La agitada semana que ha sucedido a las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) no es un emergente de lo ocurrido el domingo pasado sino de las políticas de engaño y entrega impuestas desde el 2015, que tarde o temprano se harían visibles para la mayoría de la población.
Lo emocional prevalece
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La Política tiene un fuerte componente emocional, que se hace ostensible en lo electoral, cuando las preferencias se manifiestan en función de las empatías, o no, que despierten las alternativas propuestas.
La aceptación como el rechazo de los candidatos tiene una primera, e ineludible, apreciación desde lo emotivo. En particular, cuando se trata de elegir mandatarios municipales, provinciales o nacionales.
Esa caracterización se verifica también en las inclinaciones por las diferentes fuerzas políticas, en tanto que los partidos o movimientos que las representan generan aún con mayor intensidad ese sesgo emotivo preliminar.
La apatía o el desinterés que sitúa a muchos en la categoría de indecisos, configura otra de las formas en que pueden traducirse esas predisposiciones ante el acto electoral.
Racionalidad de la emoción
Las pasiones, indiferencias, amores u odios que se expresan, sin embargo, reconocen una racionalidad conformada por nuestras experiencias de vida, identidades e identificaciones, confianzas o decepciones, creencias e ideologías.
No se trata entonces de una ciega adhesión, pero tampoco de una idealización de la razón como única y excluyente justificación de la adscripción política, concepción ésta que suele menoscabar manifestaciones populares como si fueran propias de fanatismos de personas incultas o desinformadas y derivar –más o menos desembozadamente- en proposiciones de votos calificados.
La exacerbación de ortodoxias ideológicas o de pragmatismo extremos omite la relevancia de lo emocional, que es donde primero se instala el deseo de formar parte o no de un colectivo determinado.
Otro tanto sucede cuando se erige a las Plataformas electorales como determinantes de la decisión de los votantes, pretendiendo instalar la idea de que es condición previa necesaria conocerlas y analizarlas en detalle para justificar el voto.
En general nadie se detiene en su estudio, lo que no significa que se ignoren postulados, proposiciones y programas partidarios, pero en todo caso será desde la predisposición motivada por afectos o desafectos que se constituyen los presupuestos de la credibilidad indispensable para elegir a uno u otro candidato.
Ánimos alterados
El desarrollo de las PASO, la postergación injustificable de la información sobre sus resultados y la patética aparición de Macri anunciando que Juntos por el Cambio había hecho una mala elección antes de dar a conocer guarismo oficial alguno, con el agregado de que debíamos irnos a dormir ignorando los datos que, obviamente, el Presidente ya conocía, fue una muestra clara de la ausencia de toda convicción republicana de ese conglomerado político en disolución.
Las caras y gestos de los candidatos que lo acompañaban en esa puesta en escena, no hacían sino ratificar esa impresión, que no logró atemperar la aparición fuera de programa de Elisa Carrió.
En nuestro país desde hace ya muchas décadas se registra una antinomia acerca del Peronismo que define un espacio importante del campo político, que con distintos grados de virulencia ha determinado un sentimiento de odio del arco antiperonista como manifestación de desprecio por lo popular y de falta de apego por lo nacional.
El nivel que esa repulsa ha adquirido en la actualidad no tiene precedentes desde la recuperación de las instituciones en 1983, ni ahorra descalificaciones vergonzantes que demuestran el profundo sentir antidemocrático y reaccionario de quienes así se pronuncian.
Es un fenómeno que por otra parte se exhibe como propio de un sector cada vez más minoritario, aunque influyente, que salvo en lo puramente discursivo no se interesa por el otro, por el diálogo constructivo ni por una institucionalidad indispensable para legitimar una gobernanza razonable en Democracia.
Caminos que se bifurcan
La grieta que se percibe, cada vez más pronunciada, es la que demuestran los integrantes del oficialismo y con cuya descomposición arrastran efectos sumamente nocivos que ponen en riesgo tanto la suerte del gobierno como del país.
A la falta de acuerdos internos básicos para remontar las consecuencias de la pérdida de sustento en el electorado, se suma el abandono paulatino de los referentes del poder económico local e internacional.
De tal magnitud es el desbande, como la elocuencia del rechazo al rumbo y acciones de gobierno expresado en el voto, que hasta el periodismo que le era afín se aleja manifestando sorpresa por el deterioro de la calidad de vida de la población que durante años se empeñaron en ocultar o distorsionar.
De la ira y la depresión a la euforia
Los reveses electorales lógicamente impactan en quien los padece, más aún cuando son tan elocuentes como los registrados el domingo pasado, pero no eximen de las responsabilidades propias del que gobierna.
Las idas y vueltas que el Presidente, sus funcionarios y acólitos más cercanos han evidenciado durante esta semana, son una muestra acabada de la improvisación, precariedad e impericia en el manejo de lo público, pero también de la absoluta hipocresía que los caracteriza.
De desentenderse de las causas que originaron la contundente derrota en los comicios, responsabilizar a los votantes por las consecuencias inmediatas –previsibles- en la Economía y reclamar que la oposición triunfante en las primarias fueran los que neutralizaran esos efectos, pasaron a una actitud de supuesto reconocimiento del mensaje de las urnas –sin autocrítica concreta alguna- y a la adopción tardía de medidas inconsistentes con un exclusivo fin electoralista.
Las desaforadas expresiones de Carrió frente a un auditorio que celebraba el odio descalificatorio de un discurso triunfalista sin apego alguno a la realidad, con un Macri desdibujado sentado en primera fila, constituía una pintura de inexorable fin de ciclo y una reafirmación del cinismo que los anima.
La explicación de esas conductas erráticas no hay que buscarlas en la psicología de los personajes, sino en la sustancia política que representan y en el total desprecio de los valores democráticos propio del Neoliberalismo.