Por Paulo Kablan
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Juan Galiffi era siciliano y había llegado a la Argentina con 18 años. Se radicó en la provincia de Santa Fe, donde primero fue obrero textil y después comerciante. Pero la historia le reservaría un lugar privilegiado en el mundo del delito. Con el correr de los años se convertiría en "Chicho Grande", el mayor capo de la mafia italiana en el país.
Galiffi comandó la mayor organización criminal que haya existido en la Argentina. Aunque pocos lo recuerden, la mafia Cosa Nostra fue tan poderosa en Rosario como en Chicago o en la propia Italia. Fue hace muchos años, en las décadas del ´20 y del ´30.
"Chicho Grande", con su ejército de "ahijados", comandaba una verdadera red mafiosa que controlaba desde el juego ilegal, la prostitución, las apuestas en las carreras de caballo hasta el pujante negocio criminal de las extorsiones y los secuestros extorsivos.
Si bien a "Chicho Grande" jamás lo pudieron condenar, fue vox populi que pudo haber ideado el secuestro extorsivo que más conmovió al país y que terminó en tragedia. Se trató del caso Abel Ayerza, el rapto seguido de muerte que horrorizó a la sociedad y generó reformas en el Código Penal. Tanto indignó que se llegó a analizar en el Congreso de la Nación la pena de muerte con la utilización de la silla eléctrica, lo que finalmente no fue sancionado por la oposición en el Senado, pese a que tenía media sanción en Diputados.
Si bien a "Chicho Grande" jamás lo pudieron condenar, fue vox populi que pudo haber ideado el secuestro extorsivo que más conmovió al país y que terminó en tragedia. Se trató del caso Abel Ayerza, el rapto seguido de muerte que horrorizó a la sociedad y generó reformas en el Código Penal. Tanto indignó que se llegó a analizar en el Congreso de la Nación la pena de muerte con la utilización de la silla eléctrica, lo que finalmente no fue sancionado por la oposición en el Senado, pese a que tenía media sanción en Diputados.
Abel Ayerza tenía 24 años y estudiaba medicina. Era hijo de un prestigioso médico que, a su vez, tenía campos y propiedades importantes en el país. El 23 de octubre de 1932, el joven Abel regresaba de Marcos Juárez hacia la estancia El Calchaquí, propiedad de su familia. Iba en un auto junto a sus compañeros Santiago Hueyo (hijo del entonces ministro de Economía de la Nación) y Alberto Malaver. También en el vehículo iba el capataz del campo.
Al cruzar por una plantación, vio un vehículo Buik parado al costado del camino y un hombre que le hacía señas. El muchacho detuvo la marcha y se bajó para preguntar qué ocurría y ofrecer su ayuda.
Al cruzar por una plantación, vio un vehículo Buik parado al costado del camino y un hombre que le hacía señas. El muchacho detuvo la marcha y se bajó para preguntar qué ocurría y ofrecer su ayuda.
"¿Cómo tengo que hacer para llegar a Marcos Juárez?", fue la pregunta del extraño. Era una trampa. De inmediato, saltaron desde las penumbras otros hombres, fuertemente armados, que mostraron sus verdaderas intenciones. No era un asalto. Había un plan criminal para secuestrar al hijo del médico y estanciero.
Hueyo y Ayerza fueron llevados en el Buik. Los trasladaron a una chacra, donde los hicieron poner contra la pared, de espaldas, con las manos arriba. Después, les dieron un papel y un lápiz y obligaron al estudiante de Medicina a escribir una carta de puño y letra.
Hueyo fue liberado rápidamente. Lo dejaron en el paraje Cuatro Esquinas, a pocos kilómetros de Rosario. Lo único que le dieron fue la carta de Ayerza, además de varias amenazas para que no se hiciera la denuncia. Ante la más mínima resistencia, el estudiante sería asesinado de inmediato.
Para pagar el rescate, los amigos y familiares de Ayerza debían utilizar un auto Ford y realizar tres viajes diarios entre Rosario y Marcos Juárez llevando una bandera argentina en el radiador del vehículo. Y así lo hicieron, aunque hubo varias complicaciones. Policías de Santa Fe y Córdoba, para entonces, ya trabajaban en el caso. Lo que no sospechaban los familiares era que la fuerza de seguridad estaba infiltrada por la mafia.
El pago se realizó. Fue en cercanías de las vías del ferrocarril, en Rosario. Los amigos tenían que llevar la plata en un maletín y esperar. Había una contraseña para evitar confusiones: se les acercó un hombre con un pañuelo blanco que extrajo un billete de diez pesos, se los entregó y les preguntó: "¿tienen algo para mi?".
Pese al pago del rescate, pasaban los días y Abel no era liberado. Eso generó la reacción de la familia que hicieron varios pedidos desesperados. Todo fue en vano. Nada serviría para salvarle la vida al muchacho.
Si bien existen varias versiones, la historia cuenta que pudo haber sido un fatal error lo que generó la tragedia. La mujer de uno de los "ahijados" de la mafia era la encargada de enviar un telegrama a los cuidadores de Ayerza. El mensaje era claro: "Manden al chancho. Urgente". Desde entonces, cabe recordar, se utilizó en la jerga tanto policial como delictiva la expresión "chancho" para identificar a un secuestrado.
El jornalero que vivía en Corral de Bustos, Córdoba, que era el encargado de recibir el telegrama entendió otra cosa. O el telegrafista escribió mal o el mafioso no sabía leer bien. Lo cierto es que en vez de "manden al chancho", el hombre comprendió "maten al chancho". De inmediato, los captores cumplieron la orden. Eran los hermanos Vicente y Pablo Di Grado y el pistolero Juan Vinti, entre otros.
Ayerza fue asesinado de un tiro por la espalda y sus restos fueron enterrados ahí mismo. Después otros mafiosos trasladaron el cadáver hasta un pueblo llamado Colonia Carlitos, donde lo enterraron sin ropas, para que no lo identificaran. Recién encontrarían el cadáver en febrero de 1933, ya con la investigación a cargo de la Policía Federal, debido a la complicidad de agentes de la fuerza de seguridad santafecina.
Recién en julio de 1939, la Cámara de Apelaciones dio a conocer la sentencia contra los acusados. Le dieron prisión perpetua a Romeo Capuani, José La Torre, Vicente y Pablo Di Grado y Juan Vinti, el autor material. En tanto, recibieron penas menores Pedro Gianni, Salvador Rinaldi, María Fabella y Graciela Marino. Al capo Galiffi no le pudieron probar su participación, aunque fue deportado a Italia en 1933, donde moriría una década después en medio de la Segunda Guerra Mundial.