Esta noche los argentinos podemos ser testigos, una vez más, del milagro de la democracia: una comunión de millones de ciudadanos con vidas diferentes e intereses diversos, muchas veces antinómicos, asociados por el íntimo acto de elegir qué rumbo quieren para el país durante los próximos años. Un mecanismo de representación que por estos días da señales de agotamiento en todo el mundo pero que en este rincón apartado del planeta todavía goza de buena salud. Como en cada elección desde 1983, esperamos que el comicio se desarrolle en paz, que los resultados se conozcan con normalidad y que la legitimidad del próximo presidente sea reconocida por todos los actores políticos y sociales. Tanto y tan poco, al mismo tiempo.
Mauricio Macri está a cuarenta y cinco días de alcanzar el final constitucional de su mandato, tanto y tan poco. Es fácil imaginarlo como una caricatura, con un ángel junto a una oreja y un diablillo en la otra, intentando decidir su conducta ante la derrota. Su buena voluntad es condición necesaria, aunque no suficiente, para que la transición entre los dos gobiernos resulte exitosa. . Está en juego la institucionalidad que supimos construir en los últimos 36 años. El Presidente deberá ponerse, por una vez, a la altura de sus responsabilidades.
Si debemos guiarnos por lo que sucedió estos días, el panorama es difícil. Durante la semana que culmina hoy, se aceleró a niveles inéditos la fuga de divisas del BCRA; se volvió a denegar el acceso a todos los partidos políticos al software que se usará en el escrutinio provisorio; el canciller denunció una conspiración internacional contra los gobiernos de la región; la Policía infiltró una marcha en solidaridad con el pueblo chileno; la candidata a gobernadora dijo que en los comicios de hoy está en juego la democracia. El propio Macri deslizó sospechas de fraude y prometió a sus seguidores un resultado que él sabe que no puede alcanzar. Lo dicen todas las encuestas que encargó desde agosto. A partir de hoy, se queda sin la excusa de su candidatura para no comportarse como un presidente.
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Alberto Fernández, en tanto, tendrá desde esta noche el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Su compañera de fórmula, Cristina Fernández de Kirchner, habrá dado un paso voluntario e irreversible hacia la historia. Se trata de un experimento inédito; su resultado todavía está por verse. En principio, desde mayo, cuando la senadora anunció la fórmula, entre ambos articularon la coalición política más formidable desde el regreso de la democracia y completaron una campaña casi sin fisuras. Esta noche concluirán con éxito la primera etapa del plan que diseñaron juntos. El desafío por delante es mucho más difícil. La responsabilidad es doble toda vez que ellos saben que en este contexto económico, social y geopolítico, puede no haber segundas chances.
Aunque esta oleada de descontento ciudadano encontró a una Argentina expectante en víspera de elecciones, lo cierto es que la sociedad aquí tiene más ejercicio de salir a las calles que en otros países de la región, como Chile, sin ir más lejos. Aquí, cada año, el centro porteño se ve desbordado por movilizaciones multitudinarias al menos una docena de veces, con los motivos más diversos: manifestar su apoyo a un candidato o a otro, peticionar por planes sociales o por derechos laborales, protestar por la muerte de un fiscal o la de cientos de mujeres, pedir la legalización de la marihuana y del aborto, reclamar por la compra de dólares para turismo o por bolsones de comida, ratificar el compromiso con los derechos humanos en cada aniversario de un golpe de Estado, abrir y cerrar ciclos políticos.
Sería ingenuo Fernández (y no lo es) si creyera que el crédito que le extiende la ciudadanía lo protegerá de reclamos en un futuro cercano, quizás incluso antes de que asuma la presidencia, si los acontecimientos se precipitan. Aunque en las últimas semanas intercedió para evitar algunas protestas que podían enrarecer el clima preelectoral, él mismo repitió varias veces durante su campaña el pedido de que sus seguidores le reclamen en las calles en caso de que no cumpla alguno de sus compromisos. Su relación con la protesta social y política, promete, retomará los lineamientos que se desplegaron durante el kirchnerismo, diferenciándose de los métodos represivos del macrismo. Eso tampoco le alcanzará para evitar problemas, si no da respuestas efectivas a una sociedad con poca paciencia.
El más urgente de los riesgos lo tiene presente: se trata de resolver, en el cortísimo plazo, el problema del hambre, que hoy afecta a más de un tercio de los argentinos. Su equipo ya trabaja en eso y hay medidas que se van a poner en marcha antes de diciembre. En el mediano plazo asoma otro peligro. El caso de Chile debe servirnos para entender que la alternancia política no sirve si no incluye una alternativa real en el rumbo del país. Los votos que reciba hoy, a lo largo y ancho de Argentina, no son votos suyos ni de CFK: son votos a favor de que el país cambie de dirección a una que dé respuestas a la sociedad. Los cantos de sirena del establishment ya suenan, para conducirlo en otro sentido. Si es necesario, Alberto deberá atarse al mástil. Se sabe qué pasa con los que sucumben a esa tentación.