Cualquier argentino que busque la palabra “trabajo” hoy se encontrará frente a una realidad incontrastable: pocas oportunidades y demasiados índices que hablan de una situación caótica, terminante, nefasta, que, para colmo, empeora mes a mes. Un derrumbe incontenible que promete llevarse puesta hasta la última pyme en pie.
En menos de cuatro años, según datos de la AFIP, la política económica de Cambiemos provocó la destrucción de 19.131 empresas. Pero lo más triste está detrás del dato. O en el interior de cada una de esas empresas: ahí, donde “el mejor equipo de los últimos 50 años” no supo o no quiso ver.
Sin dudas las cifras sirven para tomar una dimensión de la crítica realidad que vivimos. Pero no son más que eso. Están ahí, impávidas. En una hoja o en una planilla de excel. Probablemente en rojo. Tal vez no. Son números que describen pero que no llegan a dimensionar la terrorífica realidad en la que nos sumergió la política económica de Cambiemos, con la expulsión de cuatro millones y medio de compatriotas a la pobreza, en tres años y medio.
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El cercenamiento de derechos permanente y el aliento a un odio irracional para atomizar a la sociedad fueron las principales herramientas que el macrismo empleó para cortar todos y cada uno de los hilos del tejido social. Así, el eslogan cambiemita de 2015 que proponía “unir a los argentinos” sólo se materializó en el deterioro del poder adquisitivo de los trabajadores y el empeoramiento de la calidad de vida casi todos.
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En este período, el gobierno no optó por medidas que apuesten por defender al amplio abanico del entramado productivo nacional y a sus actores: pymes, cooperativistas, pequeños productores, trabajadores agrarios, comerciantes, trabajadores de empresas recuperadas, etc, sino todo lo contrario: empleó sus recursos para profundizar la fuga de capitales, que al momento asciende a los U$S 72.234 millones, en este mandato.
Una elección de modelo de país que beneficia la transferencia de las riquezas socialmente producidas por los trabajadores hacia las grandes empresas o grupos económicos trasnacionales de asiento financiero, energético y exportador, principalmente. Una clara y contundente preferencia de modelo donde, en el esquema de timba financiera que promovió el gobierno, unos pocos cosecharon sus frutos, en detrimento de las gran mayoría del pueblo.
Elegir. De eso se trata la vida. Seleccionar una opción, una orientación o un rumbo. Una situación que implica, indefectiblemente, dejar de lado otros caminos. Por eso el domingo los argentinos tenemos la obligación de poner un voto que deje atrás estos cuatro años de caída y empiece a cimentar nuevamente las bases de una Argentina, que pondere el trabajo y la producción nacional, para garantizar una mejor y más justa distribución del ingreso. Y la fórmula Fernández-Fernández es la que mejor lo sintetiza, en su propuesta.
En este esquema, las pymes tenemos mucho que ver con democratizar el trabajo y el ingreso: somos los que producimos para el mercado interno y traccionamos la producción y el consumo, a través del salario, porque brindamos más del 70% del empleo privado.
No ajenos a la lucha por un país más justo e igualitario, los pequeños y medianos empresarios entendemos que frente a la urna, el domingo, no debemos teñir de preferencias personales, ni de deseos individuales nuestra elección. Sino ser conscientes que si esta gestión continúa por cuatro años más no quedarán más que escombros. Está en la voluntad de todos los argentinos la decisión de cambiar. Y volver a construir futuro.