La economía continúa su derrumbe hacia el abismo. Las cifras de los últimos meses muestran la profundización de la recesión y lo peor todavía está por venir. Las caídas interanuales de dos dígitos se mantendrán durante meses, al menos hasta que se empiece a comparar con el fondo del pozo. No hay esperanzas dentro del actual modelo y los analistas que intentan mirar sin anteojeras ideológicas lo saben.
El macrismo se agotó en abril de 2018 y sólo resta el final de su agonía, una languidez pasajera sostenida con el fúnebre pulmotor del FMI. Los movimientos financieros de corto plazo son irrelevantes, lo que debe mirarse son los indicadores de producción e inversión de la economía real.
Mirando desde fuera el buen deseo es que el macrismo se retire de la escena provocando el menor daño posible. Como ya se dijo en este espacio, hablar de reelección en semejante escenario no es más que una estrategia de supervivencia para llegar a diciembre. Hasta los economistas ortodoxos lo saben. Algunos hicieron mutis por el foro para dejar de pasar vergüenza con sus predicciones falsas, sus inminentes booms inversores (la inversión cayó el ¡25 por ciento! interanual en noviembre según el ITE de la CTA), sus brotes verdes y sus segundos semestres. El resto, los que deben seguir generando informes para vivir, jamás admitirán el fracaso macroeconómico (no así redistributivo) de las recetas de la teoría que pregonan.
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También es una cuestión de supervivencia. Optaron por la salida tradicional, decir que un gobierno clasista en favor del capital como ninguno en democracia, lejos de aplicar una receta neoliberal clásica para cuajar con la globalización financiera, es en realidad “socialista”, un panorama que más que anteojeras teóricas revela un grado supino de alienación.
En este escenario de debacle aparecen también algunas anomalías. Por ejemplo llama la atención la resiliencia de una parte de la dirigencia empresaria agrupada en la UIA, la Unión Industrial Argentina. Ya se sabe que allí no habita nada parecido a la mítica “burguesía nacional”, un ensueño del primer peronismo y, en todo caso, un esquivo sujeto a construir por un futuro gobierno popular, aunque a partir de actores nuevos. Se encuentra más bien a la facción más prebendaria del empresariado que tradicionalmente gozó de la mano visible de los subsidios y la protección de mercados, todo sin contraprestaciones en materia de desarrollo, una falta de exigencia del poder político, vale reconocer, aunque los límites sean siempre difusos.
También a la facción que cumplió el sueño oligárquico de volverse terrateniente, lo que no es ninguna rareza, ya que la elite local siempre combinó negocios agropecuarios con manufacturas y, por supuesto, la logística comercial y financiera. Sus principales preocupaciones comunes de política pública fueron y son de manual: bajar impuestos, salarios y mantener privilegios. La idea de un plan de desarrollo es considerada “estalinista”. En la militancia por Cambiemos sólo entrevieron la posibilidad de mejorar la tasa de ganancia, aunque algunos se comprometieran hasta fiscalizando elecciones. Pero no derivemos.
En la UIA existe un creciente malestar entre los empresarios que pierden, y mucho, con la contracción sin fin del mercado interno y entre quienes se ven obligados a recorrer los pasillos de Comodoro Py a partir de una operación de inteligencia que, al principio, parecía de poca monta y sólo orientada a perseguir opositores, pero que hoy amenaza con ser mucho más. También hay malestar entre quienes ven que los precios de sus empresas se desploman sin encontrar piso, un cóctel que hasta podría dar lugar a tomas hostiles por parte del capital especulativo global y, dado el contexto recesivo, a la necesidad de vender parcialmente para no entrar en convocatoria. Para todos estos empresarios cada día se vuelve más evidente que la experiencia cambiemita no es lo que esperaban y que la apertura irrestricta a la globalización financiera es también la globalización de sus capitales, es decir, la amenaza cierta de la profundización de la transnacionalización de la clase de los propietarios.
Por eso la anomalía está en otra parte, en el dato de no aprender de los errores y continuar con las proyecciones optimistas que surgen del análisis a través de la teoría convencional, teoría que acaba de demostrar una vez más su fracaso en la economía local. Por ejemplo, esta misma semana un alto dirigente de la central fabril afirmó que esperaban que el primer año de Jair Bolsonaro sea de potencial gran expansión económica y que, en consecuencia, arrastre a las exportaciones industriales argentinas que tienen su eje en el deficitario sector automotor. Ya es casi una tradición, por no decir un tic, que en Argentina se depositen esperanzas en la reactivación brasileña, lo que conduce la mirada al vecino país y a la pregunta clave: ¿puede crecer el Brasil de Bolsonaro? Aquí también es necesario dejar a un lado las anteojeras ideológicas.
A priori puede decirse que el nuevo ministro de economía, Paulo Guedes, es un ultraortodoxo que ya anunció privatizaciones y una reforma previsional. Esta visión suele ser sinónimo de recortes del Gasto, lo que siempre es recesivo.
Sin embargo para saber qué pasará con la economía brasileña, al igual que en cualquier otra economía, se necesita desmenuzar la evolución esperada de los componentes de la demanda. Una de las primeras noticias que se conocieron fue la baja marginal del salario mínimo. Pero según explicó a El Destape el economista Eduardo Crespo, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro y visitante de la Universidad Nacional de Moreno, sólo se trata de una fórmula de ajuste preexistente basada en una combinación entre la evolución del PIB y la inflación. Como la inflación de 2018 fue menor a la esperada, ello impactó en la fórmula, lo que significó una baja marginal de 8 reales sobre el ajuste que se esperaba.
Crespo destaca otras señales, por ejemplo que se haya anunciado la voluntad de pagar un aguinaldo (13 meses) para el programa “bolsa familia” en 2019, o que la baja de la tasa de interés impulse levemente el consumo con la reactivación de las cuotas, factores que podrían dar lugar a una muy tibia reactivación. Luego, privatizaciones y reforma previsional no significan caída de la demanda en el presente. Incluso los recursos de las potenciales privatizaciones podrían ir a algún tipo de gasto si prima la política sobre la ideología. Estos pocos datos permiten hablar de un crecimiento de 1 o 1,5 puntos para 2019, lo que luego de una caída de 8 puntos entre 2015 y 2016, con una tenue recuperación en los últimos dos años sigue dejando al PIB per cápita por debajo de comienzos de la década.
En principio no debería haber un impacto recesivo del Gasto porque el gran ajuste en Brasil ya se hizo. Lo impulsó Dilma Rousseff, es decir el PT, y en menor medida lo completó Michel Temer. El resultado fue la citada caída del PIB de 8 puntos y la duplicación del desempleo hasta los 12 puntos. Los efectos principales fueron el aumento de la violencia y la emergencia de Bolsonaro. Cuesta imaginar que la clase dirigente brasileña decida profundizar el ajuste y que vuelva a dispararse todavía más el desempleo. Ello significaría un mayor aumento de la inestabilidad social y la inseguridad, con efectos demostrados sobre la sustentabilidad política.
Cualquiera sea el caso, hay un dato que no se prevé: la carroza de un primer año luminoso de la economía brasileña que esperan en la UIA y por extensión la tracción sobre la economía argentina no sucederá.