19% de los hogares de afroamericanos imita la costumbre.

La identificación partidaria sigue la misma traza: mientras que el 49% de los republicanos admite tener un arma, la cifra baja al 21% entre los votantes demócratas.

Ampliando el foco, más allá de las heridas internas que produce tener un país sembrado de armas de fuego, la defensa a ultranza del derecho a tener un arma, también da cuenta de una naturalización de la violencia que, el resto del mundo, sabe bien que no termina fronteras adentro de Estados Unidos.

Desde los atentados a las Torres Gemelas, Estados Unidos vive bajo el temor a que el horror se repita en forma de un extremista islámico de origen árabe. Sin embargo, la reiteración constante y periódica viene en forma de terrorismo interno que, además, suele ser anglosajón y amparado por una legislación de la que sólo son responsables los propios ciudadanos norteamericanos. Obama ya se dio cuenta, falta que la mayoría de los norteamericanos también lo crea.