Alberto Fernández, entre encender la economía y el estallido social

23 de febrero, 2020 | 00.05

“Vivir supeditados a un acuerdo con los acreedores no significa vivir como si estuviésemos supeditados a un acuerdo con los acreedores”. Con esa frase, el escritor Martín Rodríguez, uno de los observadores más avezados de la realidad por estos años, resumió mejor que nadie el espíritu de época de estos primeros meses de gobierno del Frente de Todos. No es que no estén haciéndose cosas: sólo en los últimos días se anunció un aumento en las jubilaciones y las asignaciones; medicamentos gratis para jubilados y el regreso del plan Remediar; se avanzó contra las jubilaciones especiales de jueces y diplomáticos; se reunió por primera vez una mesa de empresarios y sindicatos para avanzar en el acuerdo económico y social. Sin embargo, el presidente Alberto Fernández no logra sacudirse de encima una suerte de sensación de parálisis, la percepción de que la foto del país sigue siendo la misma que el 10 de diciembre. 

Es razonable. Esa foto se saca con el bolsillo y los efectos de las decisiones que se tomaron atendiendo a mejorar el poder adquisitivo general de la población todavía no se sienten. Sí ha habido un alivio para las capas más postergadas: la tarjeta alimentaria, los bonos a las jubilaciones de la mínima, las facilidades de pago para los endeudados con Anses han traído sosiego a sus beneficiarios, aunque en el conurbano y en el interior se pueden percibir todavía señales de alarma. El polvorín social no fue desactivado: una toma de tierras en Los Hornos, a fines de esta semana, estuvo al borde del estallido. “Casi otro Indoamericano”, en palabras de quienes comandaron el operativo para desactivar el peligro. La situación fue neutralizada, por ahora. Puede haber nuevos chispazos en los próximos días, en el mismo lugar o en otro. No son culpa de Fernández pero sí son, desde el diez de diciembre, su responsabilidad.

El Presidente había hecho campaña prometiendo “encender la economía” como si fuera simplemente cuestión de levantar un disyuntor. Hasta ahora, el proceso de encendido se parece más al de un fogón, con la madera y los fósforos humedecidos, y nubes de tormenta amenazando en el horizonte. Ha habido señales positivas: los números de la inflación de enero resultaron alentadores, y febrero seguía en el mismo sentido, al menos hasta que se comenzó a hablar de descongelamiento de tarifas y transporte. Habrá que esperar unos días para apreciar el costo de esa descoordinación de la comunicación oficial, algo a lo que el gobierno aún no le encuentra la vuelta. De todas formas, contener la suba de precios es condición necesaria pero no suficiente para dejar atrás más de dos años de recesión. Hace falta volcar más recursos en el mercado interno. Fernández sabe de dónde tienen que salir; sólo falta la decisión política de ir a buscarlos.

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A lo mejor habrá algún anuncio en ese sentido el 1 de marzo, cuando se pare ante la Asamblea Legislativa para hacer, por primera vez, un diagnóstico completo de la situación del país. El Presidente no quiere hablar de la herencia recibida pero no puede dejar de poner en blanco sobre negro las condiciones que tiene para trabajar en el sentido para el que fue electo. Ese día, además, será la primera movilización masiva en su apoyo, convocada por el Partido Justicialista, que está sacudiendo las telarañas del edificio de Matheu 130 para cumplir con la obligación periódica de renovar sus autoridades. Fernández, como Néstor Kirchner antes que él, prefiere no involucrarse en la vida del partido. Sólo pidió que se llegue a mayo con una lista de unidad, tanto a nivel nacional como en todos los distritos posibles, porque considera, con bastante tino, que no es momento de dedicar energías y tiempo en dar internas, buscar avales, mostrar diferencias en público.

En la lista de pendientes, el mandatario también posterga todavía el momento de recorrer el interior del país, reclamo que recibe de los gobernadores cada vez que lo visitan en la Casa Rosada o en Olivos. Porteño por nacimiento y ejercicio, obsesivo de estar encima de cada decisión de su gobierno, le cuesta dejar el minuto a minuto de su despacho para participar de actividades lejos de la Capital. Esta semana canceló la visita que tenía prevista a Bariloche, Río Negro, por la partida de un nuevo satélite fabricado en el país. En las últimas horas también recibió un pedido de ayuda desde Chubut, la provincia más castigada por la crisis, donde se superponen la parálisis financiera, conflictos sindicales y acusaciones de espionaje político cruzadas entre el gobernador Mariano Arcioni y su vice. Una visita del Presidente podría ayudar a calmar las aguas. Al cierre de este panorama, Fernández no había dado respuesta al SOS.

En el gobierno se excusan en la escasez de herramientas. “No podemos ir sin una solución concreta para ofrecer, y esa solución todavía no está”. Siguen encendidas las velas a San Guzmán, que por ahora cumplió con su cometido. El informe del FMI ratificando la posición argentina frente a sus acreedores fue la primera noticia verdaderamente buena que recibió el Presidente desde el 10 de diciembre. Pero es solamente el primer paso de un proceso complejo que todavía puede fallar. Si se cierra un acuerdo favorable con el Fondo a comienzos del mes que viene y eso deriva en una reestructuración exitosa de la deuda con los privados, Fernández contará con una nueva paleta de opciones para darle mecha a las políticas públicas. No falta tanto y, al mismo tiempo, falta una eternidad. En el gobierno también se preparan por si el resultado de la negociación es negativo. Ningún funcionario del equipo económico se anima, todavía, a descartar la posibilidad de que estos eternos primeros cien días concluyan con un default.